La eclosión del sistema extractivo
La adopción de una nueva lógica económica a principios del siglo XIX, permitirá adquirir una posición dominante a ingleses y holandeses por encima del resto de economías europeas, y por extensión, por encima del resto de economías del mundo. Este hecho provocó que las antiguas monarquías europeas —Castilla, Portugal, Francia, Austria, Prusia o Rusia— buscaran la manera de abrazar aquella moderna visión socioeconómica con el fin de erradicar su pobreza endémica, pero a diferencia de los primeros, les causará unos tumultuosos procesos de adaptabilidad hacia el nuevo sistema económico.
A principios del siglo XVII, los primeros imperios coloniales de raíz profundamente católica —como Castilla o Portugal— se desangraban estructuralmente a consecuencia del combate encarnizado durante décadas contra el mundo protestante y turco, cosa que les estaba provocando importantes pérdidas de recursos económicos y una creciente deslegitimación territorial. La represión ejercida por los integristas católicos castellanos —con su rey al frente— contra el mundo calvinista holandés, lejos de subyugar definitivamente aquellos territorios, provocó el efecto contrario, puesto que les hizo aflorar un instinto de supervivencia ampliamente estudiado por las Ciencias Sociales.
En el origen del conflicto encontramos la negativa holandesa de contribuir económicamente a la causa imperial hispana, la cual buscaba universalizar la cultura católica. Durante más de ochenta años, los encuentros imperiales buscaron la manera de romper el anillo protector holandés que se había ido construyendo para contrarrestar la presión ejercida por los famosos tercios de Flandes. Esta línea de defensa estaba compuesta por cuarenta y tres ciudades y cincuenta y cinco fortificaciones. Obligados a vivir dentro de aquel microcosmo territorial, la supervivencia holandesa —como pueblo— exigía racionalizar y sistematizar las iniciativas públicas y privadas.
Antes que nada, Ámsterdam se convertiría el epicentro del poder de las diecisiete Provincias Unidas. Desde allí, se fomentaría la creación de un mercado libre y abierto que fuera capaz de satisfacer las necesidades —en aquel contexto de guerra permanente— de todas las ciudades del territorio neerlandés. Por eso, se animaría a diversificar la agricultura como base de la futura especialización y división del trabajo, se fomentaría la innovación tecnológica a fin de mejorar la producción agrícola, se promoverían ferias y mercados para fomentar el intercambio de bienes y servicios, se amplificarían las redes comerciales internas y se buscarían rutas comerciales externas a través del desarrollo de una potente industria naval, y se garantizaría el derecho a la propiedad privada de los medios productivos. Pero por encima de todo, el gobierno de la federación de las Provincias Unidas velaría por el cumplimiento de todos los contratos comerciales y aseguraría la plena libertad de movimiento, tanto de personas como de mercancías, por medio de la creación de un ejército permanente holandés.
Por lo tanto, todo este nivel de organización fruto de la conjunción entre la cosa pública y el hecho privado estaría pensado para satisfacer las necesidades de la población ante la presión católica, la cual provocaría un aumento significativo del gasto público. Para reducirlo, se desarrollaría un mecanismo de financiación que consistiría en la emisión de títulos de deuda pública a largo plazo, los cuales serían negociados en la recientemente creada bolsa de valores de Ámsterdam.
Obligados a vivir dentro de aquel microcosmo territorial, la supervivencia holandesa —como pueblo— exigía racionalizar y sistematizar las iniciativas públicas y privadas.
¡Y Descartes vino al rescate!
Un hecho trascendente será la contribución del filósofo René Descartes a la mentalidad de la sociedad del norte de Europa. A través de su tratado “El Hombre” argumentará que los humanos estamos divididos por dos componentes distintos: una mente inmaterial y un cuerpo material, entendido este último como una máquina perfecta. De este modo, conseguirá separar la mente del cuerpo y establecer una relación jerárquica entre ambos. Por lo tanto, dado que las clases señoriales dominan la naturaleza y buscan controlarla con fines productivos, la mente tendrá que dominar el cuerpo con el mismo propósito.
Esta mirada será aprovechada por los calvinistas para modelar al “buen cristiano”, dado que será aquel que controle su cuerpo, sus pasiones, sus deseos y de este modo acabará autoimponiéndose una orden regular y productiva. Por lo tanto, cualquier inclinación hacia la alegría, el juego, la espontaneidad o los placeres de la experiencia corporal se considerarán potencialmente inmorales.
Todas estas ideas se fusionarán en un nuevo sistema de valores explícitos: la ociosidad es pecado y la productividad es virtud. Dentro de la teología calvinista, la ganancia se convertirá en símbolo del éxito moral. Será la prueba de la salvación. Para maximizar la ganancia, se animará a las personas a que organicen sus vidas en torno a la productividad y aquellos que se queden atrás —durante la carrera por la productividad o caigan en la pobreza— serán marcados con el estigma del pecado. Esta nueva ética de disciplina y de autodominio se convertirá en el centro de la cultura del capitalismo.
La creación de nuevos monopolios
Hasta entonces, las expediciones comerciales funcionaban a partir de pequeñas flotas creadas y controladas expresamente por las monarquías. La mayor parte de las veces, la empresa se constituía por un solo viaje comercial y, a su retorno, la pequeña flota se liquidaba con el fin de no asumir los costes de mantenimiento. Por lo tanto, la inversión en estas empresas era costosísima y resultaba de alto riesgo, no solo por los peligros habituales de la piratería, las enfermedades y los naufragios, sino también por las condiciones del mercado de especias, donde actuaba una demanda inelástica —poco sensible en el cambio de precios— con una oferta relativamente elástica —cambio de precios que hacía aumentar la oferta—, lo cual podía provocar que los precios cayeran justo en el momento equivocado y arruinaran las perspectivas de rentabilidad de la empresa.
Por lo tanto, si la expedición comercial tenía éxito, se ha calculado que la rentabilidad estaba cerca del 400% respecto a la inversión inicial, cosa que permitía a la Corona dinamizar su economía. En cambio, si resultaba un fracaso, era la misma Corona quien asumía las pérdidas y, en consecuencia, era la población quien acababa pagando la deuda a través de la subida de impuestos y la reducción de salarios, dado que la Monarquía gestionaba la violencia.
Pero a principios del XVII, a través de la formalización de unos acuerdos estables —conocidos como cárteles— se obtuvo de los respectivos gobiernos de Inglaterra y de Holanda unas cartas de privilegio concedidas a iniciativas privadas del sector de las especies para comerciar con las Indias Orientales. Con la creación de la Compañía Británica de las Indias Orientales y la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales se pusieron en marcha unos mecanismos empresariales capaces de controlar la oferta y minimizar el riesgo en el comercio mundial de las especies.
La novedad rae en el proceso fundacional de ambas compañías cuando toparon con la problemática de la financiación. Dada la envergadura y los altos costes asociados, los fundadores de las compañías no fueron capaces de financiar la totalidad del coste del proyecto, cosa que provocó la obligatoriedad de conseguir financiación mediante la venta de parte de sus valores a mercaderes y pequeños ahorradores, a los cuales los concedieron una parte de los futuros beneficios de las compañías a cambio.
La bolsa se convierte en la clave del nuevo sistema
De este modo, tanto la Compañía Británica de las Indias Orientales como la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales serán las primeras empresas participadas por accionistas, las cuales cotizarán en la bolsa de valores de Londres y Ámsterdam, respectivamente. A partir de entonces, cualquier empresa inglesa que buscara financiación tendría la posibilidad de comerciar con sus propios valores. En menos de cien años, más de un centenar de empresas inglesas comercializarán sus propios valores en la bolsa de Londres. Por su parte, cualquier residente dentro de las Provincias Unidas tendrá la posibilidad de registrar por escrito —en cualquiera de las 17 Cámaras holandesas— la cantidad de dinero que quiera invertir en bolsa. A principios del siglo XIX, ambas compañías repartirán dividendos anuales por valor de un 40% a todos sus accionistas y serán las primeras compañías que publicarán sus beneficios anualmente.
Sustentados por la racionalidad metódica propia del mundo protestante, tanto ingleses como holandeses conseguirán dar continuidad comercial a aquellas compañías, que a la larga se convertirán en verdaderas multinacionales durante casi trescientos años, gracias a la utilización de la bolsa de valores como mecanismo para financiar las futuras expansiones comerciales. De este modo, el nuevo sistema económico se autorregulará de manera más dinámica y eficiente, a diferencia del antiguo sistema centralizado, el cual todavía restará plenamente vigente. Los nuevos mecanismos financieros y las continuas iniciativas privadas desmenuzarán en pocos años los antiguos monopolios comerciales controlados por los primeros imperios coloniales, los cuales se habían autolegitimado por derecho de conquista a través de los Tratados de Tordesillas, Zaragoza y Cateau-Cambrésis.
Las dos compañías se estructurarán como una corporación moderna de la cadena de suministro global integrada verticalmente y dividida por un conglomerado de empresas que les permitirá diversificarse en múltiples actividades comerciales e industriales, como por ejemplo el comercio internacional, la construcción naval y la producción y comercialización de especias. Las compañías adquirirán tal envergadura a principios del XIX que obtendrán poderes casi gubernamentales sobre sus colonias, como por ejemplo la capacidad de hacer la guerra, encarcelar y ejecutar condenados, negociar tratados, emitir moneda, disponer de bandera propia o conquistar nuevos territorios. El caso más extremo se dará con la Compañía Británica de las Indias Orientales que gobernará India hasta su disolución —a finales del XIX— cuando pasará directamente a manos de la Corona británica.
Por lo tanto, nunca podremos entender la revolución industrial inglesa de finales del siglo XVIII, si la desatamos de la revolución financiera iniciada a principios del siglo XVII. A medida que Inglaterra sea capaz de conseguir más materias primas y más mercados se verá abocada a mecanizar todos sus procesos productivos, a fin de satisfacer la creciente demanda mundial. A mediados de siglo XIX, llegará a controlar el 30% de los mercados mundiales, aunque esto cambiará al finalizar el siglo cuando aparezcan nuevos competidores.
Nunca podremos entender la revolución industrial inglesa de finales del siglo XVIII, si la desatamos de la revolución financiera iniciada a principios del siglo XVII.
Un sistema para satisfacer el bienestar social
A diferencia del mercantilismo, el capitalismo decidirá no consumir todos sus bienes, dado que se organizará de manera racional y metódica con el único propósito de producir, acumular e invertir sus bienes para producir cada vez más. En este sentido, las decisiones de inversión de capital estarán determinadas por las expectativas del beneficio, por lo cual la rentabilidad del capital invertido tendrá un papel fundamental en cualquier actividad económica.
Los sabios ilustrados defendían el capitalismo como el único sistema económico capaz de generar suficiente riqueza para satisfacer el bienestar social, el cual solo sería posible mantener a condición de que se generara un crecimiento económico continuado en la producción de bienes y servicios. Así pues, cubrir esta crucial necesidad social solo será posible si se da una progresiva especialización en el trabajo o bien si se van adquiriendo nuevas habilidades por parte de individuos, empresas, territorios o países. Pero también habrá que mantener inalterable y sin intromisiones la existencia de la libre competencia —argumentada mediante la ley de la oferta y la demanda— la cual requerirá una voluntad de querer hacerlo sin coerciones ni fraudes por parte de los partícipes durante las transacciones comerciales.
Este innovador sistema económico implicará una nueva manera de hacer que se fundamentará sobre la existencia de tres axiomas claves: la acumulación de capitales como fuente para el desarrollo económico, una fuerte privatización de los medios productivos y la obligatoriedad de obtener beneficios constantes. Por lo tanto, los teóricos del capitalismo serán conocedores que el mantenimiento del nuevo sistema económico obligará a buscar sistemáticamente nuevos mercados y a crear nuevas dependencias de consumo cada vez más agresivas entre individuos, empresas, territorios o países de todo el mundo.
El mantenimiento del nuevo sistema económico obligará a buscar sistemáticamente nuevos mercados y a crear nuevas dependencias de consumo cada vez más agresivas entre individuos, empresas, territorios o países de todo el mundo.
La perversidad del sistema
Dentro del mismo sistema se esconde el detonante de autodestrucción que se activa cuando un bien empieza a subir cada vez más de precio, empujado por la idea que su valor nunca podrá caer. Existen pocos ámbitos de la actividad humana en que la memoria histórica cuente tan poco como en el campo de las finanzas.
Las crisis y las burbujas financieras se han ido repitiendo —de una manera más o menos cíclica— desde que el 6 de febrero de 1637, la inversión en bulbos de tulipanes en Holanda hinchara los precios hasta el punto que un bulbo podía llegar a valer lo mismo que una casa, o cuando en 1720 el Estado inglés se dedicó a modificar fraudulentamente el valor real de las acciones de la Compañía de los Mares del Sur para colocar deuda, cosa que les acabaría desencadenando una crisis de dimensiones bíblicas dentro de su economía.
Podrán ser tulipanes, participaciones de empresas públicas, deuda de un país que está creciendo, inversiones en ferrocarriles, acciones de empresas puntocom o activos financieros complejos, pero al final siempre habrá un detonante: una guerra, una quiebra, un rumor o simplemente alguien más listo que provocará que unos cuántos se avancen y vendan los valores, y detrás de ellos lo intente el resto sin conseguirlo. Esto que actualmente denominamos “el estallido de la burbuja”. Se contrae el crédito, el flujo de dinero se paraliza, y aquello que antes valía mucho ahora no vale nada. Empieza la crisis. Cada vez más grande, más expansiva y mucho más contagiosa.
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Gràcies per aquest article tan encertat per veure d’on venom. Però hi ha encara una altra self-destructing factor dins el capitalisme i és el de la necessitar d’una perpétua expansió i extracció en un planeta finit. Tot el sistema és una mena de bombolla car, com més produîm més pobres som en realitat.
Article molt d’història econòmica molt interessant.
El sistema capitalista és el súmmum de la competició: Qui primer arriba es fa l’amo, el segon ni guanya, ni perd i el darrer manté als anteriors….”Negoci piramidal”
Correcte, Francesc! Encara que està a les nostres mans poder-ho canviar. Seguim a La Plaça!
Molt ben explicat 👏👏
Gràcies Jesús, per llegir-nos!
Gràcies
Gràcies a tu, Joan! Seguim a La Plaça!
Molt bon article.
Crec que poca gent coneix el i els principis del capitalisme. Estèm integrats a la UE i no en coneixem el pinyol. Gràcies Oriol per aquesta lliçó-una més-, d’ història de l’economia.
I també per explicar com s’ho van fer les províncies holandeses per a desempellegar-se de l’imperi castellà. 😉
Gràcies, Mercè per llegir-nos. Continuem aportant coneixement a La Plaça.