
Los bonos, un activo bajo sospecha
En tiempos de incertidumbre, los ahorradores buscan refugio. Tradicionalmente, los bonos soberanos se consideraron un activo seguro, garantía de los estados. Pero hoy, con guerras que amenazan la estabilidad global, inflación persistente y niveles de deuda pública muy elevados, muchos se preguntan: ¿siguen siendo los bonos del Estado la mejor opción?
Durante décadas, los bonos del Estado han sido sinónimo de seguridad. Cuando un gobierno emitía deuda, el mensaje implícito estaba claro: “siempre pagaremos” Esta percepción les convertía en el refugio natural de los ahorradores en tiempo de incertidumbre. Pero el mundo ha cambiado. Con deudas públicas disparadas, inflación persistente y tensiones geopolíticas crecientes, muchos se preguntan si los bonos siguen siendo esa apuesta segura que parecían.
Los números hablan por sí solos. Según Eurostat, España acumula una deuda pública cercana al 102% del PIB, Francia ya supera el 110% e Italia roza el 137%. En Estados Unidos, la deuda federal ha sobrepasado los 34 billones de dólares. Estas cifras obligan a los gobiernos a refinanciar constantemente su pasivo, dependiendo de los mercados financieros para mantener su solvencia.
El problema es que el coste de esa deuda ha aumentado notablemente. Tras la subida de tipos de interés entre 2022 y 2023, mantenerlo se ha convertido en una enorme carga presupuestaria. Aunque BCE y Fed han empezado a moderar la política monetaria, los tipos reales siguen siendo elevados y la presión fiscal sobre los ciudadanos no afloja. En este contexto, los bonos ya no son un refugio absoluto, sino un activo expuesto a tensiones presupuestarias y exigencias de austeridad, como las que actualmente sufre Francia bajo la supervisión de Bruselas.
Cuando el bono no protege el ahorro
La seguridad de los bonos también es relativa si tenemos en cuenta la inflación. Un bono puede ofrecer un 3% de interés anual, pero si la inflación es del 2,5%, la ganancia real es casi nula. Y si la inflación sube por encima del cupón, el inversor pierde poder adquisitivo.
Este escenario no es teórico: en 2022 y 2023 lo vivimos en directo. Con inflaciones disparadas a causa de la guerra de Ucrania, la crisis energética y los cuellos de botella en las cadenas de suministro, los bonos generaron pérdidas reales importantes. Hoy la inflación se ha moderado —en la zona euro ronda el 2,4% y en Estados Unidos el 2,8%—, pero sigue siendo una amenaza latente.
Además, los gobiernos tienen un incentivo perverso: cuando los precios suben, el valor real de la deuda se reduce. La inflación actúa como alivio para las arcas públicas, pero erosiona el ahorro de los ciudadanos.
El oro: milenios de estabilidad
En este escenario, el oro se reafirma como refugio por excelencia. A diferencia de los bonos, no depende de ningún gobierno ni banco central. Nadie puede imprimir más oro, y esa escasez natural le convierte en un activo tangible, universal y de confianza.
Su trayectoria histórica es incontestable. Cuando los sistemas económicos se tambalean, el oro recupera protagonismo. Ocurrió durante la crisis de la deuda europea de 2012, en la crisis financiera global de 2008 y también durante la pandemia de 2020. Y vuelve a ocurrir ahora, con conflictos abiertos en Ucrania y Oriente Medio.
Los datos del World Gold Council lo dejan claro: el precio del oro se ha revalorizado cerca de un 85% en los últimos cuatro años y más de un 40% en la última década. En 2024 y 2025 se han alcanzado máximos históricos gracias a la compra de más de 1.000 toneladas anuales por parte de los bancos centrales, especialmente China, que busca reducir su dependencia del dólar.
Geopolítica y desdolarización
La multipolaridad mundial juega también a favor del metal amarillo. China, India o Rusia impulsan iniciativas para reducir la hegemonía del dólar y reforzar alternativas monetarias. Aunque el dólar sigue dominando, este proceso ha aumentado la demanda de oro como cobertura neutral. Si incluso los gobiernos utilizan el oro para protegerse de la volatilidad financiera, tiene sentido que los ahorradores particulares consideren lo mismo.
El análisis comparativo es claro. En la última década, muchos buenos soberanos han ofrecido rendimientos reales negativos, mientras que el oro ha mantenido una trayectoria ascendente. Los bonos dependen de la solvencia de los estados y de las oscilaciones de los tipos de interés; el oro es independiente y universalmente convertible en cualquier mercado.
En alta inflación, los bonos pierden valor, mientras que el oro actúa como protección. Y, en términos de confianza, mientras los bonos se basan en la promesa de pago de un estado, el oro se fundamenta en su escasez y en milenios de reconocimiento como reserva de valor.
¿Y para el ahorrador?
Para un pequeño inversor, la diferencia es decisiva. Los bonos pueden parecer seguros, pero esconden riesgos de pérdida de poder adquisitivo y pérdidas si se venden antes del vencimiento. Por el contrario, el oro no ofrece ganancias espectaculares a corto plazo, pero sí lo que muchos buscan: estabilidad y seguridad.
En un mundo de inflación recurrente, deudas crecientes e incertidumbre geopolítica, confiar ciegamente en los bonos es arriesgado. El oro, en cambio, ha resistido todas las crisis conocidas y sigue consolidándose como el activo refugio por excelencia.
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