Sustrato de una venganza
En el siglo XV, Cataluña empezó con el Compromiso de Caspe, una especie de asamblea de notables convocada con el único objetivo de escoger al siguiente rey de la Corona Catalana-Aragonesa. La muerte de Martí l sin descendencia legítima y sin haber nombrado oficialmente sucesor al candidato natural Jaume de Urgell, dio mucha fuerza a la candidatura de Fernando de Antequera, regente de Castilla. Y todo esto, ¿qué relación existe con el descubrimiento de América?
A finales del siglo XIII, cesó abruptamente el proceso expansivo que de forma sostenida había afectado a toda Europa durante los dos siglos anteriores. Era el primer síntoma del agotamiento del sistema feudal. Desde entonces, las grandes hambrunas y epidemias de los siglos XIV y XV, pondrían en evidencia los fuertes desequilibrios de un sistema ya obsoleto.
La crisis generalizada del feudalismo afectó a todas las estructuras materiales, sociales y mentales. Hambrunas y epidemias determinaron reajustes de los sistemas de explotación agrarios, cuyo carácter contradictorio fomentó las luchas campesinas y las reacciones señoriales, típicas del período. Las ciudades, beneficiadas al principio por el flojo migratorio campesino, se vieron conmovidas por las tendencias inmovilistas de las oligarquías y los programas democratizadores de amplios sectores sociales urbanos.
Las monarquías europeas se encontraron atrapadas en ese contexto de conflicto. Su autonomía de acción les exigía un más eficaz drenaje de recursos, que superara la vieja malla de derechos feudales, de gestión compleja y de rendimientos inciertos, aunque claramente insuficientes. El concepto, tantas veces repetido, que el rey “debe vivir de lo suyo” constituyó una hábil estratagema para limitar la monarquía, sustrayéndole el control de los recursos financieros.
La desigual textura económica y social de los países que componían la Corona Catalana-Aragonesa determinó cronologías y desarrollos específicos de la crisis. En 1333, “lo mal any primer”, permaneció como símbolo de la crisis agraria catalana, situación extensible en Mallorca; pero Aragón, y también Valencia, experimentaron graves dificultades a raíz de la crisis de las Uniones (1347-48) y de la Guerra de los Dos Pedros (1356-75). La diversidad social e institucional de la Corona impuso contenidos diferenciados en la crisis: el problema de remensa fue una cuestión específica de Cataluña; en Mallorca, el campesinado era de condición libre; y en Aragón y Valencia, los mudéjares constituyeron la masa de los trabajadores en condiciones de servidumbre rigurosa. Por eso mismo, en Cataluña se luchó por la adquisición de derechos económicos y jurídicos. En Mallorca, los foráneos combatieron, al son de “qui deu que pac”, contra la corrupción administrativa generada por la deuda pública y la administración de los impuestos. Y en Aragón y Valencia, no hubo luchas campesinas, salvo anécdotas aisladas, durante los siglos XIV y XV.
“Hambrunas y epidemias determinaron reajustes de los sistemas de explotación agrarios, cuyo carácter contradictorio fomentó las luchas campesinas y las reacciones señoriales.”
El marco político-institucional de la Corona Catalana-Aragonesa
La unión dinástica de Aragón y Cataluña, en 1137, determinó la estructura político-administrativa de la Corona. Tanto Aragón como Cataluña se incorporaron, en esa fecha, como entidades que mantenían íntegras sus disparidades económicas, fiscales e institucionales. Se trataba de una confederación. Las conquistas de Mallorca y Valencia, en el siglo XIII, no quedaron como prolongaciones de Cataluña o Aragón, sino que ambas entidades se sumaron a la Corona en calidad de reinos dotados de autonomía interna. Sicilia, Cerdeña y Nápoles, también con el título de reinos, se incorporaron posteriormente a esta peculiar estructura.
Detrás de esta fachada institucional, sin embargo, Cataluña ejerció la dirección durante buena parte del siglo XIV. El diseño de la expansión mediterránea fue su obra. Mallorca, poblada abrumadoramente por catalanes, fue en algunos aspectos una prolongación del Principado; sin cortes privativas, cuando acudía a las convocatorias generales sus representantes se sumaban a la representación catalana, aunque esporádicamente hiciera valer su condición de reino separado. Durante el siglo XV, Valencia asumió el papel económico de Cataluña, pero no el liderazgo que esta había tenido en la confederación.
La estructura federativa de la Corona y las diferentes circunstancias de la incorporación de territorios determinaron la desigual intensidad de la acción monárquica en cada reino. Resulta evidente la distinción entre los territorios unidos mediante pacto dinástico, Aragón y Cataluña, y los territorios conquistados, Valencia y Baleares. En estos últimos, por norma general, la monarquía opera con menos contribuciones. Ni Mallorca ni Valencia conocieron figuras equiparables a la justicia de Aragón oa la Diputación del General de Cataluña. En Mallorca y Valencia el rey llegó a designar a los cargos rectores de los municipios y los componentes de las asambleas para asegurarse la continuidad del drenaje económico. Por estas razones, Mallorca se dobló a las demandas financieras de la monarquía, en la segunda mitad del siglo XIV, hasta el límite de sus posibilidades. Durante el siglo XV, Valencia tomó su relevo; su contribución a las empresas de Alfons el Magnánimo y, sobre todo, de Fernando el Católico, llevó al municipio junto a la quiebra.
A pesar de la desigual eficacia de la monarquía en la captación de recursos, la acción de la Corona en el terreno legislativo, judicial y financiero estuvo sometida a control. Fue la teoría del pactismo. El principio fue enunciado claramente por Francisco Eiximenis, quien señaló que toda autoridad emanaba de la comunidad, ya que aquella no era sino la síntesis del ejercicio de la ley que, a su vez, era el conjunto de costumbres. El poder real provenía de un contrato tácito entre el monarca y el pueblo, y ambos se obligaban al cumplimiento de la ley. El sistema operaba, en la práctica, de modo que el rey no era proclamado hasta después de haber jurado los fueros o constituciones. Tampoco podía establecer o abolir disposiciones generales sin el conocimiento y consentimiento de las cortes. La aplicación y administración de la ley, es decir, la justicia, estaba limitada por la trama de jurisdicciones feudales de viejo cuño, por el seguimiento realizado por las cortes, y por instituciones como las justicias de Aragón.
En cualquier caso, la gestión ejecutiva de los monarcas quedaba particularmente limitada por la escasez de recursos ordinarios a su disposición. Como en toda monarquía feudal, el rey disponía de un patrimonio privado, formado por monopolios, derechos sobre la actividad agraria y comercial, tasas judiciales y otros ingresos aleatorios. Las crecientes necesidades económicas condujeron a una mejora de la gestión y coordinación financiera, con la creación del maestro racional a finales del siglo XIII. Pero el sistema, pese a sus virtualidades, mostró pronto limitado. El diseño de una política imperialista en el Mediterráneo, duramente combatida por Génova, exigió esfuerzos financieros colosales en relación con las posibilidades que ofrecía el patrimonio real. Este patrimonio estaba adaptado a circunstancias históricas superadas porque tenía una base agraria que lo hacía poco adaptable. Pero su magnitud permitía ciertos márgenes de maniobra, aunque siempre peligrosos, como garantía de préstamos hipotecarios e hipotecas y, en última instancia, la venta de derechos y jurisdicciones.
“Resulta evidente la distinción entre los territorios unidos mediante pacto dinástico, Aragón y Cataluña, y los territorios conquistados, Valencia y Baleares.”
Los Trastámara llegan a la Corona Catalana-Aragonesa
Junto con el tratado de Corbeil (1259), que conllevó la renuncia al predominio catalán en el sur de Francia, posiblemente el Compromiso de Caspe ha sido el segundo gran tema objeto de polémica por la historiografía catalana.
Después de la muerte de Martí el Jove, en 1409, Martí I puso en marcha diversas iniciativas sucesivas: su matrimonio con Margarita de Prades y el nombramiento de Jaume de Urgell como gobernador y lugarteniente general, cargo reservado generalmente a los herederos. Ninguno dio resultado. Ni el rey obtuvo la sucesión deseada, ni Jaime de Urgell supo asegurársela desde su cargo de privilegio. Pocos meses antes de su muerte, el rey intentó todavía una nueva fórmula, que consistía en reunir una asamblea de notables para asesorarle en el tema de la sucesión. La asamblea no llegó a reunirse a causa de la muerte del monarca a finales de 1410. La cuestión sucesoria quedó, pues, abierta.
Después de un dramático interregno, en la primavera de 1412 se reunieron en la villa aragonesa de Caspe los representantes de los parlamentos catalán, valenciano y aragonés para escoger, entre los cuatro candidatos —Fernando de Antequera, Jaume de Urgell, Alfons de Gandia y Federico de Luna—, el nuevo rey de la Confederación. A instancias de los aragoneses y apoyados por el ejército castellano, los mallorquines habían quedado excluidos de la elección con la clara intención de impedir un posible empate. Por tanto, transcurridos tres meses de deliberación, los representantes eligieron a Ferran de Antequera, lo que suponía por primera vez la entronización de una dinastía castellana —los Trastámara— para gobernar la Corona Catalana-Aragonesa.
El estallido de la revuelta urgelista
De hecho, la candidatura Trastámara a la Corona Catalana-Aragonesa ya había sido planeada por Enrique III de Castilla —padre de Ferran—, pero sus ambiciones siempre habían topado con la oposición de la nobleza y la sociedad catalana, en general. Una situación que el controvertido Compromiso de Caspe logró dar la vuelta, desquiciando violentamente a Cataluña.
La negativa a no aceptar la resolución de Caspe condujo a buena parte de la sociedad catalana a enfrentarse abiertamente contra el nuevo rey Fernando. De esta forma, estallaron infinidad de revueltas —fundamentadas por las más que evidentes argucias castellanas empleadas en la elección— las cuales fueron encabezadas por el mismo conde de Urgell. Por este motivo, la revuelta (1412-1414) enfrentó a los partidarios de la causa urgelista contra las tropas Trastámara, y derivó en violentos enfrentamientos. Después de casi dos años de sangrientos combates, las tropas castellanas —y aragonesas— impusieron su superioridad, detuvieron al conde de Urgell —como principal instigador— y lo encarcelan a perpetuidad.
Habiendo sofocado las aspiraciones urgelistas, el reinado de Fernando I se caracterizó por no llevar a cabo ni consolidar ninguna acción política concreta. Y al subir al trono su hijo Alfonso el Magnánimo en 1416, la situación se agravó más cuando el rey fomentó un clima de incomunicación, a veces de confrontación, entre el rey y los estamentos catalanes. Además, con el traslado de la Corte a Nápoles, le alejó definitivamente de la realidad de sus reinos ibéricos, lo que contribuyó a la aparición de nuevas revueltas, esta vez protagonizadas por el campesinado, o sea los remensas.
“Después la resolución de Caspe estallaron infinidad de revueltas —fundamentadas por las más que evidentes argucias castellanas empleadas en la elección— las cuales fueron encabezadas por el mismo conde de Urgell.”
La guerra civil catalana
A la muerte del rey Alfonso el Magnánimo en 1458, le sucedió su hermano Juan II, quien se encontró con una oligarquía catalana aún más recelosa contra las políticas del Trastámara, sobre todo en sus prácticas autoritarias. Por este motivo, y de manera progresiva, la oligarquía catalana va decantándose hacia la opción que representaba el príncipe Carlos de Viana —con un talante más dialogante—, que todavía siendo hijo de Juan II, estaba abiertamente enfrentado a él. Las disputas entre padre e hijo fueron acentuándose, lo que acabó con el encarcelamiento del príncipe y, por tanto, la vulneración de los fundamentos de las constituciones catalanas. O al menos, esta fue la excusa por la que la Generalitat se levantó en armas contra el rey Juan II, iniciando así la guerra civil catalana (1462-1472).
Durante el conflicto, la Generalitat intentó desvincular al rey Juan II de la Corona Catalana-Aragonesa, por medio del ofrecimiento de esta, primero a Pere de Portugal, como nieto del conde Jaume de Urgell y que gobernaría hasta su muerte, en 1466; y segundo al duque de Provenza, en Renato de Anjou, el cual aportaría tropas francesas al contencioso bélico. Sin embargo, la victoria se decantó del bando de Juan II, quien prometió un perdón general y fidelidad a las leyes y constituciones catalanas.
Mientras tanto, Juan II había casado a su hijo Fernando con su prima segunda, la infanta Isabel de Castilla en 1469, que cinco años más tarde accedería al trono castellano. Así, a la muerte de Juan II, en 1479, Fernando subió al trono de la Corona Catalana-Aragonesa, lo que supuso la unión dinástica de ambas Coronas, pero no territorial.
La consolidación de la dinastía castellana de los Trastámara en el trono de Cataluña fue acompañada de constantes revueltas y enfrentamientos armados. Esto es importante para entender la desconfianza mutua que se cernía en todas las relaciones entre el rey Fernando el Católico y la oligarquía catalana. En este contexto, debe enmarcarse el regicidio frustrado que, el 7 de diciembre de 1492, sufrió el rey Fernando cuando fue apuñalado por el remensa en Juan de Canyamars en medio de una audiencia pública celebrada en Barcelona. Y fue en esta atmósfera política, la época en la que se fraguó la empresa colombina de descubrimiento.
Una familia barcelonesa del siglo XV
La existencia de abundante documentación referente a la familia barcelonesa de los Colom es muy extensa y contrastada. Su álbum familiar lo forman humanistas, diputados, diplomáticos, mercaderes, navegantes, obispos, almirantes, militares, cosmógrafos, bibliófilos y banqueros. Los Colón, de hecho, fueron los fundadores de la Mesa de Cambio, la primera banca moderna de Europa. Es decir, era una familia extremadamente vinculada a la corte real y la fiscalidad.
Según las crónicas, el Descubridor estaba vinculado a las cuatro grandes cortes europeas: la portuguesa, la francesa, la inglesa y española (o sea, la catalana porque España no existía). Se sabe a ciencia cierta que el barcelonés Cristóbal Colón estaba vinculado a los Urgell, que se casó con una Coimbra —Felipa— que le ataba a la corte portuguesa y, de rebote, a la inglesa, porque la familia real de Portugal eran los Lancaster, la dinastía real inglesa, y que tenía entrada en la corte francesa, dado que los Urgell y los Anjou eran parientes.
Todo ello está ampliamente documentado, pero la historiografía oficial no hace caso porque parte de la premisa de que el Descubridor no podía ser catalán. Pero, está claro, que los historiadores han sido incapaces de justificar todas estas vinculaciones reales con el Colombo lanero, inculto y plebeyo. Para ellos, la Corte, en lugar de ser la extensión política de la familia real —como afirman los expertos—, es una especie de beneficencia, donde se acoge cualquier vagabundo, se le mantiene durante siete años y se le pagan los vicios náuticos.
En resumen, la documentación relativa a la familia barcelonesa de los Colón pone de manifiesto la existencia de un personaje muy destacado en la navegación y en el comercio, que emprendió su camino formativo como marinero desde muy jovencito. A través del libro de cuentas de la familia Colón —señal de familia importante— se deduce que navegó por todo el Mediterráneo —desde Barcelona hasta Grecia, pasando por Egipto— y por el Atlántico —desde Groenlandia hasta el África ecuatorial— algo que el Colombo genovés nunca se movió de Génova. Por tanto, es grotesco pensar que un hombre al que los reyes otorgaron los cargos de virrey y almirante mienta sobre su trayectoria, experiencia y tradición familiar.
“Según la historiografía oficial, el Descubridor estaba vinculado a las cuatro grandes cortes europeas: la portuguesa, la francesa, la inglesa y española (o sea, la catalana porque España no existía).”
El último reducto rebelde
El Empordà —siempre favorable a la Generalitat— fue el último reducto de los catalanes fieles a Renato de Anjou, a la hora de rendirse ante las tropas del rey Juan II Sin Fe. De hecho, se convirtió en un importante foco en el que acabó viviendo una parte de la oligarquía catalana —contrarios en los Trastámara—, conjuntamente con un contingente de tropas francesas y un considerable puñado de corsarios portugueses, venidos durante la época de Pedro de Portugal. Y entre aquellos “rebeldes” se encuentran los Yanes o Yáñez Pinzón —uno de ellos, capitán del castillo de Palau-saverdera— o Pero Vascos de Saavedra, firmante del documento de rendición —firmado en Peralada— del que las crónicas hablan como “que era alcalde de la villa y fortaleza de Palos”. No hace falta recordar que el Palos andaluz nunca tuvo murallas.
Además, será el propio Descubridor quien, a través de una carta dirigida a Don Fernando el Católico, le explicará que con anterioridad había dirigido una operación naval, cerca de Marsella, a las órdenes del rey Renato de Anjou, cuando este fue proclamado rey por Generalitat en 1466. Así mismo, también aprovechará para describir con gran detalle otras batallas navales y hechos históricos que ocurrieron durante la guerra civil catalana.
Sin embargo, terminada la guerra, el rey Juan II Sin Fe exigió a todos los pueblos rebeldes, el pago de una multa como compensación por la traición a los Trastámara. Por este motivo, existe infinidad de documentos que hablan de estos pagos de multas o las reclamaciones de estas. Por tanto, también encaja con las referencias históricas que explican que “esta villa de Palos, como tenía un fuerte deudo por sus acciones contrarias a la Corona…” haga referencia al Pals ampurdanés.
Y aún resulta más evidente que durante las negociaciones con la monarquía para materializar la empresa de descubrimiento, el Descubridor pidiera explícitamente a los monarcas que permitiera que “Palos salde su deudo con la Corona ofreciendo hombres para la expedición” y cuando la reina Isabel responda lo haga con este modo: “la reina y señora de Palos confirma que la deuda que teníais con nosotros, queda redimida, pero lo tendrás que pagar con hombres”.
Por último, cuando se redacten las Capitulaciones de Santa Fe, esta cláusula quedará escrita en la forma y en el contenido entero. De este modo, el Descubridor se aseguraba que los Reyes Católicos no aprovecharían su marcha para prestarles las propiedades, como revancha por su rebelión. La desconfianza que demuestra esta cláusula solo se entiende en un contexto de enfrentamiento y desconfianza política, como el que se había vivido en Cataluña con los Trastámara.
¿Y qué habría pasado si Colom hubiera podido ejecutar las cláusulas contenidas dentro de las Capitulaciones de Santa Fe? ¡Nunca lo sabremos! Pero sí sabemos que sin saberlo, los Reyes Católicos habían firmado un contrato —las Capitulaciones— con el Descubridor que permitiría el nacimiento de una nueva dinastía real, ya que las Indias se convertirían en un nuevo reino y Colom sería el virrey vitalicio. Y, además, el cargo sería hereditario.
Tal y como explica la crónica del Padre Casas, el oro que llegó del segundo viaje de Colón fue requisado íntegramente por los oficiales y aduaneros del reino, lo que permitió sufragar la campaña de recuperación de la Cerdanya y el Rosellón cuyos territorios habían sido empeñados por Juan II para financiar la guerra civil contra la Generalidad. Pero lo más preocupante sucederá en el transcurso del tercer viaje, cuando Francisco de Bobadilla —con amplios poderes para juzgar al Almirante— confiscará la totalidad de su mercancía, argumentando que no se habían enviado todas las riquezas promesas a la Corona. De esta manera empezó una auténtica campaña de desprestigio público que acabaría con la detención de Colom.
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