¿Es viable la jornada laboral de cuatro días?

Trabajar menos horas para vivir mejor. Esta es la filosofía que impulsa la propuesta de la jornada laboral de cuatro días sin reducción salarial. Una idea que no es nueva, pero que ha vuelto con fuerza en un momento en el que la conciliación familiar, la salud mental y la productividad han pasado al centro del debate social y económico.

 

A principios del siglo XX, economistas y sindicalistas ya defendían que el progreso tecnológico debía permitir reducir las horas de trabajo. Henry Ford, que muchos consideraban un visionario excéntrico, fue uno de los primeros industriales en establecer la semana laboral de cinco días y 40 horas. El tiempo le dio la razón: la productividad creció y el consumo también alimentando un nuevo modelo económico que todavía hoy es el patrón de referencia.

Un siglo más tarde, España mantiene su jornada oficial de 40 horas semanales, pero con un rendimiento por debajo de la media europea. Según CaixaBank Research, el PIB por hora trabajada equivale solo al 76% de la media de la zona euro. A pesar de trabajar más horas que muchos vecinos europeos, el presentismo sigue pesando mucho: valoramos aún más el tiempo sentados en la oficina que los resultados obtenidos. La pandemia sacudió ese modelo. El teletrabajo y la flexibilidad horaria demostraron que podía producirse sin presencia física constante, situándose la salud mental en el centro del debate laboral.

 

Experiencias internacionales

Algunos países han convertido la jornada de cuatro días en un laboratorio social y económico. Islandia es uno de los casos más citados: entre 2015 y 2019 se realizaron ensayos con unos 2.500 trabajadores. El éxito fue tal que posteriormente el 86% de la población laboral accedió a condiciones con jornadas reducidas o modificadas. Los resultados fueron contundentes: menos estrés, mejor conciliación y una productividad que no únicamente se mantuvo, sino que en muchos casos aumentó.

Reino Unido puso a prueba la jornada de cuatro días en el 2022 con 61 empresas y cerca de 3.000 trabajadores. Según el informe de Autonomy, el 92% de las empresas decidieron mantenerla después del pelotón. Los principales motivos: mejora del bienestar de los empleados y retención de talento. Además, los ingresos empresariales crecieron un 1,4% de media durante el período.

 

España: primeros pasos

En nuestro territorio, la Generalitat Valenciana ha sido pionera impulsando ayudas a ayuntamientos y empresas que quisieran probar la jornada de cuatro días, aunque de momentos solamente han sido buenas intenciones de cara a la opinión pública. Y en el ámbito estatal, ha habido propuestas para subvencionar a pequeñas y medianas empresas, pero todavía no se ha desplegado un plan general con total eficiencia. Algunas compañías privadas, como Delsol, Desigual o Telefónica, han explorado fórmulas de flexibilidad horaria, pero sin aplicar una jornada completa de cuatro días.

 

Pros y contras

Los defensores de la jornada corta destacan muchos beneficios: mejora de la salud y el bienestar de los trabajadores, más tiempo para la familia y la formación, reducción de las emisiones por el menor transporte y, paradójicamente, un aumento de la productividad real. En los pilotos internacionales, la reducción del estrés y el burnout ha sido una constante.

Sin embargo, no todo son flores y violas. Sectores con atención continua, como la sanidad, la hostelería o el comercio, tienen dificultades para aplicar ese cambio. Las pequeñas empresas pueden verse ahogadas si no pueden reorganizar turnos o ampliar plantilla. Y hay quienes alerta de que concentrar la misma carga de trabajo en menos días puede generar más estrés en lugar de reducirlo.

 

Un debate de futuro

La jornada laboral de cuatro días es mucho más que una cuestión de horarios: es un debate sobre cómo queremos repartir el tiempo y la riqueza. En un mundo en el que la inteligencia artificial y la automatización pueden reducir aún más la necesidad de trabajo humano, la clave será repartir los beneficios de esta productividad y garantizar que llegan a todos.

Lo que hace un siglo parecía una utopía es hoy perfectamente viable. La gran incógnita no es si funciona —los estudios y experiencias ya lo demuestran— sino si tendremos el coraje político y empresarial para hacerlo posible.

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