La mejora del sistema extractivo

La exuberancia económica de finales del siglo XVII hará creer a las monarquías europeas que la riqueza del mundo es estática y que solo hay que repartirla. La constante entrada de oro y de plata dentro de la economía les permitirá universalizar su idea de civilización, y se aprovecharán de la maravilla causada en aquellas culturas con prácticas y creencias ancestrales. De los 700 millones de personas que habitarán el mundo, casi 120 millones vivirán en Europa, dado que la mundialización —iniciada dos siglos antes— les posibilitará una variedad alimentaria que les permitirá alargar su esperanza de vida.

 

Al finalizar el siglo, los europeos habrán verificado empíricamente toda la tierra, lo cual les permitirá generar una cartografía basada en la observación de la realidad. Lejos quedará aquella geografía imaginaria fundamentada en las supersticiones dogmáticas. De este modo, aparecerán infinitud de descripciones sobre civilizaciones exóticas dentro del imaginario europeo, el cual dibujará un cambio en los gustos —más orientalizados— y suscitará una progresiva actitud crítica ante las creencias que los europeos tienen sobre el mundo. Este sentimiento de universalidad cultural se irá diluyendo a medida que el europeo entienda que el mundo también está habitado por una multitud de culturas y civilizaciones, las cuales son diferentes de las descripciones contenidas a la Biblia.

Por lo tanto, la adopción del pensamiento crítico comportará la codificación enciclopédica de la naturaleza a través del revolucionario método científico, el cual se basará en la observación, la experimentación y la especulación empírica. La física —escrita con lenguaje matemático— describirá las formas y las medidas de los cuerpos celestes, mediante el uso de la recientemente creada geometría analítica. Y a partir de este momento, la ciencia será un corpus de conocimiento diferenciado de la filosofía y la religión. Todo ello desembocará en una percepción de la realidad que provocará que las élites intelectuales europeas se cuestionen conceptos tan básicos como la propiedad, la justicia, el poder y, por encima de todo, la religión.

“La adopción del pensamiento crítico comportará la codificación enciclopédica de la naturaleza a través del revolucionario método científico, el cual se basará en la observación, la experimentación y la especulación empírica.”

El cuestionamiento de la divinización del poder

De manera clara, la Iglesia — tanto la católica como la protestante— tendrá que hacer frente a multitud de voces discordantes que dudarán sobre el origen divino de los textos sagrados, dado que se cuestionará la autoría divina de las Sagradas Escrituras. Entonces, la religión se convertirá en un asunto individual y privado entre el hombre o la mujer con Dios. Y en virtud de esta privatización, los europeos progresivamente se liberarán de depender obligatoriamente de las disciplinas dogmáticas impuestas por la Iglesia desde el siglo X.

El hecho de cuestionar el cimiento sagrado que justificaba la existencia de los Estados cristianos, agrietará la legitimidad confesional de la autoridad política representada por el monarca. Con la toma de conciencia del propio yo —a través del principio racional “cogito ergo sum”— se inaugurará la filosofía moderna que llevará a los sabios ilustrados a cuestionar abiertamente la divinización del poder real

Este innovador pensamiento racional provocará un choque frontal entre los partidarios del poder absoluto —en manos de una sola persona y defendido enconadamente por todas las monarquías europeas— contra los defensores del estado natural del ser humano, los cuales argumentarán que “ningún hombre no puede ser sometido a la voluntad arbitraria de otro hombre, ni puede ser obligado a obedecer leyes que otro hombre no seguiría como él.” Este pensamiento provocará una profunda crisis de la conciencia europea, la cual abrirá el camino hacia la invención de la libertad y la reclamación de la igualdad social.

El poder absoluto y el mercantilismo

Los teóricos del poder monárquico —como Jean Bodin o Thomas Hobbes— justificarán el absolutismo como la forma más perfecta de gobierno y la única capaz de gestionar la gran acumulación de riquezas que se extraen de las colonias. El alto funcionariado —designado por el mismo rey— desarrollará mecanismos cada vez más eficaces para organizar meticulosamente las finanzas del Estado, dado que sus ganancias no solo se conseguirán por medio de la introducción de gran cantidad de oro y de plata dentro del sistema económico, sino que también se maximizarán las exportaciones y minimizarán las importaciones con la ayuda de estratégicos aranceles.

Convencidos de que la riqueza del mundo era estática porque solo había que cogerla, intercambiarla o robarla, las monarquías absolutistas perseguirán cualquier intromisión o iniciativa privada que desestabilice el sistema del comercio internacional, como por ejemplo la persecución sistemática de la piratería. En cambio, la multitud de conflictos bélicos entre las diferentes monarquías europeas —a lo largo del XVII y XVIII— serán vistos como un intercambio necesario de riquezas, territorios o personas en que todas saldrán ganando o perdiendo, y de este modo se mantendrá el sistema económico vive, el cual siempre tendrá que sumar cero.

Las monarquías europeas —anonadadas por la abundancia— se olvidarán completamente de la vida de sus súbditos. Maravilladas por la situación, serán incapaces de aplicar mejoras sociales y económicas y pronto toparán con el grave problema de la pobreza colectiva dentro de sus sociedades. Y en un contexto de un incipiente conflicto social —como será el de principios del siglo XVIII—, los economistas de la época, Colbert, Mun, Serra o Misselden, defenderán la aplicación de una política de salarios bajos como única vía para conseguir la competitividad en el comercio internacional, seguido del perverso argumento que “si la población dispone de salarios superiores al nivel de subsistencia, estos serán los causantes de la reducción en el esfuerzo laboral.”

La riqueza extraída de las colonias, no solo se acumulará o se transformará en los recursos productivos que la economía requiere, sino que sobre todo se utilizará para ser exhibida a través de las artes —arquitectura, pintura y escultura—, las ciencias y la cultura. Y todo ello desembocará en una paradoja cuando las principales monarquías absolutistas —francesa, austríaca, rusa o castellana— serán capaces de vivir dentro de sus fastuosos palacios, en la más exquisita y refinada opulencia, sin importarles la escasez de recursos con los cuales vivían la mayoría de sus súbditos. Aun así, esta dinámica estructural se desmenuzará con la irrupción del racionalismo ilustrado dentro del pensamiento europeo, que contribuirá a la rotura definitiva del statu quo de siglos de excesos monárquicos. El despotismo ilustrado le atribuirá al monarca la misión de llevar el progreso económico y el bienestar social a todos sus súbditos, cosa que producirá infinitud de conflictos sociales. Y en este punto, no todas las monarquías europeas abordarán el problema de redistribuir la riqueza del mismo modo.

“Las principales monarquías absolutistas serán capaces de vivir dentro de sus fastuosos palacios, en la más exquisita y refinada opulencia, sin importarles la escasez de recursos con los cuales vivían la mayoría de sus súbditos.”

Dos soluciones para un mismo problema

Una de las respuestas la dará la Corona de Castilla a través de sus políticas económicas, las cuales todavía le permitirán ostentar una relativa predominancia internacional. A pesar de todo, la extracción masiva de metales preciosos del “Nuevo Mundo” —que le había permitido obcecarse con su particular idea de universalización cultural— le había provocado una miopía y una nula adaptabilidad a los movimientos cambiantes de la economía. Por lo tanto, ante el reto de redistribuir la prosperidad entre sus súbditos, se encontrará atrapada entre una deuda gigantesca y una sociedad poco dinámica que dependerá mayoritariamente de las decisiones reales y de los recursos que llegan de las colonias. Todo ello pondrá de manifiesto la existencia de una pirámide social parasitaria que provocará que un solo campesino —condicionado por el sistema de censos y de fueros— esté obligado a alimentar a treinta no-productores.

Por lo tanto, la estrategia que seguirá la Corona de Castilla —a través de los ‘válidos’ del rey, los famosos duque de Lerma, el conde-duque de Olivares o el padre Nithard— será la de ejercer una fuerte presión fiscal mediante el incremento o creación de nuevos impuestos sobre las frágiles economías campesinas, o sobre las clases urbanas por medio de constantes subidas de precios y bajadas de salarios. Este programa económico buscará obtener los máximos recursos para continuar sustentando la idea de Imperio, dado que hasta entonces los había permitido disfrutar de una balanza comercial positiva. En contraposición, se situarán la nobleza y el clero, los cuales quedarán totalmente exentos de todas estas cargas fiscales, aparte de permitirles incrementar el cobro de sus rentas. Al final, todo desembocará en un importante empobrecimiento de la sociedad castellana, con consecuencias tan desastrosas sobre la natalidad y el despoblamiento de grandes territorios de la Meseta, y que no se recuperará totalmente hasta principios del siglo XX. Y para remachar el clavo, la sociedad será secuestrada por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, la cual velará —a través de la censura, la crema de libros “prohibidos” y un integrismo misógino— para que no germine ningún pensamiento crítico que rehúya de la línea oficialista.

Por otro lado, encontramos la respuesta de los territorios del norte de Europa —como son la Corona inglesa y las diecisiete Provincias Unidas— la cual supondrá introducir con firmeza las ideas ilustradas dentro de la sociedad, la política y la economía. Mientras Inglaterra acabará constituyéndose en una monarquía parlamentaria, a través de un proceso político que limitará el poder del monarca y la separación de poderes, la unión militar de Utrecht —constituida por las diecisiete Provincias Unidas— combatirá enérgicamente hasta la Paz de Münster la ocupación de la Corona de Castilla por devenir la república de las Provincias Unidas del Norte. Ambos territorios adoptarán una nueva mirada sobre el comercio que provocará la mutación del sistema económico y adoptará una lógica de libre mercado sin restricciones ni protecciones estatales. La generación de riqueza ya no se hará a través de la sangre, sino que será por medio de la habilidad que tenga el individuo en la acumulación de capitales cosa que hará aparecer la plusvalía, origen de la nueva conflictividad. Y en este nuevo paradigma económico, el Estado ya no tendrá cabida dado que los elementos básicos e irreducibles que impulsarán esta nueva mentalidad será —tanto para empresas como para individuos— bajo el imperativo económico de maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas.

“En contraposición, se situarán la nobleza y el clero, los cuales quedarán totalmente exentos de todas estas cargas fiscales, aparte de permitirles incrementar el cobro de las sus rentas.”

Cambio de paradigma económico

La universalidad cultural que había imperado hasta entonces será sustituida por nuevos razonamientos basados en “si se puede demostrar que el rendimiento económico que toda la producción industrial del mundo tiene que estar concentrada en Madagascar o en las islas Fiyi o que toda la población de África negra se tiene que trasladar al Nuevo Mundo para trabajar en las plantaciones de algodón o de la caña de azúcar, no existe ningún argumento económico que pueda parar estas iniciativas.” Y de este modo, el capitalismo impondrá una globalización cada vez más extensa y llegará a regiones cada vez más remotas, las cuales serán transformadas de manera más profunda.

El mundo se dividirá en parcelas productivas siguiendo criterios globales como “no tiene ningún sentido producir plátanos en Noruega porque su producción es mucho más barata en Honduras”. Por lo tanto, cuando los terratenientes argentinos solo produzcan carne o los granjeros australianos solo serán expertos productores de lana, será el momento en que habrán abandonado su propia producción agrícola, puesto que les resultará más beneficioso comprar las producciones cereales para el autoconsumo en el exterior. De este modo, estas transacciones les permitirá especular y sacar más rendimiento económico a sus inversiones.

Y en este sentido, tanto Inglaterra como Holanda serán los únicos exportadores de capitales y servicios financieros a las colonias americanas o asiáticas con el fin de desestabilizar los antiguos imperios —Castilla y Portugal— y de este modo asegurarse las materias primeras para la incipiente revolución industrial. Las bolsas de Londres o Amberes —fundadas a finales del XVII— se convertirán las capitales comerciales de la nueva economía que se basará sobre las expectativas de un dinamismo especulativo, las cuales serán participadas principalmente por los descendentes de aquellos judíos sefardíes expulsados por la Monarquía Hispánica a finales de los XV.

Desde el principio, tanto Inglaterra como Holanda tuvieron la certeza que para desarrollar el nuevo paradigma económico había que poner en marcha un proceso de concentración de la actividad económica por medio de la urbanización de las zonas costeras, cosa que les posibilitó el impulso de la construcción naval y el desarrollo de manufacturas próximas a los puertos. Esto les permitió convertir sus litorales en espacios económicamente muy dinámicos y potentes. Un hecho similar sucederá en la costa peninsular mediterránea, la cual pasará a ser uno de los territorios con un crecimiento económico similar al de los territorios del norte de Europa. Será entonces cuando Cataluña adquirirá la cohesión territorial sobre las bases de un sistema urbano estrechamente entrelazado con Barcelona —como centro comercial y político— a la vez que se desarrollará la industria para los pueblos próximos —Sants y San Martín de Provenzales— y la actividad mercantil se reorientará hacia el Atlántico y el interior peninsular.

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Oriol Garcia Farré Oriol Garcia Farré
  1. Joan Santacruz CarlúsJoan Santacruz Carlús says:
    • Oriol Garcia FarréOriol Garcia Farré says:
      Oriol

      Gràcies a tu, Joan per seguir-nos i llegir-nos. Seguim a La Plaça!

      Hace 2 años
  2. Mercè ComasMercè Comas says:
    Mercè

    👌Tot esperant el «continuarà»…

    • Oriol Garcia FarréOriol Garcia Farré says:
      Oriol

      A veure com serà el següent, Mercè? Seguim a La Plaça

      Hace 2 años

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