La mejora del sistema extractivo
La exuberancia económica de finales del siglo XVII hará creer a las monarquías europeas que la riqueza del mundo es estática y que solo hay que repartirla. La constante entrada de oro y de plata dentro de la economía les permitirá universalizar su idea de civilización, y se aprovecharán de la maravilla causada en aquellas culturas con prácticas y creencias ancestrales. De los 700 millones de personas que habitarán el mundo, casi 120 millones vivirán en Europa, dado que la mundialización —iniciada dos siglos antes— les posibilitará una variedad alimentaria que les permitirá alargar su esperanza de vida.
Oriol Garcia Farré, historiador y agente 11Onze
Al finalizar el siglo, los europeos habrán verificado empíricamente toda la tierra, lo cual les permitirá generar una cartografía basada en la observación de la realidad. Lejos quedará aquella geografía imaginaria fundamentada en las supersticiones dogmáticas. De este modo, aparecerán infinitud de descripciones sobre civilizaciones exóticas dentro del imaginario europeo, el cual dibujará un cambio en los gustos —más orientalizados— y suscitará una progresiva actitud crítica ante las creencias que los europeos tienen sobre el mundo. Este sentimiento de universalidad cultural se irá diluyendo a medida que el europeo entienda que el mundo también está habitado por una multitud de culturas y civilizaciones, las cuales son diferentes de las descripciones contenidas a la Biblia.
Por lo tanto, la adopción del pensamiento crítico comportará la codificación enciclopédica de la naturaleza a través del revolucionario método científico, el cual se basará en la observación, la experimentación y la especulación empírica. La física —escrita con lenguaje matemático— describirá las formas y las medidas de los cuerpos celestes, mediante el uso de la recientemente creada geometría analítica. Y a partir de este momento, la ciencia será un corpus de conocimiento diferenciado de la filosofía y la religión. Todo ello desembocará en una percepción de la realidad que provocará que las élites intelectuales europeas se cuestionen conceptos tan básicos como la propiedad, la justicia, el poder y, por encima de todo, la religión.

“La adopción del pensamiento crítico comportará la codificación enciclopédica de la naturaleza a través del revolucionario método científico, el cual se basará en la observación, la experimentación y la especulación empírica.”
El cuestionamiento de la divinización del poder
De manera clara, la Iglesia — tanto la católica como la protestante— tendrá que hacer frente a multitud de voces discordantes que dudarán sobre el origen divino de los textos sagrados, dado que se cuestionará la autoría divina de las Sagradas Escrituras. Entonces, la religión se convertirá en un asunto individual y privado entre el hombre o la mujer con Dios. Y en virtud de esta privatización, los europeos progresivamente se liberarán de depender obligatoriamente de las disciplinas dogmáticas impuestas por la Iglesia desde el siglo X.
El hecho de cuestionar el cimiento sagrado que justificaba la existencia de los Estados cristianos, agrietará la legitimidad confesional de la autoridad política representada por el monarca. Con la toma de conciencia del propio yo —a través del principio racional “cogito ergo sum”— se inaugurará la filosofía moderna que llevará a los sabios ilustrados a cuestionar abiertamente la divinización del poder real.
Este innovador pensamiento racional provocará un choque frontal entre los partidarios del poder absoluto —en manos de una sola persona y defendido enconadamente por todas las monarquías europeas— contra los defensores del estado natural del ser humano, los cuales argumentarán que “ningún hombre no puede ser sometido a la voluntad arbitraria de otro hombre, ni puede ser obligado a obedecer leyes que otro hombre no seguiría como él.” Este pensamiento provocará una profunda crisis de la conciencia europea, la cual abrirá el camino hacia la invención de la libertad y la reclamación de la igualdad social.
El poder absoluto y el mercantilismo
Los teóricos del poder monárquico —como Jean Bodin o Thomas Hobbes— justificarán el absolutismo como la forma más perfecta de gobierno y la única capaz de gestionar la gran acumulación de riquezas que se extraen de las colonias. El alto funcionariado —designado por el mismo rey— desarrollará mecanismos cada vez más eficaces para organizar meticulosamente las finanzas del Estado, dado que sus ganancias no solo se conseguirán por medio de la introducción de gran cantidad de oro y de plata dentro del sistema económico, sino que también se maximizarán las exportaciones y minimizarán las importaciones con la ayuda de estratégicos aranceles.
Convencidos de que la riqueza del mundo era estática porque solo había que cogerla, intercambiarla o robarla, las monarquías absolutistas perseguirán cualquier intromisión o iniciativa privada que desestabilice el sistema del comercio internacional, como por ejemplo la persecución sistemática de la piratería. En cambio, la multitud de conflictos bélicos entre las diferentes monarquías europeas —a lo largo del XVII y XVIII— serán vistos como un intercambio necesario de riquezas, territorios o personas en que todas saldrán ganando o perdiendo, y de este modo se mantendrá el sistema económico vive, el cual siempre tendrá que sumar cero.
Las monarquías europeas —anonadadas por la abundancia— se olvidarán completamente de la vida de sus súbditos. Maravilladas por la situación, serán incapaces de aplicar mejoras sociales y económicas y pronto toparán con el grave problema de la pobreza colectiva dentro de sus sociedades. Y en un contexto de un incipiente conflicto social —como será el de principios del siglo XVIII—, los economistas de la época, Colbert, Mun, Serra o Misselden, defenderán la aplicación de una política de salarios bajos como única vía para conseguir la competitividad en el comercio internacional, seguido del perverso argumento que “si la población dispone de salarios superiores al nivel de subsistencia, estos serán los causantes de la reducción en el esfuerzo laboral.”
La riqueza extraída de las colonias, no solo se acumulará o se transformará en los recursos productivos que la economía requiere, sino que sobre todo se utilizará para ser exhibida a través de las artes —arquitectura, pintura y escultura—, las ciencias y la cultura. Y todo ello desembocará en una paradoja cuando las principales monarquías absolutistas —francesa, austríaca, rusa o castellana— serán capaces de vivir dentro de sus fastuosos palacios, en la más exquisita y refinada opulencia, sin importarles la escasez de recursos con los cuales vivían la mayoría de sus súbditos. Aun así, esta dinámica estructural se desmenuzará con la irrupción del racionalismo ilustrado dentro del pensamiento europeo, que contribuirá a la rotura definitiva del statu quo de siglos de excesos monárquicos. El despotismo ilustrado le atribuirá al monarca la misión de llevar el progreso económico y el bienestar social a todos sus súbditos, cosa que producirá infinitud de conflictos sociales. Y en este punto, no todas las monarquías europeas abordarán el problema de redistribuir la riqueza del mismo modo.

“Las principales monarquías absolutistas serán capaces de vivir dentro de sus fastuosos palacios, en la más exquisita y refinada opulencia, sin importarles la escasez de recursos con los cuales vivían la mayoría de sus súbditos.”
Dos soluciones para un mismo problema
Una de las respuestas la dará la Corona de Castilla a través de sus políticas económicas, las cuales todavía le permitirán ostentar una relativa predominancia internacional. A pesar de todo, la extracción masiva de metales preciosos del “Nuevo Mundo” —que le había permitido obcecarse con su particular idea de universalización cultural— le había provocado una miopía y una nula adaptabilidad a los movimientos cambiantes de la economía. Por lo tanto, ante el reto de redistribuir la prosperidad entre sus súbditos, se encontrará atrapada entre una deuda gigantesca y una sociedad poco dinámica que dependerá mayoritariamente de las decisiones reales y de los recursos que llegan de las colonias. Todo ello pondrá de manifiesto la existencia de una pirámide social parasitaria que provocará que un solo campesino —condicionado por el sistema de censos y de fueros— esté obligado a alimentar a treinta no-productores.
Por lo tanto, la estrategia que seguirá la Corona de Castilla —a través de los ‘válidos’ del rey, los famosos duque de Lerma, el conde-duque de Olivares o el padre Nithard— será la de ejercer una fuerte presión fiscal mediante el incremento o creación de nuevos impuestos sobre las frágiles economías campesinas, o sobre las clases urbanas por medio de constantes subidas de precios y bajadas de salarios. Este programa económico buscará obtener los máximos recursos para continuar sustentando la idea de Imperio, dado que hasta entonces los había permitido disfrutar de una balanza comercial positiva. En contraposición, se situarán la nobleza y el clero, los cuales quedarán totalmente exentos de todas estas cargas fiscales, aparte de permitirles incrementar el cobro de sus rentas. Al final, todo desembocará en un importante empobrecimiento de la sociedad castellana, con consecuencias tan desastrosas sobre la natalidad y el despoblamiento de grandes territorios de la Meseta, y que no se recuperará totalmente hasta principios del siglo XX. Y para remachar el clavo, la sociedad será secuestrada por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, la cual velará —a través de la censura, la crema de libros “prohibidos” y un integrismo misógino— para que no germine ningún pensamiento crítico que rehúya de la línea oficialista.
Por otro lado, encontramos la respuesta de los territorios del norte de Europa —como son la Corona inglesa y las diecisiete Provincias Unidas— la cual supondrá introducir con firmeza las ideas ilustradas dentro de la sociedad, la política y la economía. Mientras Inglaterra acabará constituyéndose en una monarquía parlamentaria, a través de un proceso político que limitará el poder del monarca y la separación de poderes, la unión militar de Utrecht —constituida por las diecisiete Provincias Unidas— combatirá enérgicamente hasta la Paz de Münster la ocupación de la Corona de Castilla por devenir la república de las Provincias Unidas del Norte. Ambos territorios adoptarán una nueva mirada sobre el comercio que provocará la mutación del sistema económico y adoptará una lógica de libre mercado sin restricciones ni protecciones estatales. La generación de riqueza ya no se hará a través de la sangre, sino que será por medio de la habilidad que tenga el individuo en la acumulación de capitales cosa que hará aparecer la plusvalía, origen de la nueva conflictividad. Y en este nuevo paradigma económico, el Estado ya no tendrá cabida dado que los elementos básicos e irreducibles que impulsarán esta nueva mentalidad será —tanto para empresas como para individuos— bajo el imperativo económico de maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas.

“En contraposición, se situarán la nobleza y el clero, los cuales quedarán totalmente exentos de todas estas cargas fiscales, aparte de permitirles incrementar el cobro de las sus rentas.”
Cambio de paradigma económico
La universalidad cultural que había imperado hasta entonces será sustituida por nuevos razonamientos basados en “si se puede demostrar que el rendimiento económico que toda la producción industrial del mundo tiene que estar concentrada en Madagascar o en las islas Fiyi o que toda la población de África negra se tiene que trasladar al Nuevo Mundo para trabajar en las plantaciones de algodón o de la caña de azúcar, no existe ningún argumento económico que pueda parar estas iniciativas.” Y de este modo, el capitalismo impondrá una globalización cada vez más extensa y llegará a regiones cada vez más remotas, las cuales serán transformadas de manera más profunda.
El mundo se dividirá en parcelas productivas siguiendo criterios globales como “no tiene ningún sentido producir plátanos en Noruega porque su producción es mucho más barata en Honduras”. Por lo tanto, cuando los terratenientes argentinos solo produzcan carne o los granjeros australianos solo serán expertos productores de lana, será el momento en que habrán abandonado su propia producción agrícola, puesto que les resultará más beneficioso comprar las producciones cereales para el autoconsumo en el exterior. De este modo, estas transacciones les permitirá especular y sacar más rendimiento económico a sus inversiones.
Y en este sentido, tanto Inglaterra como Holanda serán los únicos exportadores de capitales y servicios financieros a las colonias americanas o asiáticas con el fin de desestabilizar los antiguos imperios —Castilla y Portugal— y de este modo asegurarse las materias primeras para la incipiente revolución industrial. Las bolsas de Londres o Amberes —fundadas a finales del XVII— se convertirán las capitales comerciales de la nueva economía que se basará sobre las expectativas de un dinamismo especulativo, las cuales serán participadas principalmente por los descendentes de aquellos judíos sefardíes expulsados por la Monarquía Hispánica a finales de los XV.
Desde el principio, tanto Inglaterra como Holanda tuvieron la certeza que para desarrollar el nuevo paradigma económico había que poner en marcha un proceso de concentración de la actividad económica por medio de la urbanización de las zonas costeras, cosa que les posibilitó el impulso de la construcción naval y el desarrollo de manufacturas próximas a los puertos. Esto les permitió convertir sus litorales en espacios económicamente muy dinámicos y potentes. Un hecho similar sucederá en la costa peninsular mediterránea, la cual pasará a ser uno de los territorios con un crecimiento económico similar al de los territorios del norte de Europa. Será entonces cuando Cataluña adquirirá la cohesión territorial sobre las bases de un sistema urbano estrechamente entrelazado con Barcelona —como centro comercial y político— a la vez que se desarrollará la industria para los pueblos próximos —Sants y San Martín de Provenzales— y la actividad mercantil se reorientará hacia el Atlántico y el interior peninsular.
El arco cronológico que va desde el Tratado de Tordesillas hasta la declaración de independencia de los Estados Unidades de América supone el primer proceso —a escala mundial— del reparto y explotación de todo el mundo, por parte de las monarquías europeas. Durante este periodo, se pasará de los suculentos ingresos producidos por los botines de guerra o por los saqueos indiscriminados de las poblaciones autóctonas a una borrachera de oro y de plata —sin precedentes— introducida dentro de la economía europea. Por este motivo, la construcción de los primeros imperios coloniales se basarán en una economía mercantil que les permitirá estar a la altura de las expectativas.
Desde el inicio, las monarquías europeas tuvieron la convicción que todos los territorios del mundo los pertenecían por derecho de conquista. De este modo, la cartografía les permitió ir ampliando y poseyendo la propiedad de una tierra, sobre la cual se autolegitimaron como posesores para imponer —no siempre a través de la fuerza— su modelo de civilización por sobre las sociedades nativas.
Este proceso de supremacía cultural se fundamentó sobre la certeza religiosa de cuestionar la verdadera naturaleza humana de los nativos. Y la firme creencia en este razonamiento motivará las monarquías europeas a proyectar una geografía de grandes espacios para cristianizar. La codicia de los recién llegados dará lugar a numerosos abusos y genocidios, pero también supondrá una catástrofe demográfica sin precedentes en cuánto los territorios del nuevo mundo verán reducida a un 80% de su población nativa.
El progresivo desarrollo de las técnicas marítimas —como por ejemplo, la mejora de la brújula, la construcción de las carabelas o la actualización de los mapamundis— permitirá a los europeos ser capaces de navegar por todos los mares y océanos que configuran el planeta en pocos años. Esta gesta tendrá como consecuencia la división del mundo en dos mitades, dos líneas geográficas que, trazadas entre los dos polos, les otorgará la potestad rubricada por la autoridad papal a repartirse el mundo por zonas de navegación, de pesca y de conquista. La primera línea se situará a 370 leguas en el oeste de las Islas del Cabo Verde, mientras que la segunda se fijará a 297,5 leguas al este de las islas Molucas.
El descubrimiento de importantes yacimientos de metales preciosos en América —entre México y Perú— o la llegada en las islas de las especies del sudeste asiático, propició la fundación o refundación de importantes ciudades americanas, africanas o asiáticas, las cuales adquirirán otro rol territorial a fin de asegurar importantes flujos de riqueza hacia Europa regularmente. De este modo, las monarquías europeas empezaron a controlar todo el comercio que pasará por sus territorios, con la voluntad de proteger sus ganancias económicas.
Desde principios del siglo XVI hasta mediados de siglo XVIII, los primeros imperios coloniales mantendrán un estricto monopolio mercantilista con sus colonias, y se prohibirá comerciar con personas o empresas que no sean súbditos o afines en la Corona. Castilla, por ejemplo, considerará los ingleses, holandeses o franceses, no como competidores sino como enemigos y causantes de prácticas corsarias e instigadores de actos de pirateria.
El sistema mercantilista colonial
El comercio con las colonias se fundamentará bajo la premisa que los colonos tendrán que vender sus materias primas —abajo precio y con altos impuestos— exclusivamente a empresas designadas por la Corona. A la vez, los colonos solo podrán comprar los productos de consumo manufacturados por este selecto grupo de empresarios. De este modo, las monarquías favorecerán el enriquecimiento ilimitado de empresas e individuos próximos en el Estado, dado que se les anulará la competencia. Este sistema mercantilista creará necesidades inútiles para los nativos y buscará el mantenimiento perpetuo del subdesarrollo de las colonias —tanto americanas, africanas como asiáticas— con el propósito de anular posibles competidores directos con la metrópolis.
Y para rizar el rizo, el alto funcionariado próximo al consejo del rey también jugará un papel muy destacado en este innovador sistema económico, puesto que disponía de la capacidad de agilizar o atrasar trámites burocráticos para favorecer unos u otros. Por lo tanto, será inevitable la aparición de un comercio ilícito y paralelo entre colonias y propiciará que muchos empresarios, tanto grandes como pequeños, busquen la manera de burlarse de los controles burocráticos impuestos por la misma Corona.
Actuando como nuevos ricos, los primeros imperios coloniales —principalmente Castilla— gastarán una cantidad indecente de recursos económicos para construir su concepto de civilización. Esta obsesión —a veces incontrolada— les llevará a embarcarse en infinidad de conflictos de todo tipo, como por ejemplo: disputas teológicas, conflictos familiares, asuntos comerciales o fastuosas construcciones megalómanas.

“Este sistema mercantilista creará necesidades inútiles para los nativos y buscará el mantenimiento perpetuo del subdesarrollo de las colonias —tanto americanas, africanas como asiáticas— con el propósito de anular posibles competidores directos con la metrópolis.”
Financiando el imperio con metales preciosos
Coincidiendo con el momento de mayor extracción económica de las colonias americanas —entre finales XVI y principios del XVII— Castilla destinará más de 7 millones de ducados al mantenimiento de su flota en el Mediterráneo durante la famosa batalla de Lepanto. En unos siete años aproximadamente, se gastará la barbaridad de 11,7 millones de ducados para financiar las innumerables campañas de Flandes.
Para conmemorar la victoria en la batalla de Saint-Quentin contra las tropas francesas, se destinarán cerca más de 6,5 millones de ducados para construir el fastuoso Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Gracias a la construcción y puesta en marcha de la Grande y Felicísima Armada, la conocidísima Armada invencible por sus adversarios, enviarán 9 millones de ducados directamente al fondo del mar. Y como no podía ser de otro modo, esta civilización católica y universal necesitará la construcción de una nueva capital a la orilla del río Manzanares. Para el lector que tenga curiosidad por la conversión, el ducado del siglo XVI y de comienzos del siglo XVII tendría actualmente una equivalencia de unos 167,1 euros. ¡Cierto, las cifras son… estremecedoras!
Por lo tanto, entre el 1500 y el 1650, la monarquía castellana —y por proximidad, el resto de monarquías europeas— vivirá dentro de una verdadera burbuja económica generada por la entrada masiva de los metales preciosos. Los últimos estudios estiman que la Corona castellana habría extraído de las colonias americanas unas 17.000 toneladas de plata y unas 70 toneladas de oro. Esta borrachera de metales conducirá al Estado a tener una visión tergiversada de la economía real.
La paradoja se producirá cuando, a pesar de la ingente entrada de oro y de plata y el cobro de impuestos elevados, no llegarán a cubrir todos los gastos producidos por el Estado. Tengamos presente que la Corona castellana solo utilizará esta extraordinaria riqueza para financiar todos los delirios de grandeza de las élites castellanas, que en la mayoría de las veces topará directamente con las necesidades reales de la población. Por este motivo, cuando las oligarquías de un país están más interesadas en trabajar por la fastuosidad que no por las posibilidades reales que ofrece la reinversión de capitales, todo ello conduce a la destrucción del propio tejido productivo.
Endeudamiento de la Corona castellana
A mediados de siglo XVII, la Corona castellana llegará a tener una deuda económica de más de 100 millones de ducados. Esta deuda gigantesca los obligará a declarar sucesivas suspensiones de pagos. Para tapar este agujero, la Corona se verá obligada a emitir gran cantidad de deuda pública que irá a parar en manos de los principales bancos europeos, como por ejemplo la banca alemana —los Fugger o los Welser— y la banca genovesa dels Spínola, Centurione, Balbi, Strata i, sobretot, Gio Luca Pallavicino. La Corona pagará los Welser a través de la concesión de la explotación de las minas de México y el derecho de conquista sobre extensos territorios a las actuales Venezuela y Colombia. Por su parte, los Fugger conseguirán todas las concesiones comerciales sobre los territorios de Chile y Perú. Actualmente, son unas de las familias más poderosas del continente. Y, todos los lujosos palacios de la strada nuova de Génova, arteria del lujo de la ciudad, aún hoy constituyen la concentración más grande de residencias aristocráticas de toda Europa.
Ante las sucesivas crisis financieras que la Corona castellana empezará a sufrir, muchos empresarios europeos residentes a las colonias americanas preferirán no embarcar sus metales preciosos hacia los puertos castellanos —monopolio concedido en Cádiz y Sevilla— por miedo a las masivas confiscaciones decretadas por la Corona. Por eso, buscarán invertir sus activos en otros sectores emergentes de la economía colonial de finales del siglo XVII, como serán la agricultura, la ganadería y la producción de manufacturas.
Por lo tanto, la Corona castellana se verá obligada a buscar nuevas fuentes regulares de ingresos. Por este motivo, pondrá en marcha el ambicioso plan del ministro del rey —el conde duque de Olivares— conocido cómo la Unión de Armas, el cual pretenderá que cada reino que forme parte de la Monarquía Hispánica —o sea, principalmente Portugal y la Corona de Aragón— aporten un número determinado de dinero y soldados.

“A mediados de siglo XVII, la Corona castellana llegará a tener una deuda económica de más de 100 millones de ducados. Esta deuda gigantesca les obligará a declarar sucesivas suspensiones de pagos.”
Flexibilizando el monopolio comercial
Portugal, que formaba parte de la Monarquía Hispánica desde finales del siglo XVI, se negará a conceder cualquier aportación económica de más, dado que Castilla explota sus colonias, lo cual acabará con un conflicto bélico que durará más de 28 años. Finalmente, con el apoyo económico de Inglaterra y Holanda, Portugal conseguirá desatarse del control de los Austrias, pero el precio que tendrá que pagar comportará la cesión de importantes territorios del Brasil y el cambio de titularidad sobre las colonias de Ceilán —actual Sri Lanka—, Ciudad del Cabo, Goa, Bombay, Macao y Nagasaki, entre otros.
En cuanto a la Corona de Aragón, la oligarquía castellana no calibrará la situación correctamente cuando acepte que el rey Felipe IV jure las constituciones catalanas, condición sine qua non para obtener los fondos deseados. La ignorancia sobre las leyes que regulaban las funciones del rey dentro de los territorios catalanes será el foco de importantes discusiones institucionales, dado que el rey —dentro del Principado— estaba obligado por ley a dar explicaciones sobre la utilización de los recursos concedidos. Por su parte, los catalanes estaban más interesados a aprobar sus propuestas de nuevas constituciones catalanas y que se atendieran los agravios, que no en participar en guerras absurdas.
Pero a la génesis del debate institucional —entre Castilla y el Principado— encontramos un problema mucho más profundo. Si desde finales del siglo XVI, Castilla había transitado hacia un sistema político de carácter absolutista, donde el poder solo reside en una sola persona, la cual decide sin tener que rendir cuentas en ningún parlamento, en el Principado pasaba el contrario, donde las Cortes Generales de Cataluña eran el órgano legislativo que representaba todos los estamentos de la sociedad, incluido el rey.
La entrada constante de metales preciosos dentro de la economía castellana se mantendrá estable hasta mediados de siglo XVIII, pero solo un porcentaje muy ínfimo restará dentro del sistema económico castellano, dado que el resto continuará utilizándose para enjugar la monstruosa deuda del Estado. La historiografía estima que hasta el año 1820, el Estado español no se recuperará de este grandioso gasto y será —en gran parte— por el hecho de haberse anexionado la economía productiva de toda la franja mediterránea peninsular a principios del siglo XVIII.
El sistema de privilegios y monopolios desarrollados por la política comercial borbónica continuará haciendo aguas y se verá con la necesidad de introducir nuevos agentes para garantizar la viabilidad del comercio con América. Por lo tanto, con el Real Decreto de Libre Comercio del 2 de febrero de 1778 romperá definitivamente el monopolio de Cádiz y Sevilla y favorecerá el comercio directo de Cataluña con América, que aportará una nueva manera de hacer. Actualmente, y curiosamente, el 34% del PIB del Estado español lo continúa aportando la economía productiva de toda la franja mediterránea peninsular. Por lo tanto, nada es casual…
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El mapa político de la Europa de finales del siglo XV se configura después de infinidad de acontecimientos sociales, políticos y económicos de carácter conflictivo ocurridos durante el siglo anterior y con una población reducida a menos del 50% a causa de la Peste Negra. La nueva geografía política surgida de este proceso mostrará una gran variedad de formas institucionales del poder. Junto a las dos herencias del Bajo Imperio cristiano —el Sacro Imperio y el Papado—, las monarquías feudales saldrán ampliamente reforzadas de todo este callejón sin salida estructural, lo cual las legitimará para gobernar de una manera diferente y las llevará a construir un nuevo concepto de Estado.
Para sustentar toda esta nueva concepción del Estado, las monarquías europeas buscarán los mecanismos básicos que les permita consolidar nuevas estructuras estatales con un carácter marcadamente centralizador y unipersonal. Por este motivo, primero combatirán enérgicamente contra todas aquellas familias poderosas —los Armagnac, los Lancaster, los Braganza, los Mèdici o los Paloma— que tengan la capacidad de disputar sus decisiones. El combate no siempre será por medio del uso de la violencia, sino que se empezarán a crear complots para deslegitimarlos o se les aplicará una milimétrica política matrimonial de antropofagia territorial a fin de ampliar las propiedades estatales de forma permanente, sin la necesidad de un derrame de sangre.
La nueva concepción política llevará a cabo un claro arrinconamiento de los órganos más representativos de la ciudadanía —como por ejemplo las Cortes, los Estados Generales o las Dietas— los cuales serán sustituidos por un potente consejo del rey, mucho más especializado. De este modo, el Estado multiplicará su presencia en el territorio a través de la creación de una potente red administrativa vinculada a las diferentes actividades del nuevo sistema de gestión. En poco tiempo, aparecerá el funcionariado, con carácter vitalicio al finalizar el siglo y que permitirá a un segmento de la población enriquecerse ilimitadamente por el solo hecho de trabajar cerca del poder.
Hasta este momento, las monarquías se habían financiado con sus propios recursos a través de rentas ordinarias vinculadas a los derechos señoriales o los beneficios producidos por sus posesiones, ya fuera por la explotación de los bosques, el troquelado de monedas o el tráfico de esclavos. Pero ahora esto ya no sería suficiente.

“La nueva concepción política llevará a cabo un claro arrinconamiento de los órganos más representativos de la ciudadanía —como por ejemplo las Cortes, los Estados Generales o las Dietas— los cuales serán sustituidos por un potente consejo del rey, mucho más especializado.”
Un cambio de paradigma económico
Las monarquías europeas calmarán su ambición a través de la imposición de una triple estrategia: primero, convertirán aquellos suministros del sistema feudal en regulares y en abundantes, lo cual hará aparecer infinidad de fondos de financiación extraordinarios sobre las personas y los bienes, como por ejemplo las tasas sobre los intercambios, la famosa gabela sobre la sal o los impuestos sobre las viviendas, los fuegos, entre otros; segundo, crearán la necesidad de consumo, como por ejemplo nuevos hábitos alimentarios o la introducción de la moda en la necesidad de vestir; y tercero, forzarán liberarse de la necesidad habitual de tener que pedir consentimiento a sus súbditos, los cuales —todavía representados en órganos institucionales— toparán con el argumento que “en tiempo de paz esta petición es del todo innecesaria”. Pero el elemento clave y fundamental que permitirá que todo este nuevo engranaje funcione a la perfección será la creación de un ejército permanente, orientado a controlar el interior —entre amenazas y persuasiones— y a proyectar el poder del monarca hacia el exterior.
El oro continuará siendo el principal problema de la economía europea dado que todavía será del todo necesario para los intercambios. Desde la Antigüedad, la relación Oriente-Occidente había pasado por infinitud de altibajos, pero su balanza comercial siempre había sido deficitaria —respecto al oro— dado que el continente asiático era pobre en yacimientos del preciado metal precioso. El único oro que llegaba con cierta regularidad a Europa —desde el siglo X— era el oro sudanés, pero este nunca llegará a satisfacer las necesidades de la economía feudal.

“El elemento clave y fundamental que permitirá que todo este nuevo engranaje funcione a la perfección será la creación de un ejército permanente, orientado a controlar el interior —entre amenazas y persuasiones— y a proyectar el poder del monarca hacia el exterior.”
El estudio y valoración de los clásicos grecolatinos
La atmósfera de un fuerte dinamismo económico impregnará todo este periodo, el cual obligará a las monarquías europeas a buscar nuevos campos de acción y nuevas fuentes de beneficios que permitan mantener las nuevas y costosísimas estructuras de Estado. Europa representará un espacio demasiado pequeño para satisfacer la ‘grandeur’ de los nacientes Estados modernos, pero sobre todo testimoniará un déficit de materias primeras. Entonces será cuando aparecerá el verdadero deseo de acercarse hasta el origen de las fuentes del oro africano o las especies orientales.
La cosmovisión de la sociedad medieval estaba condicionada por la religión, las leyendas imaginarias y el desconocimiento geográfico, pero esto cambiará radicalmente a partir del Quattrocento con la recuperación de manuscritos griegos ignorados por la Iglesia —que controlaba la cultura— dado que eran considerados textos paganos. Con la introducción de las reglas básicas sobre la correcta traducción latina —promovida por Petrarca y Boccaccio— se conseguirá transcribir correctamente estos manuscritos que cobrarán un nuevo sentido. Las relecturas de gran cantidad de textos clásicos —como por ejemplo Euclides, Pitágoras, Ptolomeo, Eratóstenes y muchos otros— permitirán construir un nuevo pensamiento crítico que conducirá a los sabios humanistas a querer verificar cuánta certeza contienen los textos antiguos sobre el mundo.
Este humanismo favorecerá la rotura definitiva con la tradición medieval y exaltará las calidades propias de la naturaleza humana. Permitirá descubrir el yo humano y le dará un sentido racional a su existencia. Este antropocentrismo desatará el ser de la maravilla metafísica y lo situará ante las puertas de la curiosidad empírica. La divulgación de este pensamiento innovador será posible gracias a la invención de la imprenta de tipos móviles. Pero este cambio mental también facilitará que un reducido grupo de personas —instaladas tanto a Sagres como Núremberg— empiecen a experimentar y aplicar métodos científicos modernos basados en las matemáticas y la astronomía, los cuales alterarán la cosmovisión universal.

“La cosmovisión de la sociedad medieval estaba condicionada por la religión, las leyendas imaginarias y el desconocimiento geográfico, pero esto cambiará radicalmente a partir del Quattrocento con la recuperación de manuscritos griegos ignorados por la Iglesia —que controlaba la cultura— dado que eran considerados textos paganos.”
La conquista y explotación colonial
Todo ello posibilitará que ambiciosos hombres de negocios se lancen a la búsqueda de rutas marítimas que los conduzcan a nuevos territorios donde encontrar abundantes productos que les permitan satisfacer la creciente demanda de los mercados europeos. Y en este contexto, el Estado favorecerá esta economía expansiva participante —de forma indirecta— en las aventuras comerciales de estos atrevidos emprendedores que mostrarán mucha audacia pero poca experiencia atlántica.
El azar y los alisios condujeron a los primeros navegantes a la zona más poblada del continente americano. La superficie terrestre del “Nuevo Mundo” —sumando tanto el norte como el sur— supone una área de 42,5 millones de km². Antes de la llegada de los europeos, se estima que vivían en todo el continente unos 100 millones de personas, en contraposición a los 1.000 millones que viven actualmente. Y de estos, unos 80 millones de personas vivían en la franja que va entre México y Perú. Por otro lado, en el progresivo descenso hacia el sur del continente africano, los europeos descubrieron que el mundo musulmán había penetrado mucho más allá de lo que pensaban. Más allá de la línea del ecuador se adentraron por un mundo totalmente desconocido y descubrieron el África negra. Con una área de 32 millones de km², las estimaciones actuales hablan de unos 60 millones de personas que podrían vivir en todo el continente africano a finales del siglo XV.
Desde el principio de los viajes hacia el oeste, los primeros navegantes tuvieron la certeza y la conciencia que donde habían llegado no eran las Indias Orientales, sino que se trataba de un territorio completamente diferente. Y al adornarse de este hecho, el Estado desplegó toda su moderna maquinaria jurídica y administrativa para poseerlo legítimamente. Sin encomendarse a nadie y por derecho de conquista, las monarquías europeas empezaron a adjudicarse la propiedad de aquellos territorios ignorando la población autóctona. En este punto, la religión jugó un papel clave para justificar la destrucción, aniquilación y exterminio de las culturas ancestrales que vivían armónicamente. Un camino similar seguirá el continente africano, aunque este proceso se iniciará unos ciento años más tarde.
A medida que los recién llegados —ya en nombre de la Corona— fueron adentrándose por estos nuevos territorios, descubrirían que los metales preciosos no eran la única fuente de riqueza. En menos de cincuenta años, los mercados europeos serán abastecidos, en cantidades impensables hasta entonces, de infinidad de productos tropicales, como por ejemplo la pimienta, el azúcar, el algodón o el tabaco. La fachada atlántica verá crecer una importante red portuaria que irá desde Cádiz hasta Amberes y vertebrará un nuevo espacio económico. ¡Y entonces, la Corona se autodefinirá Imperio, siempre, con un sol radiante!
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Nos adentramos por primera vez por un camino pedregoso donde se mezclan multitud de planes. La objetividad histórica -basada en el rigor documental- ha sido abducida por un relato claramente intencionado que ha buscado justificar todo aquello que sirviera para construir una unidad de destino universal. Dudar sobre el relato oficial que rodea el “Descubrimiento de América” -donde se fundamenta la matriz hispánica- ha obligado a infinidad de historiadores a tener que trabajar al margen de la Academia, sin ningún otro recurso que su argucia e inteligencia.
Oriol Garcia Farré, historiador y agente 11Onze
La materia prima en la cual se fundamenta la historia son las fuentes documentales. Crónicas, cartularios, testamentos, contratos, disposiciones, novelas, cantos, restos arqueológicos o ‘Lebenswelt’, son una tipología documental específica que cada historiador utiliza para entender y explicar el pasado que -filtrado por su marco mental- acabará modelando una percepción concreta de aquella realidad.
Es por este motivo que, durante la creación del conocimiento, uno se adentrará en apasionantes debates, entre constructivos y estériles. Desacreditar al adversario con ataques personales es síntoma de incapacidad dialéctica. Por lo tanto, todo aquello que esté fuera del rigor empírico nos evoca hacia el mundo de la ficción o la palabrería de café. Pero, ¿qué pasa cuando una fuente documental se demuestra que ha sido alterada, manipulada o quemadura?
Las capitulaciones de Santa Fe
Establecidos en el campamento de Santa Fe de Granada, los recientes vencedores de la guerra de Granada, los más que conocidos Reyes Católicos -título otorgado por el papa Alejandro VI en 1496- firmaban el 30 de abril de 1492 unas capitulaciones o acuerdos con Cristóbal Colón para llevar a cabo una importante empresa ultraoceánica.
Los acuerdos firmados -conocidos como Las capitulaciones de Santa Fe- marcarán el marco jurídico por donde se sustentará todo el descubrimiento de América, pero también serán el origen de los futuros litigios entre la Corona y la familia Colón. Así mismo, quedará patente el otorgamiento de los títulos de almirante, virrey y gobernador general de todos los territorios descubiertos y todos los beneficios que se derivaran de esta empresa.
Las capitulaciones adquirirán una importancia jurídica capital para Colón y sus descendentes, y por este motivo no se desprenderá nunca de ellas en vida. De la existencia de este original, se tiene constancia hasta el 1526, cuando aparece por última vez entre los documentos conservados en el Archivo de Colón en el monasterio cartujo de Santa María de las Cuevas (Sevilla). Desgraciadamente, este original no nos ha llegado nunca.
Al mismo tiempo que se libraba a Colón el original de las capitulaciones, se inscribía una copia del original en el correspondiente Libro-Registro de disposiciones legales de la Cancillería Real catalanoaragonesa de Barcelona. Esta entrada está registrada en el libro 3.569, folios 135 y 136, en la sección de ‘Diversorum sigilli secreti’, datada el mismo día de su expedición, o sea el 17 de abril de 1492. Pero así como se patentiza al registro catalán, hasta la fecha no se ha constatado ningún registro similar en cualquier cedulario castellano. Y es muy sabido que las investigaciones sistemáticas llevadas a cabo desde hace siglos en los principales archivos castellanos -Simancas, Indias o Duque de Veragua- han resultado infructuosas hasta el momento.
La construcción jurídica de la empresa marítima
La potestad legislativa en la Corona de Aragón no pertenecía privativamente al monarca, sino que tenía que desarrollarla junto con los tres estamentos: nobleza, clerecía y ciudades y villas. Si la iniciativa provenía del monarca, nacía la constitución, mientras que si salía de los estamentos de las cortes, nacía el capítulo de corte.
Desde 1363, se tiene constancia de esta práctica jurídica a la hora de aparejar armadas por parte del rey con los diputados de las diferentes riendas de la Corona catalanoaragonesa. Es por este motivo, que el rey Fernando firmó las capitulaciones con Colón, motivo por el cual queda recogido en uno de los acuerdos “perquè sia feta Armada en la Senyora del Senyor Rey, de Galées”. Por lo tanto, ni a las fuentes legales del derecho castellano contemporáneas, ni a las del derecho propiamente indiano, se encontrarán normas a través de las cuales puedan ser fijados los conceptos jurídicos que aparecen en detalle en las capitulaciones.
Las capitulaciones serán negociadas y preparadas en Barcelona por un comité formado por Joan de Coloma -representante de la Cancillería Catalana y secretario personal del rey- y por Joan Peres -representante de Colón- el cual era un destacado doctor en medicina y reconocido cosmógrafo y propietario del castillo de Sant Miquel, en las afueras de Pals d’Empordà. Y será desde el antiguo puerto de esta villa ampurdanesa, hoy ya desaparecido, desde donde zarpará la expedición ultraoceánica.
Cuando las dos partes llegaron al acuerdo -el 17 de abril de 1492- las capitulaciones fueron enviadas inmediatamente al campamento de Santa Fe de Granada -donde se alojaban los monarcas católicos- para su ratificación oficial (el 30 de abril de 1492) y, posteriormente, fueron entregadas a Cristóbal Colón. Finalmente, a principios de 1493, las Cortes Generales celebradas en Barcelona ratificarán el acuerdo. Todo ello justifica el porqué estas ‘Capitulaciones’ se guardaron únicamente en el Archivo de la Corona de Aragón: porque es allí donde se registraban y se archivaban los documentos de la magistratura afectada.

“Ni en las fuentes legales del derecho castellano contemporáneas, ni en las del derecho propiamente indiano, se encontrarán normas a través de las cuales puedan ser fijados los conceptos jurídicos que aparecen en detalle en las capitulaciones”
La financiación de la empresa marítima
Todos los textos conservados evidencian con mucha claridad que el dinero de la empresa ultraoceànica los avanzó -en gran parte- un valenciano asentado en Barcelona, Lluís de Santàngel, que fue el escribano de raciones de la Cancillería catalana, la cual a menudo ejercía funciones fiscales. La empresa también sería sufragada por otros ilustres personajes como por ejemplo Gabriel Sanxis -tesorero general de la Corona de Aragón-, Joan Cabrero -camarero del rey Fernando- y Alfons de la Cavalleria, consejero real. Se da la circunstancia que todos estos ilustres personajes tenían vínculos comerciales con la familia Colón de Barcelona desde hacía décadas.
Todos los documentos referentes a los pagos reales de la empresa ultraoceánica, cuentan las cifras en ducados, que era la moneda catalana. En cambio, esta moneda no se utilizará a Castilla hasta el 1497, cuando, después de una fuerte oposición de los municipios castellanos para considerarla una moneda extranjera, será impuesta por los monarcas.
Tengamos presente que las estructuras de los dos estados, Aragón y Castilla, siempre se mantuvieron separadas, a pesar de que se crearon organismos comunes a las dos coronas, como por ejemplo la Inquisición. Por lo tanto, cada corona tenía su tesorería, con su tesorero, sus escribanos y sus archivos reales. En consecuencia, si aplicamos el método científico para averiguar quién pagó la empresa del descubrimiento, solo habrá que repasar los libros de cuentas de ambas tesorerías. Desgraciadamente, es imposible repasar el libro de cuentas de la tesorería catalana dado que ha desaparecido. En cambio, otras fuentes contemporáneas catalanas hablan que se estaban destinando miles de ducados para pagar naves y tripulaciones durante todo aquel periodo.
Ahora bien, y ¿qué pasa cuando repasamos el libro de cuentas de la tesorería general castellana? Por cierto, ¡es público y en edición moderna! Pues que no aparece ninguna salida de dinero destinada a ninguna expedición marítima durante los años noventa del siglo XV. No hay ningún documento que hable de dinero referente a naves, pilotos, tripulaciones o expediciones de ninguna clase.

“Desgraciadamente, es imposible repasar el libro de cuentas de la tesorería catalana, dado que ha desaparecido. En cambio, otras fuentes contemporáneas catalanas hablan que se estaban destinando miles de ducados para pagar naves y tripulaciones durante todo aquel periodo.”
El triunfo de la empresa marítima
Cristóbal Colón fue recibido con todos los honores por los monarcas católicos en el Palacio Real de Barcelona, el 3 de abril de 1493, después de haber completado el primer viaje transoceánico. Las crónicas contemporáneas explican que la audiencia tuvo un grandísimo eco, y reunió un montón de curiosos venidos de todas partes.
Colón había conseguido encontrar el continente perdido del cual hablaban infinidad de textos antiguos: las tierras existentes en el otro lado del Atlántico “y que desde el hundimiento de la Atlántida habían quedado incomunicadas”. Y como prueba de este descubrimiento -de este “Nuevo Mundo”- presentó ante los reyes y a las altas instancias del reino, los indígenas, animales, metales y plantas que habían llevado. Pruebas fehacientes que demostraban que venían de unas tierras hasta entonces desconocidas.
De hecho, en las Capitulaciones de Santa Fe queda escrito que la empresa se compromete a descubrir unos territorios “que están en dirección a las Indias”. Como que entonces no había ningún referente geográfico para ilustrar una expedición que tenía como objetivo ir al otro lado del Atlántico, se utilizó el referente geográfico de las Indias y China del Gran Kan. Ambos casos, ampliamente descritos por los Viajes de Marco Polo, de finales del siglo XIII.
Cómo constatan los documentos oficiales de los primeros viajes colombinos, los topónimos empleados para designar los “nuevos lugares” serán:la Florida, l’illa Montserrat, la región de Valençuela, l’illa Margalida o la Jamaïca. Será a partir de la expulsión de Colón de todas sus posesiones americanas y el cambio de la política de la Corona -a mediados de siglo XVI- que empezarán a aparecer los topónimos castellanos.
Los litigios a raíz del descubrimiento de la empresa marítima
Cuando Colón volvió de su primer viaje, los reyes le confirmaron todos los poderes estipulados en las Capitulaciones de Santa Fe. Pero al volver de la segunda expedición, la monarquía se dio cuenta de que las tierras descubiertas no eran cuatro islas perdidas, sino que se trataba realmente de tierra firme. Esta percepción provocó que la monarquía se replanteara los poderes otorgados a Colón.
El problema jurídico con el que se topó la monarquía era grave. ¡Eran conscientes que habían aceptado y firmado unas capitulaciones, en las cuales se permitía el nacimiento de una nueva dinastía instalada en un Nuevo Mundo y dónde Colón acontecería el virrey vitalicio, además de ser un título hereditario!
Conocedores de esta problemática y en ausencia del afectado -puesto que se encontraba en expedición- el rey Fernando cambiaría las reglas del juego. La reforma virreinal de 1493 comportó una limitación del poder del virrey, el cual quedaría subyugado al poder del rey y la posibilidad de destituirlo siempre que se demostrara traición a la Corona. En 1500, Francisco de Bobadilla acusaría Colón de traicionar a la Corona.
Toda la documentación sobre el proceso contra Colón ha desaparecido. Por fuentes indirectas, se sabe que la Corona requisó toda la documentación que Colón tenía que aportar en defensa propia. Y también se sabe que los informes en que se basaron las acusaciones fueron elaborados por Pere Bertran Margarit y Bernat Boïl.
Y después de todo este montaje, Colón fue liberado pero desposeído de todos los títulos firmados en las capitulaciones. O sea, aconteció un personaje inofensivo para el poder. A partir del siglo XVI, se iniciará un largo periodo de litigios -primero contra Colón y después hacia sus descendentes- para restituir los acuerdos. Durante más de ochenta años, la familia Colón pleiteará contra la monarquía, pero se convertirá una cuestión estéril.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
David Bassa i Jordi Bilbeny: Totes les preguntes sobre Cristòfor Colom. Col·lecció Descoberta, Llibres de l’Índex, 2015.
Jordi Vila: Les Capitulacions colombines de 1492: un document català. 1r Simposi sobre la Descoberta Catalana d’Amèrica, Arenys de Munt, 2001.
Jordi Bilbeny: Cristòfor Colom, príncep de Catalunya, Proa, Col. Perfils, Barcelona, 2006.
Jordi Bilbeny: Inquisició i Decadència: Orígens del genocidi lingüístic i cultural a la Catalunya del segle XVI, Librooks, Barcelona, 2018.
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Y el día siguiente, nada volvió a ser igual. El estado catalán desapareció ‘ipso facto’ con la abolición de la Generalitat, la desmembración municipal y la anulación de las constituciones catalanas a raíz de la pérdida de la guerra de Sucesión (1701 -1714). Después de esto, la única administración que restó activa en Cataluña fue el ejército de ocupación, que manteniendo unos 25.000 soldados permanentes dentro del Principado, consolidó el objetivo borbónico a base de una dura represión que se prolongaría hasta mediados de siglo XVIII. Pero no todo el mundo salió mal parado…
Oriol Garcia Farré, historiador y agente 11Onze
A raíz de la victoria, se instalará en Cataluña de manera permanente la élite del ejército borbónico: las Reales Guardias Castellanas y las Reales Guardias Valonas, reforzadas con otros contingentes especiales de ocupación militar. El total de tropas desplegadas por todo el territorio catalán fue de un 47% respecto al resto de la península Ibérica. Y si le sumamos las desplegadas por el resto de los territorios de los Países Catalanes -València, Mallorca y Aragón- la cosa se ensarta hasta el 65%. Una invasión en toda regla.
La redacción del Decreto de Nueva Planta convertirá Cataluña en una provincia más de una nueva monarquía centralizada que gobernará para toda la península Ibérica sin diferencias legales. Por lo tanto, el sueño de una monarquía hispánica fundamentada en la existencia de diferentes reinos y realidades culturales peninsulares se desmenuzará, pero no desaparecerá. A partir de entonces solo existirán unas únicas Cortes, las de Castilla, que representarán el conjunto de los territorios peninsulares, pero se enfocarán hacia una nueva construcción política vertebrada alrededor de identificar Castilla con el nuevo Estado.
La Cataluña del siglo XVIII será un territorio gobernado únicamente por militares. El jefe supremo de la administración de Cataluña será el Capitán General. La administración territorial -los corregimientos- estarán en manos de los ‘corregidores’, que siempre serán militares. El orden público -en primera instancia- estará siempre a cargo del ejército y de las famosas “Escuadras de Veciana”. Esta institución fue fundada el 1719 por Pere Anton Veciana Rabassa, un desertor de la causa austracista que a principios del 1713 decidió ponerse al servicio del rey Borbón y crear una organización paramilitar y policial que trabajaría al servicio del Capitán General -Francisco Pío de Saboya y Moura-, con la misión de continuar reprimiendo la resistencia borbónica interna.
Veciana pondrá en marcha un sistema de fichas criminales -conocidas como ‘sumarias’- que permitirán al cuerpo sistematizar la información policial. También creará una red de confidentes por el territorio y organizará los primeros agentes infiltrados dentro de la resistencia. En 1735, Veciana tendrá que renunciar al cargo por motivos de edad y será entonces cuando el Capitán General traspasará las responsabilidades del cuerpo a su hijo, Pere Màrtir Veciana. Desde entonces, el mando del cuerpo recaerá hereditariamente en la familia Veciana durante cinco generaciones, hasta el 1836.

“Pere Anton Veciana y Rabassa, un desertor de la causa austracista que a principios del 1713 decidió ponerse al servicio del rey Borbón y crear una organización paramilitar y policial que trabajaría al servicio del Capitán General -Francisco Pío de Saboya y Moura-.”
Represión y terrorismo de Estado
Durante once años, Cataluña será un país sometido a una durísima represión militar, la cual se prolongará hasta el 1725, cuando intermediando el Tratado de Viena celebrado entre los representantes de Felipe V de Castilla y Carlos VI de Austria, ambas partes se reconocerán mutuamente los derechos sucesorios y se pondrá fin al pleito dinástico.
Y ¿qué pasó con los partidarios que lucharon a favor de la opción del archiduque de Austria? Durante la guerra, a medida que los ejércitos borbónicos fueron ocupando el Principado, se aplicó un tipo de ‘terrorismo militar’ que consistía en perseguir a la población local, independientemente del grado de vinculación que se hubiera tenido con la causa austracista, con el objetivo de minar la moral. Después de la caída de Barcelona, se persiguió indiscriminadamente a los principales mandos militares que no habían podido huir hacia Austria -como por ejemplo Antoni de Villarroel- y serán enviados a prisiones diseminadas por la geografía ibérica. La mayoría acabarán muriendo sin recuperar nunca la libertad u otros serán enviados a galeras.
La larga posguerra permitirá mantener la represión contra todos los elementos armados que todavía luchaban contra el nuevo ordenamiento jurídico, como por ejemplo los conocidos ‘carrasclets’. Pero también se perseguirá a todas aquellas familias que tenían miembros exiliados en Austria, y a las cuales se les prohibirá mantener cualquier relación epistolar. A los perdedores de la guerra se les embargarán propiedades y se les anularán todos sus derechos. Incluso, se les prohibirá la participación en todos los concursos públicos o la solicitud de ayudas del Estado.
El establecimiento de contingentes permanentes en Cataluña supondrá un aumento importante de la demanda militar derivada del necesario abastecimiento de las tropas reales. Según se desprende de los Manuales Generales de la Intendencia de Cataluña -institución creada para gestionar la posguerra– entre el 1714 y el 1735 se encuentran recogidos un total de 271 ‘asientos’ o contratos directamente relacionados con el abastecimiento de materiales al ejército y a la armada: pólvora, armas, trenes de artillería, uniformes, comida, herrajes por los caballos.
Los ‘asientos’ también servían para la construcción o el abastecimiento de cuarteles, como la Ciutadella, y para producir todo lo necesario para las posteriores campañas militares borbónicas, como las de Italia. Y este abastecimiento se dará gracias a la existencia de una considerable estructura productiva, comercial y financiera que se había mantenido inalterada a pesar de la guerra, y que será capaz de producir de manera solvente los ‘asientos’ que la monarquía necesitará durante las siguientes décadas.

“A los perdedores de la guerra se les embargarán propiedades y se les anularán todos sus derechos. Incluso, se les prohibirá la participación en todos los concursos públicos o la solicitud de ayudas en el Estado.”
Colaboracionismo catalán
Entonces, la pregunta a formularnos es clara: ¿cómo fue posible mantener una estructura productiva catalana dentro del contexto bélico de principios del XVIII? ¿Cómo se pudo abastecer el ejército borbónico durante la invasión de Cataluña y el asedio de Barcelona en un territorio que desconocía completamente? Pues con la ayuda de personajes locales que abastecieron, prestaron o ayudaron al ejército de ocupación borbónico con víveres, dinero y logísticas durante todo aquel convulso periodo. Se trata de un grupo de comerciantes que cambiaron de bando -igual que Pere Anton de Veciana- a la busca de una situación personal más favorable y aprovechando las circunstancias para mejorar su posición social y económica.
Nombres como los Milans de Arenys, los Mates y los Lapeira de Mataró o los Massiques de Vilassar y muchos otros serán grandes alcurnias familiares que fundamentarán su prestigio a lo largo del siglo XVIII por haber obtenido importantes privilegios como agradecimiento por los servicios prestados durante la ocupación del Principado. Muchos de estos “ilustres” personajes serán colocados en instituciones claves para el despliegue y ejecución del Decreto de Nueva Planta, porque de otro modo no habría sido posible.
El nuevo régimen pasaría “un algodón desinfectante por encima Cataluña”, para construir posteriormente una nueva red de fidelidades locales que lo consolidara dentro del territorio. Por este motivo, colocaron al frente de instituciones claves, como por ejemplo el Tesoro General (la fiscalidad de Cataluña), la Intendencia General (abastecimiento y logística de Cataluña), las Confiscaciones de Cataluña (embargo de propiedades) o la Mesa de cambio (Banco comunal), un sector minoritario, pero nutrido, de la población del Principado que, por diferentes razones, se posicionaron al lado de la propuesta borbónica. De este modo, la monarquía combinará el principio de autoridad, representado por las leyes desplegadas al Decreto de Nueva Planta, con una gran burocracia institucional y una flexibilidad con ciertos sectores sociales locales, principalmente los maestros artesanos y mercaderes, con suficientes recursos económicos para dinamizar la economía.
La vinculación interesada de estos sectores de la sociedad catalana hacia el nuevo estado Borbón les comportó el acceso a nuevas fuentes de renta derivadas directamente de las nuevas políticas del absolutismo borbónico. La fidelización les permitirá acceder a grandes contratos públicos, lo cual les llevará a una corrupción generalizada en todos los niveles de la gestión pública.
Hasta finales de la década del 1740, Cataluña vivirá un periodo doloroso de adaptación en la nueva condición de nación vencida, siempre sospechosa de desafección. A partir de entonces, las decisiones en materia de política económica ya no se tomarán en Barcelona, sino en la Corte borbónica, siguiendo unos criterios basados en los sueños de grandeza de la nueva monarquía reinante, independientemente de las necesidades de sus súbditos.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Benet Oliva y Ricós:‘Els proveïdors catalans de l’exèrcit borbònic durant el setge de Barcelona de 1713/1714, Universitat de Barcelona, Barcelona, 2014.
David Ferré Gispets: Los efectos del “Contractor State” borbónico en la Cataluña de inicios del siglo XVIII, Universitat Autònoma de Barcelona, Bellaterra, 2019.
Josep Maria Delgado Ribas: ‘Barcelona i el model econòmic de l’absolutisme borbònic: un tret per la culata’, Barcelona Cuadernos de Historia, 23 (2016), pág. 225-242.
Josep Juan Vidal: ‘Les conseqüències de la guerra de Successió: nous imposts a la Corona d’Aragó, una penalització o un futur impuls per al creixement econòmic?’, Universitat de les Illes Balears, Palma de Mallorca, 2013.
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