¿Cuánto contamina el transporte de mercancías?

El transporte de mercancías sigue en auge, impulsado por un modelo económico globalizado. Las cadenas de suministro se han vuelto más complejas y la emisión de gases de efecto invernadero se ha disparado en los últimos años. Solo un cambio en nuestros hábitos de consumo puede revertir la tendencia.

 

La globalización y el auge del comercio ha hecho que cada año se muevan miles de millones de toneladas de carga por el mundo en camiones, barcos, trenes y aviones. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estimaba en 2018 que este movimiento de mercancías genera el 8 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, y hasta el 11 % si se incluyen los producidos en almacenes y puertos. Si no se toman medidas, el transporte de mercancías se convertirá en el sector más contaminante en 2050.

El transporte terrestre, básicamente en camión y furgoneta, representa el 62 % de estas emisiones. Aunque el combustible utilizado en el transporte marítimo es mucho más contaminante, el hecho de que la capacidad de carga por vehículo sea muy inferior en el terrestre lo hace mucho más ineficiente desde un punto de vista medioambiental. Por la misma cantidad de carga y distancia, el transporte por carretera genera más de 100 veces más CO₂ que el marítimo. 

Además, el transporte de mercancías por carretera es un sector en rápido crecimiento, en parte por el auge del comercio electrónico y la entrega a domicilio. Y se trata del segmento de transporte más difícil de descarbonizar, ya que la utilización de energías limpias está mucho menos desarrollada que en el transporte de personas.

 

La ley del mar

El transporte marítimo es la columna vertebral del comercio mundial. En 2018 se transportaron 11.000 millones de toneladas de mercancías por mar y las emisiones de CO₂ relacionadas ascendieron a más de 700 millones de toneladas. 

La importancia de este sector es tal que quedó fuera del Acuerdo de París de 2016 y se prevé que en 2050 represente hasta el 10 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero si no se toman medidas. La demanda de materias primas y el transporte de contenedores no deja de crecer.

Hay que tener en cuenta que los grandes barcos funcionan con combustibles fósiles muy contaminantes, sobre todo fuelóleo pesado, que contiene altas cantidades de azufre, cenizas, metales pesados y otros residuos tóxicos.

 

Un problema llamado azufre 

Hasta 2020, el límite máximo de azufre en los combustibles para el transporte marítimo era del 3,5 %, mientras que el permitido por la Unión Europea en los carburantes para el transporte por carretera es del 0,00001 %. Un dato publicado por el periódico ‘The Guardian’ hace unos años resulta muy revelador: 15 de los barcos más grandes del mundo contaminaban tanto como 760 millones de automóviles. 

Tras años de consultas, la Organización Marítima Internacional (OMI) redujo en 2020 el nivel de azufre permitido en el combustible para barcos del 3,5 % a alrededor del 0,5 %. Aun así, la previsión de que el tráfico marítimo de mercancías siga aumentando hasta duplicar en 2050 los niveles de 2005 reduce notablemente el alcance de esta medida.

 

Más contaminación

Los informes de la OMI publicados en los últimos años han revelado que, en lugar de reducirse, las emisiones de los buques han aumentado un 10 % desde 2008 y seguirán haciéndolo si no hay cambios drásticos. De hecho, si todo el transporte marítimo fuera un país, sería el sexto más contaminante del mundo, por delante de Alemania.

El Comité de Protección del Medio Ambiente Marino de esta organización planteó en 2020 una reducción parcial de emisiones de CO₂ para esta década y ampliar la rebaja hasta el 50% en 2050. Sin embargo, la organización que regula el tráfico marítimo internacional prescindió de las recomendaciones y solo acordó medidas a corto plazo y no vinculantes.

La consecuencia es que las emisiones de CO₂ de los barcos de carga seguirán creciendo en los próximos años. Si el sector naviero no pone en marcha estrategias verdes, su producción de gases de efecto invernadero aumentará un 15% de aquí a 2030. Y si sigue las recomendaciones de la OMI, ese porcentaje apenas variará.

En este contexto, la única solución para frenar el impacto del transporte de mercancías en el medio ambiente pasa por cambios en nuestros hábitos de consumo personales: sobre todo reducir el volumen y el peso de nuestras compras, y priorizar los productos de proximidad.

 

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Una investigación científica ha demostrado por primera vez que los microplásticos ya corren por nuestro torrente sanguíneo, que viene a ser el río de la vida en nuestro organismo. El siguiente paso será comprobar hasta qué punto se depositan en órganos como el cerebro y cuál es su efecto.

 

Se habían encontrado microplásticos en lugares remotos como el Himalaya y el glaciar Vatnajokull, la mayor capa de hielo de Europa. Incluso se habían hallado restos de plástico en la placenta humana. Pero todavía no había evidencia científica de que los microplásticos corrieran por nuestras venas. Hasta ahora.

Un estudio dirigido por Heather Leslie y Marja Lamoree, de la Universidad Libre de Ámsterdam, ha constatado por primera vez que minúsculos trozos de plástico provenientes de nuestro entorno pueden ser absorbidos por el torrente sanguíneo humano. Los resultados de su investigación se publicaron a finales de marzo en la revista científica ‘Environment International’.

 

Tres de cada cuatro

El equipo investigador analizó la sangre de 22 personas para detectar la presencia de cinco polímeros diferentes, que son los componentes básicos del plástico. El resultado indica que tres cuartas partes de los sujetos examinados presentaban nanoplásticos o microplásticos en su torrente sanguíneo, es decir, partículas de plástico de menos de cinco milímetros. Solo uno de cada cuatro participantes en el estudio estaba libre de cantidades detectables de plástico.

El tereftalato de polietileno (PET), el polietileno y los polímeros de estireno eran los más abundantes en las muestras de sangre, seguidos del polimetilmetacrilato. En cuanto al polipropileno, las concentraciones eran demasiado bajas para una medición precisa.

El PET se utiliza mucho en los envases de bebidas y comidas, así como en la industria textil; el polietileno se emplea, entre muchas otras cosas, en las bolsas de los supermercados; los polímeros de estireno están presentes en envases ligeros, y el polimetilmetacrilato se utiliza mayoritariamente en medicina.

 

¿De la sangre a los órganos?

La investigadora principal, Heather Leslie, ha declarado que este estudio demuestra que “nuestro torrente sanguíneo, nuestro río de la vida, por así decirlo, tiene plástico”. El siguiente paso sería conocer en qué medida esas partículas pasan del torrente sanguíneo a los tejidos y a órganos como el cerebro. Así se podrá determinar mejor en qué grado la exposición a las partículas de plástico supone una amenaza para la salud pública. 

Esta investigación ha sido financiada por la ONG Common Seas y el programa ZonMw Microplásticos y Salud, cuyo objetivo es determinar los efectos de las partículas de plástico sobre nuestra salud. Se trata de una de las múltiples iniciativas europeas que quieren establecer hasta qué punto la exposición a los microplásticos resulta nociva para la salud humana. En este marco, un grupo de científicos italianos publicó a principios de año una investigación que también constataba la presencia de microplásticos en la placenta humana.

 

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Aunque las autoridades sanitarias insisten en que el agua del grifo es totalmente salubre, numerosas voces advierten sobre la falta de controles exhaustivos. Metales pesados, compuestos orgánicos volátiles, pesticidas, herbicidas, productos farmacéuticos y microplásticos suponen un riesgo para nuestra salud.

 

En diciembre de 2020, el Parlamento Europeo aprobaba la Directiva del agua potable para mejorar la calidad del agua del grifo y reducir el consumo de agua embotellada. Esta directiva preveía la imposición de unos límites más estrictos para algunos contaminantes como el plomo. También planteaba la elaboración de una lista con las sustancias o compuestos que inquietan a la opinión pública y la comunidad científica para su supervisión.

Sin embargo, lo cierto es que, casi un año y medio después, la Comisión Europea sigue sin haber elaborado esa lista, donde debían figurar productos farmacéuticos, disruptores endocrinos y microplásticos que pueden dañar nuestra salud.

A día de hoy todavía es difícil encontrar agua corriente incolora, inodora e insípida. En la mayoría de los casos, el agua del grifo incorpora múltiples sustancias, desde el cloro utilizado para potabilizarla, que puede dar al agua un característico mal sabor, hasta otras más nocivas, como metales pesados, compuestos orgánicos volátiles, pesticidas, herbicidas, productos farmacéuticos, microplásticos, bacterias y virus.

Los controles rutinarios solo comprueban los niveles de aquellos elementos contaminantes que ya están legislados, pero son una pequeña parte. Por ejemplo, el proyecto Outbiotics, que se desarrolla en Cataluña, Aragón, Navarra, País Vasco y el sur de Francia, ha encontrado antibióticos como amoxicilina, ciprofloxacina, enrofloxacina, azitromicina, sulfadiazina, sulfametoxazol y trimetoprima en aguas naturales prepotables.

Estudios como el publicado por la prestigiosa revista ‘Environmental Health’ dejan clara la necesidad de reducir las sustancias perfluoroalquiladas presentes en el agua del grifo de todo el mundo para mejorar nuestra salud, ya que se les considera disruptores endocrinos.

 

Los persistentes metales pesados

La actividad industrial y minera libera metales tóxicos como plomo, mercurio, cadmio, arsénico y cromo, que pueden llegar a acuíferos y ríos, contaminando el suelo y acumulándose en plantas y tejidos orgánicos. La exposición a estos elementos está relacionada con problemas de salud como diversos tipos de cáncer, daños en el riñón y retrasos en el desarrollo.

El plomo también puede infiltrarse en el agua potable por la corrosión de las tuberías de servicio, los grifos de latón cromado y los elementos fijos con soldaduras de plomo.

La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) determinó que el nivel máximo de este metal pesado en el agua potable debería ser cero, “ya que el plomo es un metal tóxico que puede dañar la salud humana, incluso en niveles de baja exposición”, además de poder “bioacumularse en el cuerpo con el tiempo”.

Los niños son especialmente vulnerables a este metal, puesto que lo absorben más fácilmente que los adultos y su eliminación renal es menos efectiva. El plomo puede afectar a su desarrollo cerebral, reducir su capacidad de concentración y afectar a su rendimiento académico. 

 

La invasión de los microplásticos

Un estudio realizado por la organización periodística Orb Media en colaboración con investigadores de la Universidad Estatal de Nueva York y la Universidad de Minnesota muestra que los microplásticos llegaron ya hace años al agua corriente de todo el mundo.

El 83% de las muestras de agua potable recogidas en los cinco continentes durante la década pasada ya contenían microplásticos. Estados Unidos presentaba la tasa más alta de contaminación y, aunque la de Europa era la más baja, seguía siendo muy elevada (72%). La media de fibras plásticas encontradas en cada 500 ml de agua oscilaba entre 4,8 en Estados Unidos y 1,9 en Europa.

 

Plaguicidas sin control 

Un reciente informe de Ecologistas en Acción denuncia el escaso control de sustancias químicas sospechosas de poder contaminar las aguas de consumo humano. Es el caso de muchos plaguicidas, herbicidas y biocidas.

El azufre, que es el más usado en el campo, no se ha buscado en ninguno de los análisis de agua realizados por los municipios españoles en los últimos años. Y lo mismo sucede con sustancias tan comunes en agricultura y ganadería como metam sodio (solo consta una búsqueda en 2019), oxicloruro de cobre, aceite de paradina, hidróxido de cobre y propamocarb. 

Además, el informe critica la falta de obligación legal en la realización de análisis completos en poblaciones pequeñas y su poca fiabilidad por la ausencia de límites cuantificados y la no acreditación de los laboratorios contratados. Esta organización ha constatado la ausencia de controles completos incluso en municipios declarados por las propias comunidades autónomas como vulnerables a nitratos.

 

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Ante la emergencia climática, la economía tiende a descarbonizarse a marchas forzadas. En un contexto de crecientes impuestos a las industrias contaminantes, un estudio señala que aumentar el porcentaje de oro en una cartera de inversión diversificada reduce su huella de carbono global sin que se resienta la rentabilidad.

 

Los datos de la UE confirman que Europa vivió en 2022 su verano más cálido y que las temperaturas en el planeta durante los ocho últimos años han sido las más elevadas desde que existen registros. El ritmo del calentamiento global hace inaplazable una reducción drástica en las emisiones de gases de efecto invernadero. Solo así se podrán evitar las consecuencias catastróficas asociadas al cambio climático.

Ante esta realidad, el proceso de descarbonización de la economía es una prioridad tan urgente que está condicionando gran parte de las actuales decisiones políticas, empresariales y de inversión. Y, en este sentido, un informe de la consultora Urgentem concluye que la inclusión del oro en una cartera de inversión diversificada “puede tener un impacto positivo en el rendimiento de la cartera desde una perspectiva de transición climática”, ya que reduce la huella de carbono global de la cartera sin que se resienta la rentabilidad. 

 

Cuanto más oro, menos emisiones

El estudio analizó cuál habría sido la evolución a lo largo de cinco años de carteras de inversión diversificadas con diferentes porcentajes de activos para determinar cómo la inclusión del oro afecta al perfil de riesgo-rendimiento y a la huella de carbono global

Su conclusión es que, por ejemplo, en una cartera con un 70 % de renta variable y un 30 % de renta fija, dedicar un 10 % de esa cartera al oro reduciría las emisiones un 7 %, mientras que aumentar el porcentaje de oro al 20 % supondría una reducción del 17 %. Además, hay indicios claros de que la inclusión de oro en la cartera mejora el perfil de riesgo-rentabilidad.

Aunque ninguna de las combinaciones de activos analizadas alcanzaría el objetivo de cero emisiones en 2050, las que más se aproximarían serían las que incluyen un mayor porcentaje dedicado al oro. De hecho, las únicas que consiguen reducir emisiones son las que dedican como mínimo un 20 % de la inversión al oro.

En cuanto a la contribución de las carteras de inversión al aumento de la temperatura global proyectada hasta el año 2100, el oro también tendría un papel muy positivo para mitigar su impacto climático. El estudio calcula que dedicar la mitad de la cartera al oro supondría una reducción del 40 % (más de 1º C) en el calentamiento generado por esa cartera. Una cartera con un 70 % de renta variable y un 30 % de renta fija generaría un incremento de 2,96 °C, mientras que una con un 45 % de renta variable, un 5 % de renta fija y un 50 % de oro solo la aumentaría 1,76 °C.

 

¿Y si aumentan los impuestos a las emisiones?

Una de las principales herramientas políticas para frenar el cambio climático y acelerar la transición hacia una economía libre de emisiones son los impuestos a la emisión de gases de efecto invernadero. En este sentido, el análisis de los precios asociados al dióxido de carbono muestra que una mayor proporción de oro contribuirá a reducir el riesgo de mercado para una cartera. Y cuanto más se endurezcan las políticas de reducción de emisiones, más conveniente será ampliar el porcentaje de oro en la cartera.

Los autores del estudio admiten que el marco temporal limitado (cinco años) de los datos recabados inicialmente y el rendimiento relativamente superior del oro durante este periodo pueden haber sesgado las expectativas de rentabilidad del oro, pero advierten que el análisis a más largo plazo también confirma el efecto favorable de la inclusión de oro sobre el perfil de rentabilidad de la cartera, aunque en menor medida. 

Por otra parte, los autores del informe asumen que un inversor hereda una proporción sustancial de la huella de carbono asociada a la extracción y producción de oro. Por eso, su análisis prospectivo les permite valorar cuánto afectaría a las carteras el potencial de descarbonización de este metal precioso.

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Los residuos plásticos forman ya ingentes islas en el mar y han llegado incluso a lo más profundo del océano. Estos vertidos suponen una tragedia ecológica que algunas iniciativas pretenden mitigar. La salud de nuestros mares y de la propia humanidad está en juego.

 

La ONU estima que en 2050 los océanos contendrán más plástico que peces. Y es que cada año acaban en el mar diez millones de toneladas de residuos plásticos de todo tipo, como por ejemplo, el envase del agua embotellada.

Esto ha generado la formación de grandes “islas” de plástico en el agua. Para hacerse una idea de la magnitud del problema, basta decir que la mayor de estas islas se sitúa en el Pacífico y triplica la extensión de Francia

Las consecuencias son dramáticas para el planeta porque muchos animales marinos ingieren este plástico y más de un millón acaban muriendo cada año por su culpa.

Los microplásticos, aquellas piezas con un tamaño inferior a los 5 milímetros, incluso pueden llegar a nuestro organismo a través de los peces que comemos. Las consecuencias van desde el estrés oxidativo de nuestras células hasta el deterioro del ADN.

 

Tres iniciativas de éxito

Por ello, desde la sociedad civil cada vez surgen más iniciativas para reducir la cantidad de plástico que acaba en los océanos, dañando la vida marina, contribuyendo al cambio climático y ensuciando un bien esencial como es el agua.

Un ejemplo es el programa Water Heroes FC, impulsado por Xylem y el Manchester City. Este proyecto, en el que participa Pep Guardiola, intenta concienciar al público sobre los problemas del agua y promueve acciones para mitigarlos. Una de sus iniciativas, “Plogging with Pep”, anima al público a recoger basura mientras camina, corre o realiza cualquier otro deporte al aire libre.

 

 

Otro caso de éxito son las Ocean Initiatives, de la Surfrider Foundation Europe. Con 25 años de historia, este programa de voluntariado moviliza cada año a 40.000 participantes en 40 países, que se organizan para retirar basura de playas y vías fluviales.

Un tercer ejemplo es el proyecto Ocean Cleanup, fundado hace una década por un joven de tan solo 20 años. En este caso se trata de estructuras flotantes que aprovechan las corrientes para recoger la basura de ríos y océanos. Su ambicioso objetivo es eliminar el 90 por ciento del plástico flotante en 2040.

Se trata de tres ejemplos de cómo se puede contribuir a contener la basura marina y mitigar la contaminación de los océanos. No hay que olvidar que suponen el 97 por ciento del agua del planeta.

 

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El cambio climático es el reto más grande al cual se enfrenta la humanidad y parar el calentamiento global es esencial para garantizar nuestra supervivencia. La transición energética hacia fuentes de energía más limpias y renovables es un factor clave para conseguirlo. ¿Hasta qué punto es factible?

 

El último Informe de Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial constata que los acontecimientos meteorológicos extremos, la pérdida de biodiversidad, el colapso de los ecosistemas y la escasez de recursos naturales suponen el riesgo más grande para la humanidad durante la próxima década.

La causa principal es la quema de combustibles fósiles, que ha ido aumentando a medida que lo ha hecho la población humana. Su combustión genera gases invernadero que atrapan los rayos del Sol en la atmósfera terrestre, elevando la temperatura media de la superficie del planeta.

 

Sin tiempo para parar el calentamiento global

Las emisiones de gases de efecto invernadero llegaron a máximos históricos en la década pasada. Aunque el ritmo de su crecimiento ha disminuido, el informe “Climate Change 2022: Mitigation of Climate Change” advierte que solo será posible limitar el calentamiento global a 1,5 °C si se produce una reducción inmediata y profunda de las emisiones.

Para conseguirlo, habría que reducir estas emisiones a casi la mitad de aquí a 2030 y que fueran nulas a mediados de siglo. En la cumbre de la COP28, celebrada el pasado mes de diciembre en Dubai, se acordó triplicar el uso de las energías renovables en los próximos cinco años.

Aun así, el mundo todavía consume más de 35.000 millones de barriles de petróleo cada año. Esta dependencia en los combustibles fósiles es insostenible, tanto desde un punto de vista productivo como medioambiental. Los expertos calculan que ya se han agotado un 40% de las reservas mundiales de petróleo y que, al ritmo actual, solo quedan por unos 50 años más.

 

¿Puede funcionar el mundo solo con energías renovables?

La energía renovable es cualquier tipo de energía que procede de una fuente que no se agota con el tiempo. Hay muchas fuentes de energía renovable, como la energía solar, la eólica o la geotérmica, y son importantes porque, a diferencia de los hidrocarburos, son infinitas y casi no producen emisiones contaminantes.

El principal problema de las energías renovables es la inestabilidad de su producción y el almacenamiento, de forma que se puedan distribuir fácilmente. Es decir, quedan limitadas en función de su disponibilidad y ubicación, lo cual las hace poco rentables. Eso sí, se podría reducir el coste mediante el desarrollo de tecnologías más avanzadas para capturar la energía y transportarla de forma más eficiente.

En este contexto, un estudio realizado por IRENA, la Agencia Internacional de Energías Renovables, demuestra que un modelo energético 100% renovable es posible y marca el camino hacia una reducción del 45% de las emisiones de dióxido de carbono (CO₂) respecto a los niveles de 2010 para el 2030, y de cero emisiones para el 2050.

El análisis de IRENA llega a la conclusión que ya tenemos las tecnologías que nos pueden conducir a un sistema energético descarbonizado con soluciones que pueden desplegarse rápidamente y a escala. El estudio muestra que más del 90% de las soluciones que hacen posible el objetivo del 2050 pasan por las energías renovables a través del suministro directo, la electrificación, la eficiencia energética, el hidrógeno verde y la bioenergía combinada con la captura y el almacenamiento de carbono.

La Agencia argumenta que el aumento del precio de la electricidad en el mercado mayorista ha sido provocado por el elevado precio del gas con el cual se produce la electricidad porque, de momento, las energías renovables no dan la estabilidad necesaria para poder garantizar el suministro eléctrico. Por lo tanto, cuanto antes consigamos una economía descarbonizada, antes dejaremos atrás esta dependencia y las extremas variaciones de precios asociadas a ella.

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A la utilidad del oro en el terreno financiero, ornamental y tecnológico habrá que sumar su contribución a la sostenibilidad del planeta. Una investigación ha descubierto que un catalizador de nanopartículas de este metal precioso permite convertir materiales de desecho, como la biomasa y el poliéster, en útiles compuestos orgánicos de silicio. 

 

Los residuos plásticos suponen un problema para la humanidad. Por eso se están invirtiendo muchos recursos en la búsqueda de fórmulas que permitan reciclarlos y darles una nueva vida útil. Diversas líneas de investigación pretenden convertir esos materiales de desecho en compuestos y productos útiles de una forma eficiente.

Una de ellas, en la que trabajan científicos de la Universidad Metropolitana de Tokio, ha descubierto que las nanopartículas de oro soportadas sobre una superficie de óxido de circonio permiten convertir materiales de desecho, como la biomasa y el poliéster, en compuestos organosilanos, que son valiosos productos químicos con una amplia gama de aplicaciones. Los resultados de su estudio se publicaron recientemente en el prestigioso ‘Journal of the American Chemical Society’.

El nuevo protocolo saca partido de la combinación de las nanopartículas de oro con un soporte de óxido de circonio, cuyas características le permiten reaccionar como base y como ácido. Esto hace posible reciclar los residuos en unas condiciones menos exigentes y de una forma más ecológica que con los sistemas investigados hasta ahora.

Nueva vida para los residuos plásticos

El equipo de investigadores lleva tiempo trabajando en la conversión de plástico y biomasa en organosilanos, que son moléculas orgánicas con un átomo de silicio unido al carbono utilizadas en revestimientos de alta calidad y en la producción de productos farmacéuticos y agroquímicos. 

El problema hasta ahora era que la adición del átomo de silicio implicaba la utilización de reactivos sensibles al aire y a la humedad que requieren altas temperaturas y condiciones ácidas o básicas extremas. Como consecuencia, el proceso de conversión no resultaba nada eficiente para el medio ambiente.

Un paso clave

El gran hallazgo es que el nuevo catalizador con nanopartículas de oro hace que los grupos de éter y éster, ambos abundantes en plásticos como el poliéster y compuestos de biomasa como la celulosa, reaccionen con el disilano y se formen útiles organosilanos. Y para ello solo es necesario un calentamiento suave en disolución

Los investigadores han identificado que la clave en la eficacia de esta conversión radica en la combinación de las nanopartículas de oro y la naturaleza anfótera del soporte de óxido de circonio, es decir, su capacidad para actuar indistintamente como base y como ácido.

Doble ventaja

Este sistema no solo permite descomponer los poliésteres en condiciones mucho menos exigentes que las utilizadas hasta ahora. Lo más importante es que los productos de la reacción son compuestos valiosos listos para su uso. 

El equipo de investigadores espera que esta nueva vía de producción de organosilanos permita avanzar hacia un futuro neutro en emisiones de carbono, al permitir el reciclaje de residuos plásticos de forma eficiente y evitar que miles de toneladas de ellos acaben ardiendo en plantas incineradoras.

 

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La “mineria urbana”, que consisteix a recuperar i reaprofitar els metalls presents en vehicles, motors, electrodomèstics, bateries i dispositius electrònics, podria cobrir totes les nostres necessitats de metalls com l’or o el coure, sense necessitat d’obrir noves mines. Molts immigrants irregulars, uns 50.000 només a Barcelona, sobreviuen gràcies a aquesta activitat en condicions precàries.

 

L’elevada demanda d’alguns metalls està provocant l’obertura de noves mines, que són poc sostenibles des d’un punt de vista mediambiental. De fet, la mineria tradicional genera cada any a la Unió Europea 150.000 milions de tones de runam i 12.000 milions de tones de llots. Una alternativa seria potenciar la mineria urbana. Es calcula que, a més de minimitzar la generació de residus, la mesura permetria reduir un 76% la contaminació dels aqüífers i un 40% el consum d’aigua.

Malgrat l’augment de la demanda previst per a les pròximes dècades, un informe d’Ecologistes en Acció adverteix que la mineria urbana bastaria per a cobrir el 100% de les necessitats de metalls com l’or o el coure, i més de la meitat de les de neodimi i níquel. En el cas del cobalt i el liti, la demanda dels quals està creixent exponencialment, la recuperació serviria per a cobrir el 8,3% i el 2,7%, respectivament. No obstant això, gran part d’aquests metalls acaben desaprofitats en abocadors.

 

Ni pagats ni reconeguts

Tot i que l’or es troba 100 vegades més concentrat en un telèfon mòbil que en les mines de major llei, la recuperació de metalls com aquest es veu frenada per motius econòmics: amb la legislació actual, surt més a compte extreure’ls de les mines que recuperar-los dels aparells rebutjats. I això que part del procés sol fer-se de manera informal.

Només a Barcelona pot haver-hi més de 50.000 persones que cada dia realitzen llargues jornades recollint peces metàl·liques, com explica Federico Demaria, professor d’Economia ecològica i Ecologia política de la Universitat de Barcelona. En molts casos són subsaharians sense papers que no poden regularitzar la seva situació. De fet, l’1 de març se celebra el Dia Mundial del Reciclador pel servei que presten aquest tipus de persones al medi ambient i a la societat de manera precària. Sense ells, gran part de la ferralla acabaria en abocadors.

A diferència d’algunes empreses privades que cobren de l’Administració per recollir, transportar i reciclar aquests materials, aquests recicladors informals contribueixen a l’economia circular sense cap mena d’ajuda. Es limiten a recollir el material metàl·lic de pisos i locals en obres, o el que troben al carrer, per a vendre’l a petites deixalleries legalitzades. Al seu torn, aquestes el canalitzen cap a la indústria recicladora establerta, que mou milers de milions d’euros.

 

Una vida precària

Un estudi del Gremi de Recuperació de Catalunya calcula que del més de mig milió de tones de residus metàl·lics que es van recuperar a Catalunya l’any 2013, almenys una cinquena part l’havien recollit els recicladors informals.

Fa uns anys l’Ajuntament de Barcelona va impulsar la creació d’Alencop, una cooperativa pionera que va regularitzar la situació d’una trentena d’aquests recicladors informals. Tot i que aquesta iniciativa va haver de baixar la persiana arran de la pandèmia, part de la seva plantilla es va integrar en una empresa privada sense ànim de lucre anomenada Andròmines.

Els seus treballadors es poden considerar uns privilegiats dins d’un col·lectiu que malviu pels carrers de la Ciutat Comtal. I la situació podria empitjorar per a molts d’ells per la seva falta de visibilitat. Cal no oblidar que existeixen grans interessos econòmics entorn de la indústria del reciclatge. Les empreses de gestió de residus, la majoria privades i amb plantilles subrogades, poden moure fitxa per a que el model de recollida s’emmotlli encara més als seus interessos i empenyi una mica més cap als marges als recicladors informals.

 

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¿Es posible detener el calentamiento global? Durante casi una década la organización Project Drawdown ha insistido en que no se trata de una utopía si se toman las medidas adecuadas para detener la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

 

Las emisiones de gases de efecto invernadero alcanzaron en la década pasada máximos históricos, por lo que el ritmo del calentamiento global se ha intensificado. La temperatura está aumentando a un ritmo de casi 0,2 °C por década. Y lo peor es que podría subir 1,5 °C más entre 2030 y 2052, según un informe de la ONU.

En este contexto, la publicación en 2017 del libro ‘Drawdown’ generó un enorme eco mediático. Con cerca de un centenar de propuestas, se trataba del plan más completo hasta aquel momento para revertir el calentamiento global. El título hacía referencia a ese deseado momento futuro en el que los niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera dejen de aumentar e inicien un descenso paulatino que evite consecuencias catastróficas. 

El equipo editorial del libro siguió avanzando en sus propuestas para alcanzar ese “punto crucial para la vida en la Tierra; un punto que debemos alcanzar de forma tan rápida, segura y equitativa como sea posible”, según detallan en su web. En 2020 publicaron “El informe Drawdown”, que actualiza sus propuestas y plantea una serie de reflexiones fundamentales sobre el equilibrio climático.

 

Un informe de referencia

Sus soluciones hacen especial hincapié en los ámbitos energético, industrial, alimentario, del transporte y de la construcción, al sumar el 90% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Las propuestas, que pretenden servir de punto de partida para legisladores, instituciones e individuos, se basan en diez ideas clave que deberían guiar los esfuerzos de la humanidad para evitar el desastre medioambiental. 

  1. Es posible alcancar el punto “drawdown” a mitad de siglo. Sí, a pesar de las dificultades, es posible detener el incremento de las emisiones, pero para ello es necesario maximizar las soluciones climáticas disponibles en la actualidad. Como advierte el informe, “disponible es mejor que nuevo, y la sociedad está preparada para empezar dicha transformación a día de hoy”. 
  2. Se precisa un sistema completo de soluciones. No existe un remedio único y milagroso para un problema tan complejo como la crisis climática. Muchas de las soluciones pueden combinarse y hacer que se retroalimenten para obtener el mayor impacto posible. Por ejemplo, los edificios eficientes hacen que la generación de electricidad renovable sea más viable. 
  3. Las soluciones raramente tienen solo un impacto climático. Muchas de ellas pueden generar empleo, mejorar la resiliencia ante impactos climáticos como tormentas y sequías, y proporcionar otros beneficios medioambientales como la preservación de recursos hídricos. 
  4. El ahorro que suponen las soluciones climáticas supera de forma significativa a los costes. Los argumentos acerca de la falta de viabilidad económica de la acción climática son falsos. El informe calcula que los ahorros operativos netos multiplican por entre cuatro y cinco los costes de implementación netos. Y si tenemos en cuenta el valor financiero de los beneficios asociados, como el ahorro en servicios sanitarios gracias a la reducción de la polución, y los daños climáticos evitados, como la reducción de las pérdidas en agricultura, el argumento económico es todavía más sólido.
  5. Es fundamental impulsar las soluciones que reducen o sustituyen el uso de combustibles fósiles. El uso de combustibles fósiles para electricidad, transporte y calefacción genera dos tercios de las emisiones de gases que atrapan calor en el mundo. De ahí la importancia de este apartado. Aproximadamente el 30% de las soluciones propuestas en el informe plantean una reducción de su utilización a través de una mayor eficiencia y casi otro 30% plantea alternativas. Estas medidas, que abarcan desde el impulso de las energías solar y eólica a la readaptación de edificios, pueden proporcionar casi dos tercios de las reducciones de emisiones necesarias para llegar al punto “drawdown”. 
  6. Hay que favorecer los sumideros de carbono de la naturaleza. Si queremos evitar que se desborde el agua de una bañera, podemos cerrar el grifo, pero también quitar el tapón para que el líquido se vaya por el sumidero. Algo similar sucede con el carbono en la naturaleza. Las actividades humanas pueden favorecer los sumideros de carbono naturales, y muchas soluciones climáticas basadas en ecosistemas o relacionados con la agricultura tienen el doble beneficio de reducir emisiones y absorber el carbono. 
  7. No se presta la suficiente atención a algunas de las soluciones climáticas de mayor impacto. El informe advierte que, más allá de las turbinas eólicas terrestres y las plantas fotovoltaicas a escala industrial, es imprescindible avanzar en aspectos como la reducción de los desperdicios alimentarios o mejorar los procesos de desecho de refrigerantes químicos, que son potentes gases de efecto invernadero. 
  8. Se precisan aceleradores para impulsar soluciones a la escala, velocidad y alcance necesarios. Algunos aceleradores, como el cambio de políticas y el desplazamiento de capitales, están más cercanos y tienen impactos más directos. Otros, como los cambios culturales y la generación de poder político, están más alejados y son más indirectos en sus efectos. 
  9. Los cambios se deben dar a todos los niveles, desde el individual hasta el global. La crisis climática requiere cambios sistémicos y estructurales en nuestra sociedad. Son necesarias intervenciones a escala individual, de comunidad, organizativa, regionales, nacional y global para maximizar los beneficios y lograr la transformación. 
  10. Serán necesarios mucho compromiso, colaboración e ingenio para revertir la actual situación. El informe advierte que “la senda en la que nos encontramos es mucho más que arriesgada, y es fácil sentirse paralizado por ese peligro”. Sin embargo, también recalca que el cambio es posible: “juntos podemos construir un puente desde donde estamos ahora hacia el mundo que queremos” para las generaciones venideras.

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¿Cómo afecta la gestión ganadera al medio ambiente? Dos asociaciones ganaderas del Segrià (Lleida) han convertido el problema de los purines en una solución. Han creado una planta de compostaje pionera en el Estado. Hemos hablado de ello en un nuevo episodio de Personas, con Miquel Serra, uno de los impulsores del proyecto.

 

Con no más de 10.000 habitantes, Alcarràs es el municipio de Europa con más densidad de granjas por kilómetro cuadrado. En total, reúne 45.000 cabezas de novillo, 35.000 madres de porcino y unas 250.000 plazas de engorde. Por eso, para los vecinos, la gestión del nitrógeno que provocan los purines era importantísima para cumplir con los estándares europeos. Así es como nació el proyecto de la planta de compostaje, impulsada por las dos grandes entidades ganaderas del municipio, para convertir los purines en abono.

Y lo hicieron de manera colectiva, tal como recuerda Serra. El proyecto les ha costado 1,5 millones de euros. “El estiércol de vacuno es de mejor gestión. Y en las granjas de porcino, donde tenemos separadores de estiércol sólido y líquido, nos interesaba poder gestionar el estiércol sólido. La planta de compostaje nos tenía que permitir hacer una gestión separada entre ambos estiércoles, porque el producto de vacuno está catalogado como producción ecológica; y el de porcino, no, a pesar de que sí que se puede usar para agricultura convencional”, detalla Serra, que es miembro de la entidad impulsora en Alcarràs Bioproductors.

Un caso excepcional

¿Y por qué no hay más plantas de compostaje como la de Alcarràs en todo el territorio? “Hasta ahora, todas las plantas de compostaje las ha montado gente que quería hacer negocio. Y una manera era hacer gestión otros subproductos que son de difícil tratamiento y por la cual las empresas pagaban a las plantas de compostaje. Esto es lo que las hacía viables”, explica Serra.

Por otra parte, en Alcarràs querían una planta de compostaje de estiércol y purines, sin buscar primero la rentabilidad, sino el beneficio medioambiental y la continuidad de sus granjas, y esto la convierte en un caso único en el Estado. “Hay que pensar que nuestro negocio es el de producir carne”, argumenta el impulsor, que explica que, no obstante, ya hay tres multinacionales que se han interesado para comprar el compostaje que producirán. “Al final estamos convencidos de que lo conseguiremos hacer viable”, reconoce.

Sobre la financiación, todavía no se han planteado la ayuda de los fondos europeos, porque la iniciativa nació antes, pero Serra explica que se sienten muy acompañados por el Departament d’Agricultura y la Diputació de Lleida. “A través del proyecto BioHub Km 0, pensado para reactivar la economía de la zona, hemos podido gestionar una pequeña subvención que nos permite ser más ambiciosos”, explica Serra. De hecho, la planta de compostaje es solo el primer paso para un proyecto más grande de economía circular y sostenible. Se trata de generar una alternativa que permita conservar y valorar el talento del territorio. Convertir purines en abono puede ser la solución sostenible definitiva, pero siguen investigando más usos. Por ejemplo, del estiércol se puede extraer celulosa que se podría utilizar para hacer tejidos. Quizás el futuro de la moda sostenible será llevar ropa hecha con tejidos de purines.

 

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