La actualidad del sistema extractivo

Como ya había sucedido con la resolución de pasados conflictos bélicos, el encuentro entre los vencedores de la Segunda Guerra Mundial en la ciudad alemana de Potsdam el verano de 1945 volvió a dividir al mundo en dos bloques. Las grandes potencias occidentales pusieron en práctica un nuevo modelo económico que les permitiría imponer su preeminencia por encima de otros países.

 

Dos modelos políticos, sociales y económicos —en principio antagónicos— que durante décadas se enfrentarían varias veces en pequeños conflictos armados, de baja intensidad y que acontecerían la gran palanca de crecimiento económico para el mundo occidental.

Pero la Conferencia de Potsdam también constató que el capitalismo industrial —iniciado a finales del siglo XVIII— era un modelo económico agotado. Los más de sesenta millones de muertes a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, obligaba a las antiguas monarquías europeas —ahora evolucionadas a democracias occidentales— a adoptar formas mucho más sibilinas de conseguir sus objetivos económicos. Por lo tanto, la nueva estrategia extractiva tenía que ser menos catastrófica y más efectiva. Por este motivo, el nuevo modelo económico que se irá desplegando progresivamente ya no implicará tener que ocupar un territorio físicamente, sino que será suficiente controlar las élites locales.

Con esta nueva estrategia, los Estados Unidos, como grandes vencedores y sustentados por una potente maquinaria militar, serán capaces de desplazar el centro económico mundial —de Europa a Norteamérica— por medio de la imposición de su moneda, la presión financiera ejercida por sus bancos, y con la creación de una dependencia tecnológica a escala global. Por lo tanto, la implantación de sus más que conocidas multinacionales —Amazon, Nike, Coca-Cola, Pepsi, Apple, McDonald, Disney o HP, entre otras— les permitirá conquistar directamente o indirectamente a la casi totalidad del mundo. El entretenimiento, principalmente el cine y los grandes eventos deportivos como los Juegos Olímpicos, la Super Bowl o Mundiales de Fútbol, serán las verdaderas armas de subyugación mental y material que posibilitarán extender el sueño norteamericano a todo el mundo.

Los Estados Unidos serán capaces de desplazar el centro económico mundial —de Europa a Norteamérica— por medio de la imposición de su moneda, la presión financiera ejercida por sus bancos, y con la creación de una dependencia tecnológica a escala global.

La paz social, base de la nueva eficiencia económica

Todo empezó la primavera del 1951 en Montreal, cuando representantes de diferentes agencias de inteligencia occidentales se reunieron en secreto con profesores universitarios de psiquiatría en el hotel Ritz-Carlton de la ciudad canadiense. Del resultado de aquella reunión se sabe, por documentos desclasificados, que el ejército norteamericano invirtió una gran cantidad de dinero en la Universidad McGill de Montreal para investigar sobre el aislamiento sensorial.

La investigación fue iniciada por el Dr. Donald Olding Hebb, quien acabaría abandonando el proyecto al darse cuenta de la magnitud de la tragedia, y finalizada por el Dr. Donald Ewen Cameron, el cual la llevaría hasta un nivel superior. Cameron llegó a experimentar con un gran número de pacientes que fueron sometidos a una multitud de sesiones de electrochoques, combinadas con curas de sueño y una constante repetición de mensajes grabados hasta la extenuación mental.

El estudio constató que el aislamiento sensorial no deja de ser una manera de generar una monotonía extrema que acababa provocando una reducción de la capacidad de pensamiento crítico a través de la confusión de la mente del individuo. Por lo tanto, cuando una persona no es capaz de razonar… ¡Mal asunto!

Los resultados de todos estos experimentos permitirán a las agencias de inteligencia occidental diseñar mecanismos de control sobre su propia población con el objetivo de garantizar la estabilidad social dentro de las democracias. En consecuencia, se repetirá hasta la saciedad la idea de libertad de expresión, libertad de prensa y el derecho a la propiedad privada, base fundamental del libre mercado. Y a fin de garantizar la eficiencia económica, se hará de la competencia un instrumento para impulsar el crecimiento económico, constando con la premisa que “si la empresa del lado tiene mejores productos y más ventas que yo, como consecuencia, tendré que desarrollar mejores ideas para ser mejor que mi competencia.”

Y otra cuestión no menor en cuanto a los estudios sobre el aislamiento sensorial, es que permitirán a las agencias de inteligencia occidentales elaborar manuales de interrogatorio —como el famoso manual KUBARK del ejército de los EE. UU. y de la CIA— los cuales se pondrán en práctica contra los disidentes del sistema, tanto internos como externos, a los postulados occidentales.

La gestión del miedo

El avance tecnológico que supuso la Segunda Guerra Mundial llevaría la humanidad a salir al espacio exterior —a la Luna y más allá— pero también supuso el desarrollo de la bomba atómica como arma de destrucción global. Esta será empleada como instrumento de presión política que todavía hoy persiste.

Los cinco países principales que fabrican armas en el mundo —Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China— son los que tienen nuestra paz a su cargo. Hacen el negocio de la guerra, pero venden la paz, sobre todo a través de los medios de información al servicio de los poderes hegemónicos occidentales que hacen un examen de democracia a cada país. Son grandes medios de comunicación que confunden la libertad de expresión con la libertad de presión y deciden quién es un dictador o un golpista, que curiosamente tiene la “mala costumbre” de hacer votar a la gente para saber qué piensan sobre aquella política u otra cuestión que los pueda afectar. Y aquellos medios que no siguen estas directrices son clausurados o llevados a los confines del sistema. ¡Los medios muestran una realidad que muchas veces no existe a fin de sugestionar, incomunicarnos y enfrentarnos entre nosotros!

Países como los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China— son los que tienen nuestra paz a su cargo. Hacen el negocio de la guerra, pero venden la paz, sobre todo a través de los grandes medios de información al servicio de los poderes hegemónicos occidentales que hacen un examen de democracia a cada país.

La terapia de choque económico

Como todo el mundo sabe, el crac del 1929 en Wall Street desencadenó la Gran Depresión de los años treinta. Hasta el 1932, unos 5.096 bancos se declararon en suspensión de pagos. Su derrumbamiento arrastró muchas empresas a la quiebra, las cuales veían como se acumulaban los stocks de mercancías, y comportó un importante descenso de los precios, especialmente en el sector agrario. Finalmente, el descenso de la actividad económica provocó un aumento desbocado de la desocupación.

Influenciado por el economista John M. Keynes, el recientemente proclamado presidente de los Estados Unidos, F. D. Roosevelt, puso en marcha un importante programa de ocupación pública para que la gente pudiera volver a trabajar: la política conocida como New Deal. Pero no será hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando finalizará la depresión, gracias en gran parte a la implantación del famoso plan Marshall, el cual generalizará el modelo regulador e intervencionista de Keynes a la mayoría de los territorios occidentales.

Contrario a los postulados de Keynes, encontramos ya a finales de los años cuarenta del siglo XX, un reducido grupo de intelectuales —conocidos con el nombre de la Sociedad Mont Pelerin y dirigidos por el economista austríaco Friedrich August von Hayek— los cuales estaban convencidos de que si los gobiernos dejaban de prestar servicios y de regular los mercados, los problemas de la economía mundial se resolverían solos. Uno de sus máximos representantes y profesor de economía en la Universidad de Chicago, Milton Friedman, creía que a través de una terapia de choque económico impulsaría a las sociedades a aceptar un capitalismo más puro y desregulado.

Ciertamente, las tesis de la doctrina del choque se han acabado imponiendo en todo el mundo en diferentes procesos. Estas medidas radicales han triunfado no tanto de la mano de la libertad y la democracia, como de su imposición gracias a choques, crisis y estados de emergencia. Por lo tanto, lejos de endulzar el papel de los Estados Unidos a la hora de convertirse en un país hegemónico a escala mundial, su capacidad de controlar el mundo se debe a las sanciones, restricciones, bloqueos, congelaciones, confiscaciones o la intervención militar.

Y por encima de todo, ha sido esencial el papel que ha jugado la creación de una burocracia internacional específica, generada estrictamente por no depender de las Naciones Unidas y, por lo tanto, por estar exenta de cualquier control directo que pueda molestar a la comunidad internacional. Estos organismos supranacionales —Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio y Fondo Monetario Internacional— han ejecutado milimétricamente todas estas terapias de choque económico en todo el mundo, combinando la presión política con la extorsión. ¡Y no faltan ejemplos!

En Milton Friedman creía que a través de una terapia de choque económico impulsaría a las sociedades a aceptar un capitalismo más puro y desregulado.

Un sistema necesitado de gánsteres económicos

En 2004, el norteamericano John Perkins —un antiguo trabajador de la consultora americana CHA Consulting, Inc.— publicó un interesante libro titulado Confessions of an Economic Hit Man”, en el cual explica con todo tipo de detalles como participó en diferentes procesos de colonización económica de los países del Tercer Mundo, especialmente en el continente sudamericano, durante los años ochenta.

Perkins, como economista en jefe de CHA Consulting, tenía la tarea de identificar países con recursos naturales que interesaban a los clientes —mayoritariamente corporaciones— que representaba su consultora.

Una vez identificados, la siguiente fase consistía en enviar un “pequeño ejército de chacales” hacia el país en cuestión para prometerles que, con la venta de sus recursos, el país lograría el estándar occidental, en cuanto a bienestar social y estabilidad económica. Y finalmente, se obligaba al país a solicitar un gran préstamo —a través del Banco Mundial u otras organizaciones vinculadas— justificado ante la opinión pública como parte del acuerdo y por el hecho de no disponer ni de la tecnología ni de la infraestructura necesaria para extraer, producir o manufacturar el recurso natural.

Pero esta cantidad de dinero no llegaba nunca al país en cuestión, puesto que salía del Banco Mundial —con sede a Washington— y se desviaba a una cuenta en Houston, Texas o San Francisco, donde curiosamente el titular era una empresa que trabajaba para la consultora, y que estaba especializada en la construcción de la infraestructura necesaria para extraer, producir o manufacturar el recurso natural.

Por lo tanto, el dinero servía para pagar los gastos de las obras —centrales eléctricas, carreteras, parques industriales, puertos— que al final solo generaban grandes beneficios para las empresas adjudicatarias. Cierto es que, en menor grado, también acababan enriqueciendo a una minoría local que poseían las industrias básicas o los establecimientos comerciales, pero en detrimento de la mayoría. Por lo tanto, al final del proceso todos los recursos económicos del país destinados a la sanidad, educación u otros servicios públicos servían para pagar aquellos préstamos. Tal como explica John Perkins, el hecho de conocer ‘a prioiri’ la incapacidad del país para devolver los préstamos era una parte importante para ejecutar el plan.

De este modo, el sistema ha permitido que corporaciones occidentales u organismos supranacionales —Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio y Fondo Monetario Internacional— acaben creando un tipo de imperio paralelo que controla amplias zonas del planeta: las llamadas “zonas de influencia”. Es por este motivo, que las democracias occidentales tienen la capacidad de decir a uno de estos países “influenciados voluntariamente” que si no puede pagar sus préstamos, siempre puede venderse la explotación de sus recursos… eso sí, sin la obligación de un compromiso social o medioambiental; o que tiene que permitir la construcción de una base militar en su territorio, o que tiene que votar contra determinados países considerados “enemigos” al siguiente encuentro de las Naciones Unidas.

Cuando el presidente de uno de estos países no acepta, la mayor parte de las veces se acaba interviniendo o derrocando el gobierno. El proceso se inicia con una fuerte campaña de desprestigio nacional e internacional, se crean noticias falsas de todo tipo para condicionar la opinión pública y, al final —en favor de la democracia—, se ejecuta el golpe de estado totalmente justificado. Y si la cosa no sale bien, se le acababa asesinando. La historia contemporánea está llena de ejemplos: Mossadeq en Irán (1953), Ngô Đình Diệm en el Vietnam (1955), Lumumba en el Congo (1960) o Allende en Chile (1973). Y más recientemente, las presiones de todo tipo que han tenido que soportar Lula da Silva para frenar la deforestación de la Amazonia brasileña, Maduro para nacionalizar el petróleo venezolano o Petro por la descarbonización de la economía Colombiana.

La economía de la muerte

En 2009, en plena recesión global, el psicólogo inglés Oliver James publicó el libro “The Selfish Capitalist”, el cual concluye que detrás de las enfermedades mentales de la sociedad occidental actual, se esconde el capitalismo practicado los últimos cincuenta años. Simplificando mucho, la tesis del libro expone como la economía neoliberal anglosajona ha empujado a los individuos a querer tener cada vez más y más coches, teléfonos móviles, ropa, dinero… y todo ello ha desembocado en una insatisfacción permanente del individuo. Basándose en un estudio publicado por la Organización Mundial de la Salud en el año 2004, concluye que las enfermedades mentales afectan a casi un 23% de la población del mundo anglosajón y a un 11,5% del resto de los países europeos, dado que entraron más tarde en la rueda neoliberal.

Por ejemplo, en los Estados Unidos, el número de jóvenes estudiantes con una deuda descomunal va en aumento, del mismo modo que hay un número brutal de gente endeudada por tratamientos sanitarios, por tarjetas de crédito o por hipotecas. Por lo tanto, este sistema que se diseñó para explotar a los países denominados “en vías de desarrollo”, ahora se ha vuelto en contra de occidente.

Por otro lado, la economía neoliberal ha buscado maximizar los beneficios a corto plazo sin tener en cuenta el coste social y el impacto medioambiental. Y en este aspecto, los neoliberales como Friedman se equivocaron: más allá del corto plazo, hay que incrementar los beneficios a largo plazo, de este modo saldremos todos ganando. Si nos guiamos por el propósito de pagar una tasa de rendimiento decente a los inversores que invierten, podremos empezar a cambiar el modelo.

Según el último informe del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar mundial total aumentó un 3,7% en términos reales en el 2022, hasta lograr un nuevo máximo histórico de 2,24 billones de dólares. Si gran parte de este dinero se destinara a pagar a las mismas empresas que obtienen estos contratos millonarios, pero en vez de pagar para fabricar misiles, se hiciera para recoger todos los plásticos de los océanos, recuperar los medios naturales destruidos, limpiar los vertidos de residuos de los océanos… el planeta saldría ganando. Y en este proceso, las nuevas tecnologías nos pueden ayudar a hacerlo posible.

Este sistema, que se diseñó para explotar a los países denominados “en vías de desarrollo”, ahora se ha vuelto en contra de occidente.

La multipolaridad

Este sistema ha funcionado mientras los ganadores han sido los Estados Unidos, puesto que permitía que sus aliados se llevaran un trozo del pastel con la condición de que apoyaran su política internacional o facilitaran el acceso de sus empresas a sus mercados. Los Estados Unidos han sido capaces de compartir el pastel con todos aquellos que se alinearan, pero no con aquellos que estuvieran dispuestos a disputarle sus intereses económicos.

Llegados aquí, entramos en una nueva era donde la distribución del poder político, militar y financiero ya no recaerá en un solo país. En pocas palabras, el mundo dejará de bailar al tono de una sola música. De hecho, ya hemos empezado a bailar al tono de la música oriental, bajo ritmos de la balalaica, combinada con un poco de samba, unos toques de Indi-pop y una pincelada de mbaqanga.

 

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Oriol Garcia Farré Oriol Garcia Farré
  1. Carme MampelCarme Mampel says:
    Carme

    Amazing article. I read it to my family at Christmas.

    • Oriol Garcia FarréOriol Garcia Farré says:
      Oriol

      Thank you, Carme! That’s a curious answer. We are still at La Plaça.

      Hace 10 meses
  2. Joan Santacruz CarlúsJoan Santacruz Carlús says:

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