La democracia representativa es el sistema más extendido en los países capitalistas de libre mercado. ¿Cómo encaja con el concepto clásico de democracia? ¿Cómo debería funcionar la democracia directa?

Los partidos políticos celebran congresos que la mayor parte de la ciudadanía, que no es militante, mira con extrañeza. En ellos se deciden las líneas y objetivos de aquel partido político. A partir de entonces, esos mismos políticos intentarán conseguir los objetivos que se han marcado, siempre adaptándose a la situación del momento e intentando, por encima de todo, salvaguardar el partido.

Esto pasa con todos los partidos, sean del color que sean, y la bunkerización partidista a menudo acaba diluyendo el mandato representativo inicial de esos políticos. Porque, la idea original de la democracia actual era esta: una democracia representativa en la que los electores escogen a unos políticos que tienen que representar sus ideales (los de los electores). Sobre el papel tiene sentido, pero la realidad es más compleja. Los representantes forman en realidad parte de un engranaje lleno de intereses de lobbies y del mismo partido, hecho que hace que el ideal representativo quede cada vez más lejos.

Históricamente, ha habido otras formas de democracia. La democracia directa que se aplicaba en la antigua Grecia y durante cuatro siglos en la República de Roma es la más conocida, y permitía a la ciudadanía proponer o revocar leyes. Actualmente, lo más similar a este modelo son los casos de Suiza, Liechtenstein o algunos estados de los Estados Unidos como California. 

¿Es posible, por lo tanto, gestionar la cosa pública de otro modo? ¿Se puede mejorar o, como decía Churchill, nos tenemos que conformar con el menos malo de los sistemas posibles? En el capítulo 9 de El Diner, repasamos el concepto clásico de democracia y las principales formas de gobierno, así como la evolución histórica del modelo democrático. Te invitamos a recuperarlo.

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