¿Los consumidores fomentamos el esclavismo?
El número de personas que viven en condiciones de esclavitud no ha parado de crecer desde 2016 y no es ningún secreto que la producción en masa de productos baratos a menudo depende de fábricas en países en desarrollo donde se trabaja en condiciones infrahumanas. Entonces, ¿por qué lo seguimos ignorando como consumidores?
Las últimas estimaciones del informe anual de Global Slavery Index indican que 50 millones de personas en el mundo son víctimas de la esclavitud moderna y que casi 10 millones más de hombres, mujeres, niñas y niños han sido forzados a trabajar o casarse desde 2016.
A pesar de que la esclavitud moderna puede adoptar muchas formas, en el mundo laboral, nos referimos a aquella condición de explotación según la cual, en la actualidad, una persona es obligada a trabajar en condiciones infrahumanas sin que pueda negarse a causa de la coerción, las amenazas o el abuso de poder, entre otros.
Tragedias como la de Bangladesh en 2013, cuando el edificio Rana Plaza se desplomó causando 1134 muertos y 2500 heridos, o el incendio de la fábrica de bolsas escolares el 2019, en Delhi, donde murieron decenas de trabajadores que producían artículos y prendas de vestir para marcas de ropa occidentales, ponían a cuerpo descubierto el rol de la industria de la moda en la esclavitud moderna.
Se trata de un secreto que hace años que se oculta a plena vista. Desde las materias primas hasta la fabricación, pasando por el embalaje y la entrega, la esclavitud moderna está incrustada en las cadenas de suministro de la industria mundial de la confección que satisface la demanda de los consumidores en Europa, los Estados Unidos y en otras economías desarrolladas.
El coste humano de la moda rápida
El modelo de negocio de moda rápida o “fasto fashion”, inicialmente popularizado por las grandes cadenas como Zara y H&M y al que recientemente se han apuntado otras marcas como Shein o Temu, se basa en una producción y consumo masivo que se incrementan a la misma velocidad que los cambios de tendencias. Los consumidores compran ropa de última moda pero de baja calidad y abajo coste.
Las marcas que ofrecen este tipo de artículos, no solo cambian sus productos con frecuencia, sino que para maximizar beneficios, llevan a cabo una política de deslocalización fabricándolos en países en vías de desarrollo, pagando a los trabajadores salarios muy bajos e incluso ignorando las carencias en cuanto a seguridad o condiciones laborales.
Se trata de un modelo de producción que no solo es muy agresivo con el medio ambiente y que ha llevado la industria textil a convertirse en la segunda más contaminante del mundo, pero que también crea cadenas de suministro complejas y opacas, muchas de ellas empañadas por el trabajo forzado.
Nuestra responsabilidad como consumidores
Es verdad que las cadenas de suministro globalizadas de hoy en día hacen que sea casi imposible evitar que los bienes o servicios que consumimos estén libres de la lacra, de la explotación o incluso de la esclavitud. Aun así, esto no puede ser la excusa para eludir nuestra responsabilidad como consumidores a la hora de informarnos de cómo se fabrica un producto, en vez de simplemente elegir el más barato.
El relativismo cultural o la trivialización del concepto del esclavismo nos pueden ayudar a aminorar nuestro sentido de culpabilidad, pero esta gimnasia semántica no nos puede hacer olvidar que, como consumidores, podemos jugar un papel importante en fomentar la conciencia colectiva comprando de manera responsable y exigiendo a las grandes marcas más acciones concretas para hacer frente a un problema sistémico que todos hemos perpetuado.
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