Historia de las crisis: agrietar los miedos (2/2)

A medida que el siglo XXI ha dejado atrás el beligerante siglo XX, el sistema económico se ha ido haciendo cada vez más complejo. Por el camino, algunas crisis han sido terriblemente violentas y de consecuencias devastadoras; otras, anecdóticas. De la mano del agente 11Onze e historiador, Oriol Garcia Farré, finalizamos esta radiografía sobre las grandes crisis de la historia de la humanidad

 

A pesar de que el siglo XX es un siglo corto, sus consecuencias afectan todavía nuestro día a día. La historiografía considera que su arco cronológico va desde el final de la Primera Guerra Mundial (1918) hasta la caída del muro de Berlín (1989), a pesar de que se podría alargar hasta el ataque de las torres gemelas de Nueva York (2001). La intensidad de los acontecimientos es de tal magnitud que nos obliga a reflexionar acerca de hacia dónde vamos. Por eso, el siglo XXI lo hemos iniciado con un montón de preguntas trascendentales por responder: la crisis climática, el modelo productivo, el consumo, la vivienda, la relación con el dinero, la tecnología, la libertad… ¿Sabremos encontrar respuestas que beneficien al conjunto de las sociedades?

 

1929: El megacrack

Hay hechos históricos… y después hay EL HECHO histórico. Y, para el mundo contemporáneo, este lo es. Es la bisagra que marca un antes y un después. Una concatenación de decisiones políticas, económicas y sociales que acabarían llevando al mundo al abismo. Sus causas y consecuencias han sido estudiadas por todas las disciplinas de las ciencias sociales. Y, todavía hoy, se toma como la referencia para definir si una crisis económica tendrá un impacto mayor o menor. Hablamos del crac bursátil americano de octubre de 1929.

La economía americana de principios de los años 20 del siglo XX se asentó siguiendo un esquema puramente especulativo, lo cual provocó un importante desfase entre la economía real y la actividad bursátil, que se iría agravando cada vez más.

Ante el cierre de los mercados europeos y el descenso de los precios agrarios, el gobierno americano y los bancos intentaron responder con la oferta de un volumen considerable de créditos. Estas medidas dieron lugar a una gran abundancia de capitales a corto plazo y a la especulación, especialmente a partir de 1926. Para más desgracia, las autoridades monetarias no actuaron a tiempo para poner freno a este beneficio enfermizo.

Así fue que, al empezar octubre de 1929, se produjeron tendencias al alza de las inversiones. Pero cuando la venta de acciones se disparó, el 24 de octubre se desató el pánico, y lo mismo sucedió el martes 29 de octubre. La caída de la bolsa fue inevitable a causa de la nula demanda de acciones y se desencadenó una crisis global de dimensiones bíblicas. Apocalíptica. Mucho peor que la crisis inglesa de 1720, dado que afectó al mundo entero.

Hasta 1932, unos 5.096 bancos se declararon en suspensión de pagos. Su derrumbamiento arrastró a la quiebra a muchas empresas, que veían cómo se acumulaban los stocks de mercancías, cosa que comportó un importante descenso de los precios, especialmente en el sector agrario. Finalmente, el descenso de la actividad económica provocó un aumento desbocado del paro. 

Para frenar la hemorragia del sistema financiero, a partir de 1931, la repatriación masiva de capitales norteamericanos de Europa —que habían ayudado a financiar la posguerra de la Primera Guerra Mundial— provocó las quiebras de los bancos europeos, principalmente austríacos y alemanes. A partir de aquí, la historia es conocida. El mundo entero se vio abocado a una larga noche apocalíptica.

“El crac bursátil americano de octubre de 1929 es la bisagra que marca un antes y un después. Todavía hoy, se toma como la referencia para definir si una crisis económica tendrá un impacto mayor o menor”

1945: Después del Apocalipsis

60 millones de muertes. Este es el coste total en vidas que tuvo que pagar la humanidad por la Segunda Guerra Mundial. La destrucción de ciudades, pueblos, infraestructuras, paisajes, bienes materiales, industria… fue gigantesco. Descomunal. El gasto económico ha sido cifrado en 200.000 millones de dólares de 1947, lo cual equivaldría actualmente a unos tres billones de dólares. La devastación de Europa y partes del extremo asiático, como por ejemplo Japón, fue de tal magnitud que el mundo entero experimentó una profunda y dolorosa posguerra. Había que empezar a escribir la historia de nuevo con urgencia. Pero, ¿qué opciones había?

Igual que había sucedido en el pasado en la resolución de conflictos bélicos, como por ejemplo en el Congreso de Viena para redibujar el mapa de Europa después de la derrota napoleónica o al Tratado de Versalles después de la Primera Guerra Mundial, el encuentro entre vencedores era un hecho inminente. Había que proyectar el futuro y, por este motivo, los aliados se reunieron en la ciudad alemana de Potsdam, en el verano de 1945.

Los acuerdos tuvieron una resolución relativa, porque se fueron configurando en las siguientes décadas. Aun así, los vencedores actuaron más como notarios de la nueva situación geopolítica que como cerebros de la nueva reordenación mundial. Por lo tanto, la Conferencia de Potsdam visualizó con claridad la división del mundo en dos bloques. Dos modelos políticos, sociales y económicos que provocarían varios conflictos armados de baja intensidad a lo largo de las siguientes cuatro décadas.

El adelanto tecnológico que supuso la Segunda Guerra Mundial llevaría a la humanidad a salir al espacio exterior, a la Luna y más allá, pero también supuso el desarrollo de la bomba atómica como arma de destrucción masiva. Esta amenaza ha sido empleada desde entonces como instrumento de presión política.

 

1973: Si juegas con fuego, te puedes quemar

Acabada la Segunda Guerra Mundial, el modelo de crecimiento que adoptó el mundo occidental, incluido Japón, se basó en el consumo masivo de petróleo. Desde entonces, la economía de Occidente ha tenido una fuerte dependencia de este recurso limitado. Y es muy sabido que, si quieres que tu economía funcione correctamente, tienes que saber cuáles son tus amistades y ser consecuente con tus actos.

El 6 de octubre de 1973, el día del Yom Kippur o Día de la Expiación del Pecado, la festividad más importante para los judíos, tropas de Egipto y de Siria lanzaron una gran ofensiva contra Israel por tal recuperar el Sinaí y los Altos del Golan perdidos en 1967. Después de tres semanas de combates, los israelíes, con el apoyo de Estados Unidos, consiguieron restablecer su hegemonía en la zona.

Entonces, los países árabes de la OPEP, es decir, los que controlaban el petróleo, no contentos con la situación, decidieron embargar el petróleo a todos los países occidentales como represalia contra quienes habían apoyado el conflicto. La medida provocó un incremento desorbitado del precio del petróleo —se pasó de pagar 2,90 dólares a 11,90—, cosa que provocó un fuerte aumento de la inflación a escala mundial.

Para la economía norteamericana, principal motor económico de Occidente, el embargo supuso una desaceleración drástica de la economía, con el consiguiente aumento del paro. De hecho, ya hacía meses que el mercado había empezado a mostrar síntomas preocupantes de desaceleración, a los cuales se sumaba la decisión del presidente Nixon de desvincular al dólar del patrón oro. Así fue cómo, con el fin del sistema pactado en los acuerdos de Bretton Woods, se abocó la economía al abismo.

El embargo duró seis meses y generó importantes problemas de suministro energético, así como una etapa de bajo crecimiento económico generalizado a escala mundial. Algunos países, como Francia, buscaron otras fuentes energéticas, como la energía nuclear, mientras que Estados Unidos y Canadá optaron por la crema de residuos de madera. 

Precisamente, nuestro presente nos obliga a plantearnos si este modelo de consumo energético desbocado, que ha sido durante décadas la principal fuente de crecimiento para el mundo occidental, se puede continuar manteniendo. La crisis climática es una realidad muy palpable y hay que trabajar para encontrar soluciones reales que promuevan un cambio de modelo productivo y de consumo mucho más sostenible.

“Nuestro presente nos obliga a plantearnos si este modelo de consumo energético desbocado, que ha sido durante décadas la principal fuente de crecimiento para el mundo Occidental, se puede continuar manteniendo. La crisis climática es una realidad muy palpable”

1988: El sistema colapsó

Si querían sobrevivir, tenían que dar un paso al frente. Para no colapsar, había que hacer una reforma muy relevante, y milimétricamente calculada, del sistema implementado en 1917. El encargado de llevar a cabo este reto gigantesco fue un joven abogado, escogido primer secretario del Partido Comunista tres años antes, y sobre el cual la vieja guardia tenía depositadas todas las esperanzas. A principios de la década de los 80 del siglo XX, la URSS estaba ante un cruce histórico importante. ¿Cómo era posible que, siendo la segunda potencia industrial del mundo, no fuera capaz de producir suficientes bienes de consumo y alimentos para satisfacer las necesidades de su población?

La situación se había hecho más que evidente a partir de los 70, cuando el sistema soviético se había mostrado ineficaz por el que hacía en planificación central. Y a esto se sumaba el peso descomunal del gasto militar, un atraso tecnológico brutal y una deficiente calidad del trabajo a causa de una mano de obra desmotivada. Además, ¡todo esto estaba gestionado por un partido único conformado por viejas glorias!

Las reformas económicas y políticas promovidas a partir del 1988 por el primer secretario del Partido Comunista ruso, Mijaíl Gorbachov, iban encaminadas a reajustar el sistema sin destruirlo. Este reajuste implicaba una liberalización del mercado y una apertura del comercio exterior. Sin embargo, tarde o temprano, se sabía que ambas opciones desembocarían en una democratización de la sociedad. La aceptación explícita de la transición de una economía centralizada y planificada hacia una economía de mercado ponía fin a más de 70 años de experimento soviético, iniciado en aquella lejana Revolución de Octubre de 1917.

A pesar de todas las medidas llevadas a cabo, la Perestroika fracasó. El debilitamiento del poder central, la reactivación de los nacionalismos y la aparición de importantes conflictos internos aceleró el final de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en menos de tres años. Después de esto, le siguió un periodo de fuertes crisis en los antiguos territorios de la URSS, muchos de los cuales todavía perduran hoy en día, como demuestra lo que pasa en Ucrania, donde se mezclan motivos históricos e intereses geopolíticos derivados de la Guerra Fría. 

 

2001: Corralito, cuando el dinero se volatilizó

Y quisieron tocar el cielo. A principios de los 90, Argentina había puesto en marcha el Plan de Convertibilidad, que consistía en mantener un cambio fijo de un peso por un dólar (1:1). Esta medida pretendía acabar con la hiperinflación y estabilizar los precios a través del crecimiento económico. De este modo, se buscaba reducir el déficit fiscal después de un periodo de recesión con el consiguiente endeudamiento del Estado.

A principios del 2000, la deuda externa argentina provocada por la convertibilidad empezó a ser cada vez más importante, cosa que propició un aumento exponencial del déficit fiscal. Todo ello, empezó a generar desconfianza entre los inversores, tanto internos como externos, que, movidos por el rumor de una posible suspensión de pagos del Estado, iniciaron una fuga masiva de capitales.

El drama de todo empezó un fatídico 3 de diciembre de 2001, cuando Argentina se enfrentó a una limitación de la libertad de los titulares de las cuentas para disponer de dinero en efectivo depositados a las entidades bancarias. Este corralito fue decretado por el presidente de la República para estabilizar la economía, lo cual provocó el efecto contrario.

¿Qué había hecho el Estado ante una situación extrema? Pues pedir un préstamo de 40.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2000. Y cuando se le acabaron, ¿qué hizo? Pues volver a pedir otro préstamo de 30.000 millones de dólares al FMI en 2001. De este modo, en noviembre de 2001, la deuda pública de la República Argentina se situó cerca de los 145.000 millones de dólares. O sea, un 150% de su PIB. Para tener una equivalencia y ser conscientes de la magnitud de la tragedia, las economías occidentales de aquel periodo estaban cerca del 50% de endeudamiento de su PIB. Un año más tarde, Argentina abandonaba la convertibilidad [1:1,45], devaluaba su moneda y se declaraba en bancarrota. 

La tasa de paro se había situado cerca del 35%, la prima de riesgo se elevó por encima de los 5.000 puntos, la inflación se situó en el 52% y el 60% de la población caería en la pobreza en los siguientes años. Ante esta situación tan dramática, estallaron importantes disturbios en las principales ciudades argentinas. ¿Y cuál fue la reacción del Estado? Una contundente e indiscriminada represión. Las secuelas de aquella crisis perduran en la sociedad argentina y el miedo a otro corralito continúa existiendo en su memoria. Se calcula que en 11 meses, casi 25.000 millones se volatilizaron. En 2010, Grecia vivió una situación similar al corralito de Argentina.

“A partir de 2008, la realidad fue otra: un verdadero desastre. El sistema financiero había desarrollado y comercializado productos como las hipotecas ‘subprime’, las preferentes o los futuros, y acabaría engullido por su codicia”

2008: ¿Una hipoteca vale tanto?

Seguro que esta historia te suena: “Tenía un piso pequeño que me dejaron mis padres en herencia. Lo vendí. Con el importe obtenido, compré un terreno que hipotequé para construir la casa de mis sueños, porque siempre había querido vivir fuera de la ciudad. De esta operación financiera me quedaron unos ahorros.

Un buen día, recibí la llamada de mi asesor, el del banco de toda la vida, el cual me ofrecía invertir mis ahorros en la promoción de una lujosa urbanización de casas unifamiliares cerca del mar. Parecía una inversión segura. Como estaba avalada por el mismo banco, confié. Entonces, mi asesor me comentó, sin estar firmado en ninguna parte, que con esta operación podría vivir despreocupadamente del dinero el resto de mi vida.

Entonces, fue cuando me animé. Por la confianza que me generaba la operación, por la gestión personalizada de tantos años plegados y, para decirlo claro y catalán, para ganar más dinero, sumé a los ahorros una ampliación de la hipoteca de la casa. También pedí algo más para construirme una piscina, renovarme el coche e, incluso, me fui de vacaciones a las Islas Fiyi.

Pero un lunes fatídico me llamó el asesor para comentarme que la promoción había sido un fracaso y que, por lo tanto, lo había perdido todo. A partir de aquel momento, la cuota mensual de mi hipoteca se incrementó un 800%”.

Esta fue la ilusión con la que el sistema financiero, encabezado principalmente por los bancos, hizo creer a mucha gente que era posible vivir en un mundo feliz. Aun así, a partir del 2008, la realidad fue otra: un verdadero desastre que, sumado a otros productos que el sistema financiero desarrolló y comercializó, como las hipotecas ‘subprime’, las preferentes o los futuros, acabaría engullendo la codicia de ese mismo sistema.

Infinidad de estudios, artículos, entrevistas, reportajes, documentales o películas han explicado hasta la saciedad la crisis financiera global de 2008, que tuvo su origen en la comercialización de un conjunto de bonos de viviendas colocados en el mercado por los principales bancos en los Estados Unidos. En un principio, estos bonos inmobiliarios ofrecían al inversor un alto rendimiento con un riesgo bajo. Pronto, esto propició que estos productos se convirtieran en el instrumento de moda y los preferidos por los bancos.

Los bonos estaban sustentados por un conjunto de viviendas hipotecadas, con pagos regulares al corriente por parte de los propietarios. En esta fase, la tasa de interés se mantenía baja. Hasta aquí, un producto normal de los años 2000 que ofrecían los bancos. 

Pero la cosa empezó a cambiar a partir del 2006, cuando algún avispado encontró la manera de mantener el flujo constante de capital que estos bonos generaban.

Por lo tanto, el truco se basaba en ampliar el mercado y empezar a ofrecer créditos hipotecarios a diestro y siniestro, sin comprobar ni ingresos regulares ni el historial crediticio de quien lo iba a adquirir. Seguramente, el espabilado de antes ya sabía que esto tenía un límite, porque las casas son finitas y los pagadores regulares, también. Porque, ¿qué pasa cuando uno no paga? El sistema lo puede asumir. ¿Y qué pasa cuando dos no pagan? El sistema todavía puede asumirlo. ¿Y qué pasa cuando muchos no pagan? Aquí es cuando aparece el problema. Todo se derrumba. El resto es sabido

A mediados de los años 80, la economía japonesa ya había pasado por un proceso similar de revalorización de activos financieros e inmobiliarios, que los expertos habían considerado como una de las mayores burbujas especulativas de la historia moderna. En 2006 nadie miró al pasado. Solo unos pocos se dieron cuenta. Si te interesa saber cómo se lo hicieron, no te puedes perder la película ‘The Big Short’ (2015).

“Será de vital importancia prepararse, construir una cultura financiera sólida, en comunidad y con libertad, para no volver a caer en el abismo, por lo que vendrá”

2022: Hacia una simbiosis amigable

Quizás fue demasiado osado y el tiempo ha demostrado que se equivocó. Fue en el contexto de la caída del muro de Berlín, en 1989, cuando el politólogo norteamericano Francis Fukuyama publicó su célebre y polémico artículo sobre “el final de la historia”.

La tesis planteaba que, con el final de la Guerra Fría, la historia había llegado a su fin, porque se había llegado a una uniformidad ideológica global. Esta afirmación se sustentaba sobre la idea que había sido la democracia liberal, representada por el capitalismo occidental, la que había sido capaz de hacer caer el comunismo del bloque soviético y, por lo tanto, sería capaz de frenar en el futuro otras guerras y revoluciones. ¿Pero realmente la historia se había acabado?

La realidad de nuestro presente nos obliga a mirar hacia el pasado para entender lo que nos está sucediendo. Y el debate actual pivota sobre el enfrentamiento de dos modelos, a priori antagónicos, que buscan una simbiosis amigable, y que encuentran su hipérbole en dos novelas distópicas escritas precisamente en el siglo XX.

Por un lado, tenemos el modelo que tan bien describió el escritor Aldous Huxley en la distopía ‘Un mundo feliz’ (1932), en que describe un mundo donde las personas son controladas por medio del entretenimiento, las drogas y unas relaciones afectivas deformadas. Por otro, el modelo que describió George Orwell en la también distópica novela ‘1984’ (1949), donde plantea un mundo dirigido por una élite que, por medio del lenguaje y de la manipulación de la mente, nos vigila y castiga con violencia.

¿Será la cuarta revolución industrial, con toda esta hiperconectividad, la que posibilitará la coexistencia de ‘Un mundo feliz’ y de ‘1984’ en una misma matriz? ¿Son Rusia y China la concreción de esta simbiosis? ¿Qué pasará con Occidente, que se encamina más bien hacia un ‘Don’t look up!’ (¡No mires arriba!), como en la película que lleva el mismo nombre?

Llegamos al final de esta radiografía económica, donde hemos analizado las crisis de los últimos siglos a partir de momentos concretos. Y, a medida que nos hemos acercado al presente, hemos abandonado el análisis histórico con que las ciencias sociales interpretan el devenir de las generaciones para convertirnos en opinadores de la actualidad. Cuanto más cerca estamos de lo que nos pasa, más perdemos la perspectiva necesaria para comprender con mirada crítica lo que sucede. Todavía no somos capaces de percibir la multidimensionalidad del presente histórico, porque nos falta el poso temporal. 

Muchos de los acontecimientos actuales todavía están en marcha y otros muchos ni siquiera han empezado. ¿Qué futuro nos espera? No lo sabemos. Sí, sabemos qué sucedió en el pasado, si sabemos que hay preguntas que la historia nos ayuda a responder. Y, sobre todo, si sabemos que será de vital importancia prepararse, construir una cultura financiera sólida, en comunidad y con libertad, para no volver a caer en el abismo, por lo que vendrá.

 

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Equip Editorial Equip Editorial
  1. Jordi MorenoJordi Moreno says:
    Jordi

    Molt bona explicació Oriol👏👏👏 encara que no sé quina novel•la em fa més por, la de Huxley o la Orwell😨, entre ambdues novel•les tens alguna favorita?gràcies per l’article👌

    • Oriol Garcia FarréOriol Garcia Farré says:
      Oriol

      Gràcies Jordi pel comentari! Sempre m’ha agradat més en Huxley! Seguim a La Plaça!

      Hace 1 año
  2. Mercè ComasMercè Comas says:
    Mercè

    Història de les crisis =història de la vida. Hem
    d’intentar sempre buscar el màxim benestar econòmic i emocional pel conjunt de la societat, però també hem d’aprendre a viure amb problemes, perquè tal s’ ha dit per aquí, les crisis, d’ una mena o altra són cícliques.

    • Oriol Garcia FarréOriol Garcia Farré says:
      Oriol

      Cert, Mercè és llei de vida i necessàries per evolucionar, però d’intentar que aquestes no s’ho emportin tot per endavant. Gràcies pel comentari i seguim a La Plaça!

      Hace 2 años
    • Jordi CollJordi Coll says:
      Jordi

      Doncs sí, sempre ha sigut així… Moltes gràcies pel teu comentari, Mercè!!!

      Hace 2 años
  3. Joan Santacruz CarlúsJoan Santacruz Carlús says:
  4. Joan Santacruz CarlúsJoan Santacruz Carlús says:
    • Oriol Garcia FarréOriol Garcia Farré says:
      Oriol

      Moltes gràcies, Joan per llegir aquest dens article! Desitjo que t’hagi agradat i hagis après una mica més! Ens veiem per La Plaça!

      Hace 2 años
  5. Josep RuaixJosep Ruaix says:
  6. Pere SorianoPere Soriano says:
    Pere

    Gran recull històric. Bona feina. Però avui altre cop estem parlant de dèficit, atur, rescats, embargaments … Tal com apunta, Quin futur ens espera?.

    • Oriol Garcia FarréOriol Garcia Farré says:
      Oriol

      Gràcies, Pere per la teva reflexió. Tot plegat és inherent del sistema econòmic al qual estem adscrits. Els reajustaments constants fan pensar que estem davant d’un nou període convuls. El futur ningú el sap encara que el podem predir coses que succeiran. Seguim a La Plaça.

      Hace 2 años
    • Jordi CollJordi Coll says:
      Jordi

      Tot és cíclic, però malauradament, és molt cert que ara mateix tenim una etapa força complicada pel davant… Moltes gràcies pel teu comentari, Pere!!!

      Hace 2 años
  7. Daniela SimónDaniela Simón says:

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