
¿EE.UU. puede seguir pagando su ejército?
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha sido el garante del orden global y la superpotencia militar por excelencia. Pero hoy, con una deuda desbocada y un gobierno paralizado, Washington se encuentra ante una pregunta incómoda: ¿hasta cuándo podrá seguir pagando a sus soldados?
El cierre parcial del gobierno de Estados Unidos o “shutdown», su parálisis presupuestaria y los intereses de una deuda que ya supera su PIB nacional, ponen en jaque la sostenibilidad del modelo imperial estadounidense.
En 2025, la deuda federal de Estados Unidos ya supera los 41 billones de dólares, más del 120% de su PIB. Solamente los intereses anuales superan ya los 1,2 billones de dólares, una cantidad superior al presupuesto combinado del Pentágono y el Departamento de Salud. Con los elevados tipos de interés, el coste de refinanciar esta deuda se ha convertido en una losa que devora los ingresos fiscales.
A principios de octubre, el Congreso no logró aprobar el presupuesto para el año fiscal 2026, forzando el cierre parcial del gobierno federal. Según estimaciones de la Partnership for Public Service y del Congressional Budget Office (CBO), cerca de 900.000 trabajadores federales podrían ser enviados a casa sin salario, y otros 700.000 deberían seguir trabajando sin cobro. En los demás “shutdowns” o cierres parciales, el Congreso había garantizado por ley el pago de las tropas, pero esta vez la polarización política ha bloqueado incluso esa medida.
En un intento de contención, la administración Trump ha anunciado el desvío temporal de 8.000 millones de dólares de fondos de investigación y desarrollo para cubrir las nóminas militares. Una maniobra que, según Reuters y Associated Press, no podrá mantenerse si el cierre supera en noviembre y que, además, podría contravenir el Antideficiency Act, la ley que prohíbe gastar sin autorización del Congreso.
Un ejército sin sueldo y una sociedad armada
Aunque el pago de las tropas es una prioridad absoluta para el gobierno, la inestabilidad fiscal tiene efectos sobre la moral y la cohesión interna. Muchos soldados viven con presupuestos ajustados, y según Military Family Advisory Network, uno de cada tres miembros de familias militares reconoce que no podría cubrir una emergencia de 500 dólares.
En paralelo, el ejército estadounidense ha intensificado su despliegue en ciudades como Chicago, Atlanta o Filadelfia, con el argumento de combatir la violencia armada y la crisis migratoria. Fuentes independientes apuntan a que este movimiento busca asegurar el control civil ante posibles disturbios. En un país en el que hay más armas que habitantes, cualquier pérdida de confianza institucional puede convertir una crisis económica en una crisis social.
Los expertos coinciden en que Estados Unidos no está a las puertas de una guerra civil, pero sí de una polarización extrema que recuerda en los últimos días de la Roma republicana: un Estado dividido, cuyo ejército puede convertirse en instrumento de orden u opresión según quien lo controle. Esto es porque esto no es la primera vez que ocurre.
Cuando los imperios dejan de pagar a sus soldados
La historia nos ofrece un patrón recurrente de esta situación, en la que grandes imperios se han caído cuando ya no han podido financiar su propio poder militar.
En el Imperio Romano, los impagos de mercenarios y legionarios aceleraron la descomposición a lo largo del siglo V. Sin pago ni alimento, las tropas empezaron a saquear las mismas provincias de las que eran las responsables máximas de proteger. De hecho, muchos de los llamados “bárbaros” que contribuyeron a la caída de Roma habían sido antes soldados o aliados impagados del ejército imperial.
Durante la edad media, episodios similares se repitieron. Es el caso de los famosos condottieri italianos del siglo XV, los cuales eran contratados por las ciudades-estado como Florencia o Venecia, ya menudo cambiaban de bando o saqueaban el territorio cuando los príncipes o duques no podían pagarlos.
La Castilla del siglo XVI vivió un proceso similar después de un siglo y medio de guerras imperiales, las continuas bancarrotas de la Monarquía Hispánica —1557, 1575, 1596 y 1607— dejaron sin financiación estable el ejército de los Tercios y la flota de Indias. Los banqueros genoveses y alemanes cerraron el crédito a la Corona, y las tropas, sin sueldo, protagonizaron revueltas como la de los soldados castellanos en Amberes en 1576, conocida como la “Furia española”, que devastó la ciudad y marcó el principio del declive militar y financiero del imperio.
Pero, también en la Francia del siglo XVII, después de la Guerra de los Treinta Años, los impagos en los ejércitos reales provocaron motines y deserciones masivas, forzando a la corona a recurrir a costosos préstamos que hipotecaron el futuro del Estado.
Más adelante, el Imperio Austrohúngaro, en los últimos días de la Primera Guerra Mundial, también vio cómo la quiebra económica hacía imposible mantener su maquinaria bélica. Y la URSS, en la década de 1980, entró en colapso cuando la caída del precio del petróleo y la deuda interna hicieron inviable seguir sosteniendo el mayor ejército del planeta.
En todos estos casos, el problema no fue únicamente económico, sino también político y social. Cuando el ejército deja de cobrar, la autoridad del gobierno se desvanece. Y lo que antes era una estructura de control, se convierte en un factor de inestabilidad.
El riesgo de un default silenciado
La deuda estadounidense sigue siendo considerada el pilar del sistema financiero mundial, pero esa confianza no es infinita. Con el dólar perdiendo peso como moneda de reserva (su peso global cayó del 70% al 58% en dos décadas, según el Fondo Monetario Internacional), cada vez más países reducen su exposición a los bonos del Tesoro.
Una eventual suspensión temporal de pagos o una emisión monetaria descontrolada podrían acelerar la desdolarización y desestabilizar los mercados de capitales. En este contexto, el oro ha subido cerca de un 20% desde finales de agosto, reflejando la pérdida de confianza en los activos denominados en dólares.
A corto plazo, Estados Unidos puede evitar un colapso total vendiendo reservas estratégicas, aplazando proyectos e imprimiendo dinero. Pero a medio plazo, el riesgo está claro: no se puede mantener un ejército global con finanzas domésticas agotadas.
Un imperio frente al espejo
Como todos los imperios antes de ellos, Estados Unidos se encuentra en un punto de inflexión. La hegemonía no se pierde en un solo día, sino cuando las estructuras que la sostienen dejan de tener cimiento. La deuda, la fractura política y la pérdida de credibilidad institucional se acumulan. Y el peligro no es solo económico, es también moral: un Estado que vive por encima de sus posibilidades termina dependiendo de la fe de los demás.
El ejército estadounidense ha sido históricamente el reflejo de su poder económico. Si este se debilita, también lo hará su papel como garante del orden mundial. Los mercados lo saben, los bancos centrales lo intuyen y los ciudadanos, cada vez más, lo perciben.
EE.UU. aún tiene la capacidad de pasar página y renegociar su deuda, reducir el gasto militar e impulsar una nueva política fiscal que priorice la sostenibilidad. Pero esto exige un consenso político que hoy parece lejano. Mientras el Congreso se pelea, el reloj de la deuda sigue corriendo y la pregunta permanece abierta. ¿Pueden los Estados Unidos seguir pagando su ejército? Todavía sí. Pero todos los días que pasa, la respuesta es menos segura.
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