China desafía al sistema monetario

Mientras Occidente se endeuda para sostener un sistema que hace aguas, China está moviendo ficha para rediseñar las reglas del juego. Sus maniobras monetarias, aparentemente técnicas, apuntan a una revolución silenciosa: la devaluación de las monedas fiadas a través de inyecciones masivas de liquidez y la acumulación agresiva de oro como nuevo pilar del sistema financiero global.

 

En esta partida geoeconómica, el metal precioso vuelve a ser protagonista —y no por nostalgia, sino por supervivencia. Cuando el oro superó la barrera de los 4.000 dólares por onza, muchos analistas lo achacaron a la inestabilidad de los mercados. Pero detrás de esa subida hay mucho más que especulación. El valor del oro no se explica solamente por las dinámicas del mercado, sino por decisiones políticas que le hacen brillar —u oscurecer—.

Hasta 1971, el sistema monetario internacional se basaba en el oro. Los Acuerdos de Bretton Woods (1944) habían fijado la paridad del dólar a 35 dólares por onza, convirtiendo la moneda estadounidense en la referencia mundial. Cuando Richard Nixon rompió ese vínculo, el mundo entró en la era del dinero fiduciario (fíat): monedas basadas únicamente en la confianza y en la capacidad de los estados para emitir deuda.

Esta “fe monetaria” funcionó durante unas décadas. Los bancos centrales imprimían dinero, las economías crecían y los mercados se mantenían estables. Pero la crisis financiera de 2008 rompió la magia, cuando imprimir dinero ya no genera riqueza real, sino que únicamente infla burbujas. Y ahora, medio siglo después, China parece dispuesta a acelerar el fin de ese modelo.

La jugada doble de Pekín

La estrategia china parece contradictoria a la hora de inyectar liquidez mientras compra oro. Pero en realidad es una ingeniería monetaria con dos objetivos claros: 

  1. Controlar su economía interna. La economía china se ha desacelerado después de décadas de crecimiento vertiginoso. Para evitar un choque social, el Banco Popular de China ha bajado tipos, ha ampliado los créditos y ha impulsado la inversión estatal. Este estímulo mantiene el consumo, pero también devalúa el yuan, aumentando la competitividad exportadora. Asimismo, cada ola de liquidez china se propaga por los mercados internacionales y contribuye a debilitar las monedas fiadas occidentales. 
  2. Blindarse con oro. Pekín sabe que cada yuan emitido reduce su valor real. Por eso compensa con oro. Según el World Gold Council, el Banco Central de China ha añadido más de 300 toneladas de oro solamente en 2024, acumulando reservas durante más de dieciocho meses consecutivos. El oro representa ya más del 15% de las reservas chinas, y esta proporción sigue creciendo. El mensaje está claro: mientras Occidente imprime billetes, Pekín imprime poder.

No es un retorno formal al patrón oro, sino una transición silenciosa hacia un sistema mixto de dinero digital apoyado en activos reales. El oro vuelve a ser la columna vertebral de la confianza.

La muerte lenta de las monedas fíat

Desde la crisis de 2008, la Reserva Federal, el BCE y el Banco de Inglaterra han duplicado o triplicado sus balances. La deuda global supera ya los 315 billones de dólares, según el Institute of International Finance. Esta expansión ha sostenido la actividad económica, pero también ha creado una dependencia crónica: el sistema solo sobrevive si cada año se le añade más liquidez.

China ha aprendido la lección y la gira a su favor. No quiere sostener al sistema, sino redefinirlo. En lugar de competir con el dólar dentro de sus reglas, Pekín está escribiendo unas nuevas, a través de una clara dependencia del crédito y demás activos tangibles. Por tanto, cada vez que los bancos centrales anuncian una bajada de tipos, los mismos patrones se repiten: el oro sube, el bitcoin sube, las bolsas respiran. Pero existe una diferencia esencial. El metal precioso no depende de nadie: no es pasivo de un banco, ni puede ser impreso por ningún gobierno. Es escaso, tangible y universal.

El bitcoin, por su parte, es su equivalente digital, en cuanto a escasez programada y resistencia a la censura. Pero su volatilidad le hace aún un activo especulativo. El oro, sin embargo, es la memoria estable de la riqueza. Lleva 5.000 años sustentando la confianza económica humana. Por tanto, No es casualidad que bancos centrales e inversores institucionales vuelvan a cargar oro. Cuando la confianza se tambalea, el oro se convierte en la moneda del sentido común.

El oro como arma geopolítica

Para China, acumular oro es mucho más que una política monetaria, si no que se trata de una estrategia de soberanía. Desde 2010 ha reducido su exposición al dólar del 70% al 50%, mientras aumentaba reservas de oro y acuerdos comerciales bilaterales en yuan. En paralelo, ha creado sistemas de pago alternativos al SWIFT, como el CIPS (Cross-Border Interbank Payment System), que permite transacciones fuera del control de Estados Unidos.

Cada onza de oro en las reservas chinas es una onza menos de dependencia del dólar. En un mundo en el que el sistema financiero se utiliza como herramienta de sanción, tener oro equivale a tener libertad. La historia lo demuestra cuando Estados Unidos acumuló el 70% del oro mundial después de la Segunda Guerra Mundial, lo que les permitió dominar la economía global durante décadas. Ahora, Pekín está haciendo exactamente lo mismo, pero en un contexto digital y multipolar.

Mientras China planifica a décadas vista, Occidente gobierna a golpe de elecciones. Estados Unidos acumula una deuda superior a los 35 billones de dólares, cuyo coste de intereses supera ya el gasto militar. Europa, por su parte, se hunde en su propia rigidez burocrática: más impuestos, menos innovación y una creciente dependencia energética.

El Viejo Continente, antigua cuna industrial, parece hoy una economía de mantenimiento. Su apuesta por la regulación y la fiscalidad ha penalizado el ahorro y el emprendimiento. Mientras Silicon Valley y Shenzhen compiten por el dominio tecnológico, Bruselas debate sobre etiquetas y normativas. El riesgo está claro: un futuro digital y dorado sin Europa.

Del dinero digital al dinero tangible

La paradoja es que la misma tecnología que ha abierto la puerta a las criptomonedas está dando nueva vida al oro. China lo ha entendido: desarrolla simultáneamente su yuan digital (e-CNY) y acumula oro físico. ¿El objetivo? Crear una moneda digital soberana, apoyada en activos reales y capaz de competir con el dólar sin depender de ellos.

Europa, en cambio, ve a las CBDC como una herramienta de control, más que de libertad. Pekín las entiende como un instrumento de independencia. En este contexto, el oro es la garantía que da credibilidad al yuan digital, reforzándolo como alternativa global.

Los mercados no solamente reflejan datos, sino emociones colectivas. Cuando los inversores perciben que los gobiernos han perdido el control de la deuda o la inflación, buscan refugio. El oro y otros activos duros se convierten en símbolos de algo más profundo, como es la pérdida de fe en el sistema fíat.

Este es, en realidad, el verdadero epicentro de la crisis actual: una crisis de confianza. El dinero fiduciario únicamente tiene valor mientras la gente cree en él. Y cada vez que un banco central imprime miles de millones de la “nada”, esta fe se agrieta un poco más. Además, China está aprovechando esa fisura. Cada compra de oro, cada acuerdo comercial en yuan, cada nueva reserva fuera del dólar es una jugada en una partida de ajedrez global que Occidente parece no ver.

Hacia un nuevo orden monetario mundial

El mundo se encamina hacia un equilibrio multipolar en el que el oro volverá a jugar un papel central, no como moneda, sino como garantía de confianza. Los países con reservas tangibles —China, Rusia, India— ganarán poder; los que dependen del crédito, lo perderán. El oro podría actuar como soporte parcial para nuevas divisas digitales internacionales, o como instrumento de compensación entre estados fuera del sistema SWIFT. No sería una vuelta al patrón oro clásico, sino un modelo híbrido entre la tecnología digital sustentada en valor real.

Por tanto, Pekín no está rompiendo el sistema, sino que lo está sustituyendo progresivamente, con paciencia de una civilización que piensa en siglos, no en trimestres. De alguna forma, está construyendo su propio Bretton Woods del siglo XXI.

Para los ciudadanos occidentales, la lección es clara cuando el dinero de papel se devalúa, pero el metal real conserva valor. En un mundo inundado de liquidez e inestabilidad, lo tangible vuelve a ser poder. El oro, que durante milenios ha sido símbolo de riqueza, vuelve a ser hoy una herramienta de protección frente a la fragilidad del sistema.

Como hemos repetido en varias ocasiones en La Plaça: “Cuando la confianza se desvanece, el valor se refugia en lo real.” Y cuando el polvo del sistema fiado se asiente, el oro —inmutabilidad ancestral— seguirá brillando, no como un símbolo del pasado, sino como la base del futuro.

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