Hace más de 3.000 años, antes de la irrupción de Grecia, la humanidad disponía ya de sociedades desarrolladas e interconectadas económicamente. Este tipo de globalismo pretérito provocó una quiebra en cadena cuando el cambio climático, las migraciones y las nuevas tecnologías derribaron la primera pieza del dominó.

La globalización no es un invento del siglo XXI, ni del XX, ni siquiera del colonialismo y el imperialismo que tanta sangre derramaron. Mucho antes la humanidad ya había tejido una red comercial conectando sociedades más avanzadas de lo que a menudo pensamos. En la Edad de Bronce, hacia el segundo milenio antes de Cristo, había varias civilizaciones bien desarrolladas en torno al mar Mediterráneo. Hablamos de la antigua Babilonia (en la actual Irak), la cultura Micénica (en la actual Grecia, que controlaba el comercio con la península itálica), el imperio Hitita (actual Turquía) y el Antiguo Egipto. Estas cuatro civilizaciones habían establecido relaciones comerciales que, más allá de conflictos puntuales, les permitían el progreso mutuo.

¿Cómo colapsaron?

Aquel mundo globalizado y cosmopolita fue borrado del mapa en el que es considerado como una de las grandes catástrofes de la humanidad. Y todo empezó con catástrofes climáticas: una fuerte disminución de las lluvias (durante tres siglos) dejó muy tocados a los centros de producción de alimentos clave de la civilización. El espejo con la actualidad es espantoso si pensamos en la acumulación de malas cosechas y la consecuente subida de precios de los alimentos básicos que llevan años acortando los bolsillos de los ciudadanos de nuestro país.

La falta de lluvias provocó el hambre y el hambre se convirtió en una migración desesperada y violenta. Ahora aquellos miserables son conocidos como los Pueblos del Mar, una muchedumbre de pueblos unidos por el hambre que se movían por el mundo buscando algo para comer y que arrasaron primero a Micenas, después al imperio Hitita y que encontraron su muro de contención con Egipto. El faraón Ramsés III pudo detenerlos en la desembocadura del Nilo, pero el grandísimo gasto bélico dejó su sociedad también tocada de muerte. Así, la pobreza se extendió por Egipto y Babilonia, sobre todo porque habían perdido a sus dos principales clientes y no tenían a quién vender ni a quién comprar. Aquellos imperios modernos e interconectados quebraron y dieron lugar a pequeñas ciudades-estado autárquicas, encerradas en sí mismas, tratando solo de sobrevivir. Es lo que se conoce como la Época Oscura, que se prolongó hasta la aparición de las polis griegas.

¿Repetiremos la historia?

Las sociedades y las economías modernas están más conectadas que nunca, de modo que no es comparable a la Edad de Bronce. Si en Japón hay un bache económico, la punzada llega a todo el mundo en un devastador efecto mariposa. Asimismo, hay más mecanismos y recursos de los que ha habido en ningún otro momento de la historia para evitar que la catástrofe sea trágica.

La primera clave, como nos enseña la historia, es la producción de alimentos. Garantizar un nivel mínimo de bienestar al grueso de la población mundial es esencial para la supervivencia mutua. Ahora bien, existen elementos difíciles de controlar. La naturaleza, el cambio climático, los miedos y desconfianzas que generan conflictos de todo tipo… el mundo es un polvorín siempre listo para explotar. La cuestión es si la humanidad será hábil para mojar la mecha.

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